La mujer geométrica | Crítica

El imperio de los sentidos

  • La editorial Almuzara publica la 'La mujer geométrica', la última novela de Vicente Marco donde se cuenta la historia de una pasión destructiva

Portada del libro.

Portada del libro. / R.G.

La mujer geométrica (Almuzara) se abre con una cita de Madame Bovary, ya saben, la historia de una quijotesa que se echa a los caminos para vivir una aventura romántica similar a las aventuras románticas de las novelas que le han sorbido el seso. En cambio, en el íncipit de esta novela resuenan ecos de Tolstoi: "En aquel tiempo que hoy parece tan lejano, podíamos considerarnos una familia feliz", dice la protagonista de La mujer geométrica.

Como recordará el lector, el íncipit de Ana Karenina trazaba una aguda distinción entre las familias felices, que son todas iguales, y las familias tristes, que lo son cada una a su manera. Ana Karenina también cuenta la historia de una mujer casada que arroja todo por la borda para arrojarse ella a los brazos de un galán engañoso.

Entre otros posibles referentes quizás esté Cincuenta sombras de Grey, pero no podría asegurarlo porque no he leído el best-seller de E. L. James. Tampoco he visto las películas que ha inspirado pero, si he entendido bien algunos comentarios, hablaría de una relación de sometimiento y dominación sexual trasladada a nuestra sociedad líquida. La memoria cinéfila me susurra al oído la melodía de El último tango en París, una magnífica película de Bernardo Bertolucci de cuando el tiempo era sólido. Tal vez haya que tenerla en cuenta, no sé.

Sara, la protagonista, es nieta o bisnieta de Emma Bovary o Ana Karenina

La protagonista de La mujer geométrica, Sara, es nieta o bisnieta de Emma Bovary o Ana Karenina, una mujer embarrancada en los arenales de la rutina conyugal. De su relación con Humberto, su marido, confiesa: !Hablábamos durante horas o, más que hablar, actuábamos durante horas. Representábamos el papel que cada cual se había asignado. Hasta que poco a poco fuimos hundiéndonos en la desidia con mayor resignación, conscientes de que carecíamos de remedio!.

Un día, Sara descubre un mensaje comprometedor en el móvil de su hijo; todo indica (pero no) que el chico mantiene una relación con una mujer mayor. Resuelta a descubrir de quién se trata, Sara sale de su zona de confort y conoce a un hombre diez años menor que ella, Rodri, que la introduce en un mundo de juegos eróticos, perversiones y transgresiones, que le ponen el mundo patas arriba. Lo repito: patas arriba. Sara rompe con su marido y se lía la manta a la cabeza sin evaluar las consecuencias.

Al tal Rodri le gusta ponerla a prueba -la desafía a masturbarse en público, a entregarse a otros, a entrar en locales clandestinos en donde imperan los sentidos- y ella se empecina en no decepcionarlo. Esta aventura temeraria no tardará en cobrarle peaje. Que no es el peaje que ella (o el espectador) habría imaginado.

Reconozcamos en primer lugar la capacidad de Vicente Marco para desbaratar nuestras expectativas. El autor maneja con audacia e insistencia la técnica del twist ese giro imprevisto de los acontecimientos, ese retorcimiento o retortijón del argumento, que nos obliga a desandar el camino o subir cuando creíamos descender o echar a correr cuando pensábamos poder sentarnos a esperar. Los twists son tantos, y alguno tan radical, que la lectura se convierte en un acto acuciante: ¿Cómo diantres acabará esto?, se pregunta el lector.

¿Cómo diantres?, se preguntó al menos este humilde servidor. Ahora bien, no seríamos enteramente justos si redujéramos todo el meollo a simple habilidad técnica. Hay algo más: Vicente Marco consigue crear (o recrear) el vértigo de una relación que se pasea constantemente por el filo de la navaja. El deseo es aquí una fuerza que todo lo puede, una sed que el agua no sacia, un fuego que nada lo apaga, etcétera. En las aventuras sexuales de Sara hay algunas insolencias dignas de mención. Insolencias no de tipo erótico. Insolencias éticas. Hay varios pasajes incómodos. Muy incómodos. No diré más.

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