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Letras en un entorno hostil

  • Numerosas escritoras del XIX cultivaron el gótico · Su relación con el género tiene explicaciones que van desde lo puramente económico a la sublimación erótica

Todo el mundo sabe que los humores de una joven a orillas del lago Leman vieron nacer a uno de los monstruos clásicos de la modernidad. Pocos saben, sin embargo, que fue una inglesa amante de los relatos góticos -Ann Radcliffe- quien ideó el concepto de lo bello y lo sublime. O que la más tenebrosa aparición fantasmal se encuentra en un pasaje de Cumbres Borrascosas.

La relación entre mujer, pluma y fantasmas pareció un trío bien consolidado durante todo el XIX. Autoras como Mary Shelley, Ann Radcliffe, Elizabeth Gaskell o las propias hermanas Brontë son claros ejemplos de ello. Las explicaciones son numerosas. Hay quien habla de una mayor cercanía de las mujeres a la tradición oral, de la que se nutren muchas de estas historias. Desde la psicología, este apego femenino por el horror se explica como una sublimación erótica inconsciente. Otras teorías hablan de una especie de traslación: estas mujeres no hacían más que trasladar fantásticamente una realidad amenazante o un agudo sentimiento de inadaptación. O tal vez, simplemente, sólo fuera un asunto comercial: el de terror y misterio es el género que más disfrutan ingleses y anglófilos. En el siglo XIX, era un género con un alto índice de ventas y la manera más fácil de conseguir espacio, nombre y dinero.

En los últimos meses han sido varias las editoriales que han sacado a la luz los nombres y las obras de algunas de estas autoras que son, en muchos casos, desconocidas para el gran público. De ellas, quizá la más famosa sea Elizabeth Gaskell, de la que Alba Editorial ha publicado una recopilación de sus relatos de misterio en Cuentos Góticos. Gaskell, que se inició tarde pero exitosamente en el mundo de la literatura, es sobre todo conocida por haber escrito la primera biografía de Charlotte Brontë, al año escaso de su muerte. Las historias recopiladas en Cuentos Góticos fueron apareciendo, año tras año, en los números navideños de Household Words -la revista literaria de Charles Dickens-. Nada sorprendente: espíritus y navidades han sido un binomio clásico en la tradición inglesa.

Dentro de esos nueve relatos, Gaskell se mueve por distintos terrenos. Hay cuentos, como La Historia de la Vieja, que parecen haber servido de inspiración para numerosas historias de aparecidos. En otros, como en La clarisa pobre y La historia del caballero, aborda el tema del dopplegänger. La bruja Lois se zambulle en la recreación histórica, deshilachando, a partir de personajes multifacéticos, el famoso juicio a las brujas de Salem. La mujer gris, el más propiamente gótico de todos los relatos, aborda la naturaleza del miedo y en Curioso, de ser cierto, nos invita a jugar con los personajes de los cuentos de hadas.

Aunque Henry James la llamaba "cerebro con ropas femeninas", lo cierto es que Vernon Lee (Violet Page) usaba trajes de sastre y ofrecía una imagen indiscutiblemente andrógina. Javier Marías publica en su Reino de Redonda Amor Duree, uno de los relatos más conocidos de la prolífica autora -Vernon Lee cuenta con un corpus de más de cincuenta obras entre ficción, poesía y ensayos-. Violet Page era una intelectual de altos vuelos. Además de inglés, hablaba francés, alemán e italiano. Viajó por toda Europa y residió la mayor parte de su vida en Florencia, desde donde escribió sus obras y desde donde colaboraba con TheYellow Book -una revista literaria británica en la que participaron autores como H. G. Wells o William Butler Yeats-. A pesar de su desparpajo en todos los géneros, Vernon Lee es conocida, sobre todo -y a su pesar- por sus historias de terror. Amor Duree relata la historia de un estudiante fascinado por el retrato de una ponzoñosa dama renacentista que terminaba asesinando a todos sus amantes.

Vernon Lee nunca contempló sus historias sobrenaturales como la parte central de su creación literaria pero, sin embargo, han perdurado mucho mejor que sus ensayos de arte, muchos de los cuales pueden parecernos ahora irremediablemente plúmbeos, además de dispersos.

Editorial Periférica saca a la luz La nieve, de Johanna Schopenhauer. La madre del famoso filósofo alemán fue, al parecer, la primera autora alemana que adoptó la escritura como profesión y una de las pocas, además, que no recurrió a seudónimos masculinos para firmar sus obras -a diferencia de otras escritoras decimonónicas, como George Sanz, las Brontë o nuestra Fernán Caballero-. Sus padres se encargaron de que recibiera una espléndida formación y terminó estableciéndose en Weimar, donde fundó un salón literario al que acudía Goethe. Precisamente, el ambiente de este salón es el que la autora recrea en La nieve, en el que retoma una leyenda alpina.

Aunque algunos estudiosos sostienen que la vida en la rectoría de las Brontë no era tan lúgubre ni tan aislada como se ha querido dar a entender, lo cierto es que su existencia, hasta sus novelescas muertes, debió ser cuanto menos complicada. Muy probablemente las Brontë se sentían -como apunta Terry Eagleton- atrapadas en una sociedad que las usaba como sirvientas de calidad, incapaces de valerse por sí mismas aunque se supieran intelectual y tal vez moralmente superiores a muchos.

De pequeñas, las hermanas fueron enviadas a un lúgubre internado para hijas de clérigos del que dos de ellas -María y Elizabeth- regresaron a casa moribundas. Los ahorros y esfuerzos hacia una carrera de importancia se desviaron hacia su hermano, Branwell, opiómano y alcohólico. El padre era uno de esos predicadores del miedo: practicaba el tiro y vivía convencido de que el Apocalipsis se acercaba. El cementerio de la parroquia, en el que descansaban su esposa y sus hijas muertas, era visible desde la rectoría y a él irían llegando, en implacable orden, Branwell, Emily y Anne, en el plazo de dos años. Charlotte moriría en 1840. Jack Brontë, el padre, sobreviviría a todos sus hijos. Con semejante ambiente y circunstancias, no es de extrañar que, desde muy temprano, los hermanos idearan todo tipo de válvulas de escape. Inspirados por un juego de soldaditos, durante su adolescencia, crearon el mundo imaginario de la Ciudad de Cristal (Verdópolis). Posteriormente, se pondrían a trabajar por separado: Charlotte y Branwell en las Crónicas de Angria, Anne y Emily, en el Reino de Gondal. Precisamente, dos de los cuentos de Angria -La nobleza de Verdópolis y El Hechizo- son los que la editorial Imágina ha decido recuperar dentro de su colección La Ciudad de las Damas.

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