Actual

Joaquín Sabina Viagra para los oídos

  • El cantautor de Úbeda congrega a cerca de 8.000 espectadores en el Palacio de Deportes con su gira '500 canciones para una crisis', una apuesta sobre seguro

Un concierto de Joaquín Sabina con el repertorio de 19 días y 500 noches es como tomar una pastillita azul llamada Viagra; asegura un final más que feliz pese a alguna que otra disfunción. En el caso de la actuación de ayer en el Palacio de los Deportes, abarrotado por más de 8.000 espectadores, el cantautor de Úbeda recordó canción a canción su disco más memorable, el que le situó definitivamente por encima del bien y del mal. En una entrevista reciente, Risto Mejide invitó a su Chester al artista que fuma Ducados y le soltó que, desde este trabajo, no ha escrito nada que valga la pena. Y el autor no tuvo más remedio que reconocer que sí, que desde entonces no ha llegado a esta altura igual que ningún saltador de pértiga ha igualado los 6,15 metros de Sergei Bubka.

Así que el plusmarquista nacional de la poesía hecha canción saltó al escenario con los primeros compases de Ahora que, un tema que hace 15 años no incluyó en la gira de presentación del disco, lo que hace una idea del material altamente inflamable que tenía entre las manos, una frase que no admite dobles lecturas para un hombre que ejerció de fauno durante años y que ahora admite, con cierta tristeza, que milita en el club de la monogamia. Cuando presentó 19 días en el programa Séptimo de caballería, defendió que esta canción habla del instante justo previo al enamoramiento. "Después estás perdido", confesó. "Y los que sigan amándose apasionadamente después de cinco años son unos cerdos", continuó ante una Mercedes Milá con los ojos como platos, más que de costumbre.

Después llegó el turno de la canción que da título al disco, una rumbita canalla que empezó a escribir para Siempre Así, aunque el grupo sevillano que actuó en la despedida de soltero de Iñaki Urdangarín la desechó porque no se atrevían a pagar "las cuentas de gente sin alma, que pierde la calma con la cocaína". Es un tema que normalmente canta hacia la mitad de sus conciertos, como si fuera una especie de Red Bull para los ánimos de los espectadores; pero ayer llegó a las primeras de cambio para resumir buena parte de la caricatura que el propio Sabina se ha creado a lo largo de casi 40 años de carrera. Drogas, mujeres, noches, alcohol, malas compañías y amantes clandestinas antes de abordar Barbie Superstar, un tema para el que bien podría haberse inspirado en la biografía de Sofía Mazagatos. "Cantar en Granada es cantar en casa", dijo el artista recordando sus años universitarios en la ciudad, donde también conoció la música de Bob Dylan, al que homenajeó con la canción Ese soy yo.

Hace 15 años, el productor del disco, Alejo Stivel, acabó por convencerle de que su voz de lija sonaba mejor al desnudo, aguardentosa, lo que ha dado pie a que, desde entonces, todos los que intentan imitarle acaben pareciéndose más a Lola Flores que al propio Sabina. En Una canción para la Magdalena, su voz aguantó mejor el tirón que en otros temas más exigentes -pese a las gárgaras que hace religiosamente antes de las actuaciones, como se pudo ver en el documental El símbolo y el cuate- . El tema de las prostitutas ya lo había manoseado con anterioridad, una temática que ya ha dado por cerrada porque en esta canción resumió todas sus inquietudes al respecto. No así en la vida real, pues según relata Benjamín Prado en su libro Destruir una canción, durante la grabación de Vinagre y Rosas en Rota llamó a un par de lumis de la zona para cantarles sus nuevas composiciones. Y sin tocarles un pelo, porque el cantautor sólo buscaba buenas compañías y, el mundo al revés, un público al que pagar para que escuchara sus canciones. "Y si la Magdalena pide un trago, tú la invitas a cien, que yo los pago", cantó pese a que, en su momento, un fan de Bilbao le envió una carta con la factura de los tragos de la Magdalena. Sabina pagó con una nota en la que escribió: "Cualquier reincidencia haría romper el encanto".

