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Isabel Mellado pone música de violín a su debut en la literatura El silencio come música

  • La intérprete chilena, que forma parte de la OCG, presenta esta tarde en la librería Babel 'El perro que comía silencio', una colección de relatos "hechos con los sentidos"

Érase una vez un perro que miraba a las cosas con irreverencia, que buscaba el lado salvaje de la vida, que ansiaba la libertad... Érase una vez un chucho, un perro que comía silencio. Érase una vez un libro de relatos con el que la violinista chilena de la Orquesta Ciudad de Granada (OCG) Isabel Mellado debuta a lo grande en la literatura.

"Es un perro que es toda una declaración de principios, aunque guardando las proporciones, claro... Flaubert decía: Madame Bovary soy yo. Pues el perro Croqueta también soy un poco yo. Es un perro muy inquieto, que va de un lado a otro, que le gusta mucho la libertad y el silencio. Porque si la música es uno de los ejes de este libro, el otro es el silencio", explica Mellado, que esta tarde presenta El perro que comía silencio (Páginas de Espuma, 2011), en la librería Babel.

Mellado escribe desde que alcanza a recordar, casi al tiempo que comenzó sus estudios de violín en Chile. En aquel entonces la literatura era algo más íntimo, -"consideraba que escribía para mí, para mi uso personal", asegura-, pero su llegada a Granada después de una estancia de 15 años en Alemania fue "como una explosión" en su vida. "Llegar a España y reencontrarme con el castellano fue como una fiesta del lenguaje. Me interesa mucho la historia que se cuenta, pero también cómo se cuenta. Me apasiona el lenguaje en sí mismo y también las imágenes que crea. Nada más llegar a España me puse a escribir muchísimo. La luz me llamaba mucho la atención, iba a todas las lecturas y recitales que podía... y nació El perro que comía silencio", cuenta apasionada Isabel Mellado.

El libro se compone de tres partes que simbolizan los tres movimientos de un concierto. Todo arranca con Mi primera muerte, una metáfora del primer libro que acaba de ver la luz. La segunda, La música, se completa con Huesos, la tercera, que se compone de haikus, greguerías y aforismos, algunos de los cuales van acompañados de dibujos realizados con el iPhone.

La música y el arte aparecen en este libro "como una especie de tabla de salvación". "Intento captar mucho las atmósferas, los sabores, los colores... Es un libro hecho con los sentidos", confiesa Mellado, que también cree que la soledad "bien llevada" es otro de los ejes de sus textos. "Es una soledad rodeada de animales, con entusiasmo por el arte y por los objetos inanimados. Yo he tenido una relación larguísima y muy intensa con un objeto que es el violín, y aunque a veces se le puede olvidar a uno que es un instrumento, es un objeto que me ha causado tanta felicidad durante los conciertos y el estudio personal que hace que lo sienta casi como si estuviese personalizado", opina.

Para escribir El perro que comía silencio, Mellado se ha dejado llevar en parte por el inconsciente. Por eso cada relato ocupa lo que ocupa, sin otro corsé que atender a sus necesidades más íntimas: "Creo que a veces el inconsciente puede ser más sabio y te va a guiar mejor. Puede que tú quieras que un personaje haga una cosa y lo tienes bien amarrado, pero puede resultar que el personaje se arranque y haga lo que considere que tiene que hacer, y eso me gusta mucho. Tienes que dejar que la escritura misma se busque su forma y su extensión. Es bueno que las cosas sucedan con libertad".

Isabel Mellado. Páginas de Espuma. Madrid, 2011

Dice el perro que comía silencio: "¿Que por qué me fascinan los gatos? Porque son algo así como el resumen de la noche, sobre todo los negros. Pienso que si logro finalmente despedazar a alguno liberaré todos los amaneceres que contiene". Con descaros tan persuasivos como este se descubre la escritora que escondía Isabel Mellado (violinista hispano-chilena de la OCG). Desde la serenidad del anonimato, ha ido Isabel reuniendo esta colección de cuentos y aforismos que se revelan como la sorpresa de la temporada: un primer libro incontestable por exquisito y maduro.

Son relatos con debilidad por lo irracional y fantástico -y la música siempre como animal de fondo-, debilidad por no sé qué surrealismo doméstico que insiste, desde planos imposibles, en una realidad desenfocada: extraña y sin embargo íntima. De las pequeñas tramas a las pinceladas de estilo, de los títulos (Carne de espejo, Mi primera muerte, Ombligo o(m)bliga, Eternidad 77x53) a la galería de personajes (un chelo, el número cinco, un cuadro, la gramática, una gallina), todo en el libro delira maravillosamente. Porque Isabel juega al idioma en los sótanos de la conciencia, y ahí lo lúdico no está reñido con lo más o menos trascendente: "Ya no estoy sola. Una salchicha está de visita en mi estómago".

La brevedad de los relatos (el más extenso ocupa seis páginas) se extrema en la última de las tres partes del libro, Huesos, donde encontramos aforismos de toda condición: absurdos, irónicos, orientales, intelectuales, enigmáticos o ingeniosos. Escaparate de dichos -en verdad greguerías- que hacen gala de una lucidez en sentido contrario, una lucidez que viene de vuelta. Aplausos a este lado.

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