Ingres y la música de los cuerpos

El Museo del Prado inaugura mañana la primera exposición monográfica que se dedica en nuestro país al inclasificable autor de iconos como 'La gran odalisca' y 'El baño turco'

1. 'La gran odalisca', 1814. Musée du Louvre. 2. 'Louis-François Bertin', conocido como 'El señor Bertin', 1832. París, Musée du Louvre. 3. 'Ruggiero libera a Angélica', 1819. París, Musée du Louvre. 4. El célebre tondo 'El baño turco', 1862, mide 108 cm. de diámetro. Musée du Louvre. 5. 'La condesa d'Haussonville', 1845, The Frick Collection, Nueva York.
1. 'La gran odalisca', 1814. Musée du Louvre. 2. 'Louis-François Bertin', conocido como 'El señor Bertin', 1832. París, Musée du Louvre. 3. 'Ruggiero libera a Angélica', 1819. París, Musée du Louvre. 4. El célebre tondo 'El baño turco', 1862, mide 108 cm. de diámetro. Musée du Louvre. 5. 'La condesa d'Haussonville', 1845, The Frick Collection, Nueva York.
Charo Ramos Madrid

22 de noviembre 2015 - 05:00

"Ingres dejó tras de sí uno de los episodios más bellos de toda la pintura del siglo XIX y fue el último soplo de Rafael, el maestro de Urbino". Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, se muestra así de contundente ante La gran odalisca, un icono de la historia del arte donde el pintor francés realiza un homenaje al célebre retrato de La Fornarina al usar también un turbante a modelo de pañuelo. Es la única tela que cubre la anatomía de la modelo en el que está considerado el primer desnudo "como ejercicio de placer, por la pura idea de sensualidad" de la pintura europea, según los comisarios de la exposición monográfica Ingres que mañana inaugura en Madrid la Reina Letizia y que podrá verse hasta el 27 de marzo en la primera pinacoteca española.

La gran odalisca, más allá de su vocación universalista y su devoción por el clasicismo que representaba Rafael, perdura hoycomo ejercicio de libertad creativa y colectivos como el feminista lo han convertido en emblema de sus reivindicaciones. El cuadro fue un encargo que los Reyes de Nápoles (Joaquín y Carolina Murat) le hicieron en 1813 a Ingres, para quien sin duda fue una obra muy especial porque le dedicó numerosos dibujos preparatorios. Inserto en la tradición de las bellas diosas con alta carga erótica, en la estela de la Venus de Urbino de Tiziano y la Lucrecia de Luca Giordano, Ingres quiso recrear aquí el ambiente de los harenes que habían sacado a la luz las Cartas de Lady Montagu, la esposa de un diplomático inglés que viajó en 1716 a Turquía. El pintor entregó el cuadro en diciembre de 1814 pero nunca pudo cobrarlo porque los Murat habían huído de Nápoles. En 1819 lo expuso en el Salón de París junto al no menos voluptuoso Ruggiero libera a Angélica, pero fue la odalisca la que se llevó las mayores críticas con su carácter "obsceno" e "indecente". El autor no logró que la Corona francesa lo comprara para los museos reales y un año después se lo vendió al conde Pourtalès, chambelán del rey de Prusia, por 1.200 francos. En 1899 el Louvre pagaría 60.000 francos a un marchante para quedarse con este símbolo de Francia cuya fama el propio Ingres multiplicó mediante numerosas pequeñas versiones como La gran odalisca en grisalla, que el Metropolitan de Nueva York ha cedido ahora al Prado.

La azarosa historia de esta pintura, que Picasso consideraba "un ideal de belleza" y donde Ingres se basó, para renovar el género del desnudo, en la luz y el movimiento, simboliza la sinuosa fama de este artista inclasificable en el contexto europeo. Ingres desconcertó durante años a los historiadores y críticos que querían reducir su arte al retardatario gusto neoclásico. Por ello, la primera monográfica que se le dedica en España incluye más de 60 de sus originales y presenta a Ingres, según Miguel Zugaza, "como cumbre de la pintura europea del XIX, modernizador del clasicismo y fecundador de las vanguardias", toda vez que Picasso, Miró, Dalí, Picabia y Matisse, entre otros, le ofrecieron admirados tributos.

Con la colaboración del Museo del Louvre y la decisiva participación con 13 de sus obras del Museo Ingres de Montauban -localidad natal del pintor-, al que el artista donó su colección y su biblioteca, esta muestra que patrocina la Fundación AXA descubre al gran público todas las facetas creativas de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867), un pintor del no hay ninguna obra en las colecciones públicas españolas. Para colmo, el lienzo que del pintor posee la Casa de Alba, Felipe V imponiendo el Toisón de Oro al mariscal de Berwick, tampoco se encuentra ahora en España -en su hogar del Palacio de Liria- sino en Dallas, en una muestra de obras maestras del patrimonio de la casa ducal.

El conjunto que ha reunido el Prado es difícilmente repetible y en él, además de La gran odalisca, se encuentran otras piezas fetiche de la historia del arte: El baño turco, cuya contemplación en 1905 conmocionó tanto a Picasso que le llevó a pintar dos años después la obra que inauguró las vanguardias, Las señoritas de Avignon, y Napoleón I en su trono imperial, procedentes del Louvre.