A mis 40 y diez es más un epitafio que una canción con la que celebraba sus 50 años. Sabina, que de niño soñaba con vestir pantalones largos, se hizo mayor sin encontrar un sitio entre los adultos. Esquivó la crisis de los 40 y se plantó de forma jovial en el medio siglo para cantar que había decidido no dejar "un duro" a su prole -la editorial en la que registra sus canciones se llama El Pan de mis Hijas-. "Y cuando a mi Rocío le escueza el alma y pase la varicela, y un rojo escalofrío marque la edad del pavo de mi Carmela", cantó Sabina pese a sus reticencias previas a mostrarlas sin pixelar en sus versos. "No quería parecerme a Julio Iglesias", dijo en una ocasión haciendo referencia al disco De niña a mujer.

El cantante que se jacta de no haber cambiado un pañal en su vida prosiguió a través de la voz de Jaime Asúa con El caso de la rubia platino, la canción que hubiese escrito Raimond Chandler. El público ya estaba definitivamente comiendo en su mano, igual que hace 15 años, en el mismo lugar y a la misma hora, sólo que por entonces las primer filas estaban atestadas de gente de pie sudando y saltando y, ayer, con una respetable fila de butacas con respetables espectadores.

En Donde habita el olvido, con unos acordes de blues que le hacen ganar respecto al disco, Sabina cantó un tema para el que le robó los versos del título a Luis Cernuda; una escena que más de uno habrá vivido y pensado, despertarse, mirar al otro lado de la almohada y pensar "demasiadas cervezas". Aquí está la razón de que en los últimos años no haya dejado casi ninguna canción de las que te cogen por las solapas; escribe magníficos versos, pero ya no cuenta historias.

Igual que en Cerrado por derribo, dedicada de forma sibilina a su ex, la maniquí mallorquina Cristina Zubillaga. Si alguien le ha dado alguna vez vueltas al significado de "la limusina del polvo por Manhattan", encontrará la respuesta en el libro Perdonen la tristeza; es, ni más ni menos, que un memorable coito en un gran coche en Nueva York. Y cuando se refiere a Los versos del Capitán, rememora cuando, en un avión, sorprendió a su pareja, que no tenía ninguna ínfula literaria, leyendo detenidamente a Pablo Neruda, lo que enterneció a un hombre que en su casa necesita escaleras para llegar a lo más alto de sus pobladas estanterías de libros.

Su biografía también aparece disfrazada en Pero qué hermosas eran, donde el autor de Cuernos canta una de las pocas escenas de todos sus discos en la que él es el burlado, recordando cuando su pareja londinense Sonia Tena le entregó un papelito en el que le escribió los nombres de todos los hombres con los que le había sido infiel; y para rizar el rizo, le explicaba las razones... Completó 19 días y 500 noches con una parada especial en De purísima y oro, donde riza el rizo de cantar a la posguerra y que no parezca un mitin del PCE. Tan orgulloso está del tema que, si llega a su casa su admirado Juan José Millás para grabar sus Conversaciones privadas, es la canción que elige para darse fuste ante el escritor.

Pero el concierto no terminó y el cantautor prosiguió con temas como Y sin embargo, la balada del infiel donde eleva a categoría de arte lo que en la vida real suele tener mucho de prosaico, lo que de paso resume a grandes trazos lo que significa el arte.

Y pese a que ha escrito más de 300 canciones, la que sigue levantando ipso facto al respetable de sus asientos es Princesa, un tema que compuso en 1985 y que es el propio público el que ha impuesto en sus conciertos. Peces de ciudado Contigo condujeron al final de los finales con Pastillas para no soñar, el manual de supervivencia sabinero antes del marichalazo. En los chascarrillos previos estaba más que presente el Pastora Soler que sufrió en Madrid; Sabina respondió con dos vigorosas horas de concierto.

El hombre que bautiza como nadie sus achaques volvió a su habitual mala salud de hierro para demostrar que, a sus 55+10, el cura que escuche su confesión no ha entrado todavía en el seminario...

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios