letras 80 años del héroe que encarnó Arnold Schwarzenegger

Ladrón, mercenario, pirata, rey

  • Con motivo del octogésimo aniversario del nacimiento de 'Conan el Bárbaro', la Editorial Cátedra ha publicado una antología de sus mejores relatos en la colección 'Letras Populares'

Los niños de mi generación descubrimos a Conan el Bárbaro en las páginas de los tebeos Marvel, allá por los años 70; seguramente no era la lectura más indicada para nuestra edad -nuestros padres no imaginaban la extrema brutalidad de aquellas viñetas-, pero nada puede hacerse ya. Luego, en nuestra adolescencia, Conan el Cimerio saltó a la gran pantalla con el físico rocoso y el gesto pétreo de un individuo de apellido imposible, Arnold Schwarzenegger, quien lo incorporó (no lo interpretó) en dos ocasiones: en Conan el bárbaro (1982), una excelente película de John Milius que se ha aquilatado con el tiempo, y Conan el destructor (1984), un divertimento de Richard Fleischer, rancio ya cuando su estreno. Sólo al final nos atrevimos con las historias de Robert E. Howard publicadas por la editorial Bruguera; en realidad, reescritas y retocadas por L. Sprague de Camp. Ahora que se cumple el octogésimo aniversario del nacimiento de este guerrero de un tiempo y una tierra salvajes, Javier Fernández le ha consagrado un muy recomendable volumen: Conan. La reina de la Costa Negra y otros relatos (Cátedra). Sería el caso de hablar, creo, de justicia poética.

El padre de la criatura, Robert E. Howard, nacido en 1906, era hijo de un médico rural, que desempeñó su profesión en lugares recónditos de la América Profunda, y una mujer enfermiza, amante de la poesía, que le inculcó su pasión por la lectura (Parece ser que Howard leía cuanto se le ponía delante, libros, periódicos, revistas, carteles). De su madre heredó asimismo una complexión delicada, que fue motivo de burlas en su infancia. Con una tozudez típica de niño solitario, al crecer se entregó a una una serie de deportes, entre ellos el boxeo, que le permitieron cincelar sus músculos y fortalecer su autoestima; ese culto al cuerpo rotundo se lo llevaría luego a sus ficciones. Desde muy pequeño, tuvo claro que lo suyo era la literatura -a los dieciséis años había publicado unos primeros cuentos y poesías-, pero su padre, que prefería "una profesión con futuro", lo matriculó en la Escuela de Comercio de Brownwood. Con el mismo tesón con que extrajo un coloso de sus adentros, Howard se convirtió en un escritor profesional con veintipocos años. En 1924, a los dieciocho años, vendió su primer relato a la revista Weird Tales, y a los veintidós ya se dedicaba a escribir a jornada completa, ¡ay!, el sueño frustrado de más de uno.

A principios de 1932, Howard compuso un poema fundacional, Cimmeria, una "sombría descripción de una tierra boscosa y lúgubre -escribe Javier Fernández- que guarda reminiscencias de las Vidas paralelas de Plutarco y de Dark Valley, la región natal del escritor". O sea, un paisaje surgido de la semilla de los recuerdos y de sus muchísimas lecturas, una geografía mítica que clamaba ser poblada por criaturas no menos portentosas. Howard escribió entonces El fénix en la espada, primera aventura oficial de Conan, que Weird Tales publicaría en diciembre de aquel 1932, ahora se cumplen ochenta añitos. En su introducción, Javier Fernández incluye el fragmento de una carta donde el autor explica cómo nació el cimerio: "Recuerdo que durante meses había sido incapaz de componer nada vendible. Entonces el nombre Conan pareció crecer de pronto en mi mente sin mucho trabajo por mi parte y de inmediato un torrente de historias fluyó de mi pluma -o, mejor dicho, de mi máquina de escribir-, casi sin esfuerzo por mi parte". Antes de suicidarse en 1936, con la terca determinación de otras ocasiones, puso punto final a una novela y veinte relatos con Conan como protagonista -algunos, por su extensión, auténticas novelas cortas-. Este volumen recoge cinco entre los más apreciados por la afición: El fénix en la espada, La torre del Elefante, La reina de la Costa Negra, Más allá del Río Negro y Clavos rojos.

El triunfo del personaje no se basa en la fuerza de su espada, por descontado, sino en su fuerza como idea. En palabras de Javier Fernández: "Howard se alinea con el salvaje, pero no con el tópico del buen salvaje. Sus bárbaros denuncian la civilización que corta inexorablemente el hilo que une al hombre con lo natural, provocando la muerte individual y la decadencia social". A través de Conan, se celebra el individuo libre, al margen de la sociedad, que se guía por el instinto y un primordial sentido de lo que está bien y lo que está mal. Todo lo tosco que se quiera, Conan es un arquetipo y personifica un anhelo que me hace pensar en aquella pieza de Franz Kafka, Deseos de ser piel roja; Robert E. Howard -quien seguramente no la leyó- habría hecho suyas sus líneas más famosas: deseos de cabalgar "sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida", con una espada al cinto y una llanura interminable por delante. A Conan lo veremos en las vestes de ladrón de caminos, mercenario, pirata e incluso rey, pero ante todo será un espíritu libre.

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