Tribuna

Tener criterio propio

Retrato de Federico García Lorca.

Retrato de Federico García Lorca. / Archivo (Granada)

El lunes 5 y el martes 6 de junio, a las diez de la noche, se pone por primera vez en Granada Federico, en carne viva. El lugar escogido para un estreno tan esperado no es otro que el emblemático Corral del Carbón. La espectacular puesta en escena corre a cargo de Karma Teatro, bajo la dirección experta de Miguel Cegarra, y está incluida en el ciclo Teatro en el Corral del Carbón. Corpus 2023, organizado por el Patronato de la Alhambra y Generalife, con la colaboración del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada.

Quienes siguen mi producción dramática no dejan de preguntarme cómo he llegado hasta Federico, en carne viva desde mi “teatro indigesto”, en donde el inconformismo, la provocación y el desenmascaramiento campan a sus anchas. La respuesta, evidentemente, es compleja y, como tal, abierta a todo tipo de opiniones. Algunos estudiosos consideran que Federico, en carne viva contiene rasgos “indigestos”; otros, en cambio, piensan que se trata de una “evolución” propia de una “creatividad desbordante y sin límites”. Me resulta difícil pronunciarme a favor de una u otra; aunque creo que ambas están cargadas de razones, me inclino por una respuesta intermedia, pues Federico, en carne viva es, a un tiempo, continuidad y ruptura.

Lo cierto es que, como decía mi madre, vivir en la Vega de Granada, a poco más de diez kilómetros de lugares como Fuente Vaqueros y Asquerosa (la actual Valderrubio), imprime carácter. Imposible abstraerse del mundo de Lorca cuando, un día sí y otro también, paseas por las veredas que sortean sus alamedas (choperas), escuchas el trino de las alondras, sientes los suspiros que reman por los ríos que la cruzan, inhalas el tufo hediondo de las aguas estancadas y, en fin, pierdes la mirada hacia una luna de inequívocos trazos lorquianos. Eso, antes o después, acaba pasando factura.

Pero fue Alfonso, un sencillo hombre de Valderrubio, que de pequeño conoció a Federico, quien me dio la clave para mi acercamiento al poeta-dramaturgo de la Vega, cuando me dijo que había un problema con Federico y que no era sino la existencia de muchos “barniceros”. Me hizo gracia la palabra utilizada, ya que jamás la había oído (tampoco se encuentra en el diccionario de la academia). Agradable conversación, a la que dimos punto final con una conclusión que me abrió algo más que los ojos: las capas de barniz de una “oficialidad” interesada han hecho de Federico un mito, muy alejado, por desgracia, del ser humano. En definitiva, que había que profundizar en el autor de Yerma y de El público.

Investigación

Tres años de investigación, leyendo la obra de Lorca, su correspondencia y las entrevistas que le hicieron, me permitieron “conocerlo”. Fue como una suerte de bajada a los infiernos de la mano del propio Federico. A partir de aquí, si quería saber algo de él, solo había un camino: preguntárselo directamente, sin intermediarios. Además, con ello hacía un guiño al poeta, pues llegó a invitarnos a tener criterio propio sobre las cosas, evitando así cualquier tipo de manipulación. En definitiva, nos animaba a dejar de ser ignorantes. Pues eso.

Si, además, tenemos en cuenta que Federico es como un recinto arqueológico, es decir, siguen apareciendo documentos que, en cierta medida, modifican pasajes biográficos que muchos daban por cerrados y definitivos, estaba y estoy en la obligación de levantar la voz, voz que, en un primer momento, tiene un nombre: Federico, en carne viva. Sin duda, vendrán más “momentos”.

Pero… ¿cuáles son los objetivos de Federico, en carne viva? Básicamente, dos: reivindicar la obra surrealista de García Lorca y desenmarañar la madeja de su postrera relación sentimental con Juan Ramírez de Lucas (el Rubio de Albacete). Ambos motivos, a su vez, quedan reforzados con otros: gritar a viva voz cuáles eran sus verdaderas pretensiones creativas, clarificar las razones de su no salida de España ante el inminente conflicto, concretar su relación con Granada y profundizar en su teatro “bajo la arena” como proyección de su propia existencia. Ambos hechos son decisivos en la vida de Federico. El primero, porque el teatro “bajo la arena” es una mirada catártica que el propio Federico hace a su interior; es la manera de gritar todo aquello que no puede confiar a sus paisanos, de vociferar las esencias de su yo en una ciudad “jano” cuyas calles provincianas lo agobian y encorsetan. El segundo, porque la apasionada, aunque breve, relación con Juan será determinante para el futuro inminente de Federico: su amor por el manchego acabará costándole la vida.

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