"Por circunstancias históricas complejas Ingres no está representado en las colecciones públicas españolas y esta revisión integral de su figura permitirá al visitante comprender y analizar la particular relación del maestro francés con los movimientos artísticos de su tiempo (el neoclasicismo, romanticismo y realismo), que no consiguieron desvirtuar su estilo ni su indómito criterio. Ingres engrandeció los géneros del retrato, el desnudo y la pintura de historia porque fue un extraordinario dibujante que nunca dejó de buscar la perfección y la libertad", analizaba en la presentación de este proyecto a los medios el director adjunto de conservación del Prado, Miguel Falomir, atento a los prejuicios que en su época enfrentó Ingres, al que se identificó erróneamente como un reaccionario opuesto a la libertad romántica que abanderó Delacroix, hasta el punto de que su nombre se convirtió en metáfora del apego a la norma artística.

Porque fue precisamente su rechazo a etiquetas y escuelas el que hizo de Ingres un precursor del lenguaje de las vanguardias y la abstracción. "Su arte encontró su eco entre artistas de diversos signo desde el final de su carrera hasta nuestros días", recalca el comisario institucional de la muestra, Carlos González Navarro, que en su artículo para el catálogo de la misma investiga la influencia que ejerció en algunos de los pintores españoles más sobresalientes del XIX y principios del XX, inluidos también Sorolla y Federico de Madrazo, a cuyo padre, José de Madrazo, había conocido mientras ambos eran aprendices en el taller de David, el gran baluarte parisino de la pintura neoclásica.

"Ingres fue siempre más allá de las corrientes, siguiendo su inspiración natural", asegura el experto del Louvre y principal comisario de esta exposición, Vincent Pomarède, para quien esto puede apreciarse claramente en los retratos, que realizó por encargo desde joven y que permiten trazar el hilo conductor de esta muestra, que se inicia con una imagen juvenil del pintor, lleno de energía, y se cierra con la mirada descreída y severa del Autorretrato a la edad de 78 años que envió a la Galería de los Uffizi de Florencia. Otras obras maestras del género que pueden verse el Prado son El Señor Bertin, procedente del Louvre, una magistral visión del cuarto poder a través de la enérgica representación de un magnate periodístico que escucha a su interlocutor antes de replicar, o la elegante Condesa de Haussonville, estrella de la Frick Collection de Nueva York, que se refleja en el espejo y cuyo vestido azul tanto nos recuerda a los tejidos y exornos que luce La condesa de Vilches de Federico de Madrazo, presente en la colección del Prado.

Otra posible vía de aproximación a la obra de este artista es la música. Ingres era un apasionado melómano y durante su adolescencia fue segundo violín de la Orquesta del Capitolio de Toulouse, ciudad próxima a su natal Montauban en la que estudió Bellas Artes antes de formarse en el taller de David en París.

"Ingres quería crear melodías a través del cuerpo femenino desnudo", valora Pomarède. Y si la música es sobre todo variación y repetición, ese ideal está plenamente expresado en el hedonismo acuoso de El baño turco, donde se exalta la curva como forma perfecta, de nuevo en un contexto exótico. "El cuadro representa un harén pero es abstracto porque con curvas, torsos, líneas y un trabajo de luz muy refinado crea un discurso pictórico sobre la belleza y el cuerpo en todos sus estados, sin tener en cuenta el tema o el sujeto", continúa Pomarède.

En las efigies de Ingres hay siempre un diálogo permanente con los retratos -en su mayoría expoliados- que conoció en el Museo Napoleón de París y con los que posteriormente estudió en Roma, capital a la que llegó en 1806 y donde permaneció 18 años que marcaron definitivamente su estilo. Esta peculiar síntesis entre clasicismo y manierismo se aprecia también en la composición dedicada a la liberación de Angélica quien, con su cálida palidez nacarada, trata de zafarse del ataque del dragón mientras aguarda a que San Jorge la socorra. El estudio al óleo sobre un fondo rojo-anaranjado, que acompaña a otros de los grandes cuadros de esta muestra, subraya las articulaciones del cuerpo y la hendidura del sexo de Angélica hasta convertirla en un paradigma del erotismo contemporáneo.

El repaso a la obra de Ingres se completa con las pinturas de historia que realizó en Roma y con las pequeñas pinturas trobadeur donde, además de a la antigüedad clásica, acude a la Edad Media y el Renacimiento como coartada para dar rienda suelta a su obsesión por los artistas que admiraba, caso de Rafael y Leonardo da Vinci (al que cita en Francisco I asiste al último suspiro de Leonardo da Vinci, cedido por el Petit Palais).

Ingres también cultivó con fortuna la pintura religiosa, tanto en su variante más íntima, con la Virgen adorando la Sagrada Forma del Louvre, ejecutado a semejanza de su adorado Rafael, como en obras monumentales como Jesús entre los doctores del Museo, donde desborda su maestría para el color y la puesta en escena.

Los retratos femeninos en la intimidad, con los que se cierra la exposición, marcan la cumbre de la carrera del artista montalbanés. En reconocimiento al apoyo del Museo de Montauban, sin cuyos préstamos, como El sueño de Ossian, no hubiera sido posible esta cita, el Prado le ha cedido once de sus mejores retratos, de El Greco a Sorolla, para mostrar un recorrido por la historia del género en España que se verá a partir del 4 de diciembre en la localidad natal del pintor, en cuyo cementerio está enterrado también el presidente de la Segunda República Española, Manuel Azaña.

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