Un completísimo y cuidado volumen sobre el actor

La importancia de llamarse Michael

  • La editorial Fulgencio Pimentel acaba de publicar 'La gran vida' ('The Elephant to Hollywood'), el libro de memorias del gran Michael Caine

Michael Caine (Londres, 1933) en un fotograma de 'La huella' (1972).

Michael Caine (Londres, 1933) en un fotograma de 'La huella' (1972). / G. H.

Si echo la vista atrás, Michael Caine parece haber existido siempre. Lo descubrí siendo niño en una de esas películas que te sentabas a ver los sábados por la noche sin saber exactamente de qué iba. ¡Ah, qué años aquéllos! El teniente Caine, vestido con una casaca roja y tocado con un salacot blanco, defendía heroicamente un pequeño enclave del ataque de miles de guerreros zulúes, mostrados con inopinado respeto. En las décadas siguientes, el actor fue apareciendo en otras películas que me gustan mucho, en otras que no me gustan tanto y en alguna que no creo que vuelva a ver jamás; un título: Evasión o victoria (1981).

A Caine lo hemos visto tantas veces, tantísimas veces, que ha acabado siendo como de la familia. Hoy, en la base de datos IMDb se le reconocen 170 créditos como intérprete. En La gran vida (The Elephant to Hollywood), un libro de memorias exquisitamente editado por la editorial Fulgencio Pimentel, el actor, consciente de esta prodigalidad excesiva, cuenta que cada vez que se encontraba con Frank Sinatra, y hubo un tiempo en que lo hacía a menudo, éste le preguntaba: ¿Cuántas películas has hecho hoy?

Portada de 'La gran vida' (Fulgencio Pimentel, 2019). Portada de 'La gran vida' (Fulgencio Pimentel, 2019).

Portada de 'La gran vida' (Fulgencio Pimentel, 2019). / F. P.

Las enormes dificultades pasadas hasta hacerse un hueco en el mundillo explican tanta largueza; Caine evoca en su libro la época en que se sucedían los días, las semanas y los meses sin recibir ninguna oferta. No fue el único en pasarlo mal: "Había otros que merodeaban por ahí esperando que cayera algo, y entre ellos se encontraban Sean Connery, Richard Harris, Terence Stamp, Peter O'Toole y Albert Finney", recuerda.

De otros no queda siquiera el nombre. En el caso de Caine, la suerte acabó sonriéndole y, en tres años, cosechó tres éxitos consecutivos: Zulú (1964), en la que tuvo que disimular su acento cockney a favor de un inglés atildado, Ipcress (1965), réplica adulta del cine de agentes secretos, y muy especialmente Alfie (1966), una interesante producción un tanto olvidada (pero es que la cinefilia dominante vive hoy en un radical tiempo presente).

Desde entonces, Michael Caine ha trabajado sin interrupción temeroso de que su buena estrella se apagara: "Inconscientemente, pensaba que mi buena suerte no duraría, que debía acumular tantas películas como pudiera mientras durase la racha y ganar lo máximo posible antes de encontrarme de vuelta en la cola del paro", confiesa.

Caine se muestra especialmente agradecido con su personaje de Alfie Elkins, un mujeriego incorregible que hoy haría trizas la trituradora de lo políticamente correcto. Alfie lo convirtió en una estrella. El actor recuerda que a finales de los 60, de paso por Taiwan, se llevó una chica a su cuarto; la policía china irrumpió en su habitación con malos modos, exigiéndole la documentación, y la joven se largó a toda prisa; al entregar el pasaporte, el jefe de policía no pudo ocultar su sorpresa: "¡Alfie! ¡Eres Alfie!", y de ahí no pasó la cosa.

El libro abunda en anécdotas de este tipo; más de medio siglo de profesión da para mucho. Durante su primera estancia en Hollywood, coincidió con John Wayne en la recepción de un hotel: "Eres el de la película esa, Alfie, ¿no?", le preguntó el cowboy eterno, y añadió: "Chaval, vas a ser una estrella, y si quieres seguir siéndolo recuerda esto: habla bajo, habla despacio y no hables mucho". Este libro está escrito de esta manera; en voz baja, despacio y revelando lo justo para entender la persona. Se agradece. La gran vida se lee de un tirón.

Alfie, el seductor irresistible. Alfie, el seductor irresistible.

Alfie, el seductor irresistible. / G. H.

Los libros de memorias suelen utilizarse para adecentar el recuerdo que el interesado pretende dejar a la posteridad. Algo de esto hay, por supuesto. Caine ofrece su perfil más fotogénico, lógicamente, pero se agradece también su cercanía. El retrato final es verosímil: el actor se presenta como un tipo a quien le gusta vivir bien y que ha tenido la oportunidad de vivir muy bien gracias a su trabajo.

El artista conoce perfectamente qué títulos han contribuido a forjar su reputación: La huella (1972), El hombre que pudo reinar (1975), Vestida para matar (1980), Hannah y sus hermanas (1986), etc. Y no oculta lo obvio: la ingente cantidad de productos de rebajas que ha aceptado con fines exclusivamente monetarios. Un ejemplo: Caine aceptó participar en El enjambre (1978) exclusivamente para pagar la mudanza desde Inglaterra a los Estados Unidos.

El actor tiene muchos créditos en su haber de los que no puede sentirse orgulloso: Tiburón, la venganza (1987), En tierra peligrosa (1994), Embrujada (2004). Michael Caine resume su filosofía laboral con una frase lapidaria: "Si hay algo peor que recibir un mal guion es no recibir ninguno".

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