Reedición de 'El lobo de mar'

La aventura no es sólo la aventura

  • En estas fechas, el sello Literatura Random House ha recuperado una de las mejores novelas de Jack London en una muy atractiva edición diseñada por el ilustrador Ignasi Font

Edward G. Robinson, a la izquierda, en el papel de Larsen.

Edward G. Robinson, a la izquierda, en el papel de Larsen. / G. H.

Un transbordador que hace la ruta entre San Francisco y Sausalito es arrollado por un vapor a causa de la densa niebla que cubre la bahía. Los viajeros del transbordador se precipitan en las aguas heladas; hay quien es arrastrado por la corriente mar adentro y quien muere ahogado allí mismo. Humphrey Van Weyden, el narrador de El lobo de mar (Literatura Random House), se aferra a un salvavidas y aguanta a flote hasta ser rescatado por una embarcación proveniente de San Francisco.

Se trata de la goleta Fantasma, rumbo al mar de Bering, a la caza de focas. La tripulación está compuesta en su mayor parte por ingleses y escandinavos, gente de la peor estofa que el capitán mantiene a raya sin grandes esfuerzos. Lobo Larsen es peor que el peor de ellos. A bordo, lo odia del primer al último marinero y, a su vez, él desprecia a todos y cada uno sin excepción. La balanza se mantiene así en equilibrio.

Portada de la reedición de 'El lobo de mar'. Portada de la reedición de 'El lobo de mar'.

Portada de la reedición de 'El lobo de mar'. / G. H.

Además de un carácter feroz, Lobo Larsen tiene una mente voraz. Van Weyden dice del capitán que ha pensado mucho y hablado muy poco durante la mayor parte de su existencia. Larsen ha leído las obras filosóficas más influyentes de su época -Charles Darwin, Friedrich Nietzsche, Herbert Spencer- y se ha convencido, y el mundo le da la razón, de que la fuerza ha de entenderse como una forma natural de justicia y que en la debilidad reside un error esencial, existencial, que ha de arrancarse de cuajo.

Larsen representa un esbozo turbador del superhombre nietzscheano, un espejo en el cual uno obligaría a mirarse a algún que otro jerarca hodierno. Larsen tiene una inteligencia tan contundente como su diestra; el capitán desmonta cualquier convicción con la misma facilidad con que derribaría a cualquiera de un puñetazo. Esta inteligencia portentosa, no obstante, no lo hace inmune al malestar implícito en toda forma de conocimiento, llámenlo melancolía: "Cometí el mayor de mis errores -confiesa en unas líneas memorables- el día en que abrí un libro".

Larsen contrarresta esta desazón con una absoluta falta de escrúpulos. Humphrey Van Weyden tendrá una buena prueba de ello nada más subir a la goleta. El capitán se niega en rotundo a llevarlo a tierra: ha perdido a un marinero y el azar le brinda la posibilidad de cubrir la vacante enrolando al náufrago. Se inicia entonces una doble travesía exterior e interior, física e intelectual. El civilizado Van Weyden -un caballero que había vivido de las rentas paternas hasta entonces- aprenderá qué significa jugarse el pellejo, día tras día, en la lucha contra los elementos.

Esta lección pragmática la completan las apasionantes discusiones con Lobo Larsen. La animadversión no excluye la admiración; la de Larsen es una voz inquieta e inquietante que descubre esos aspectos ocultos o silenciados de nuestros actos. El aguijón del desasosiego se clava en el ánimo del lector. Al igual que en Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe, Moby Dick de Herman Melville o El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad -Larsen no está lejos de Kurtz-, la aventura no es sólo la aventura.

Esta novela inspiró una muy buena película de igual título, estrenada en 1941. Lo más llamativo de esta versión son los drásticos cambios de roles en el dramatis personae acometidos por el guionista Robert Rossen. Humphrey Van Weyden, sin ir más lejos, es relegado a un segundo plano, mientras un personaje secundario más del gusto hollywoodiense, el rebelde George Leach, ocupa la primera línea de acción. ¿Consecuencias? Leach se lleva a la chica, aunque en la novela moría, y Van Weyden muere en el film, aunque fuera él quien inicialmente robara el corazoncito de la dama.

En el apartado interpretativo, sin duda, el principal reto fue hallar un actor "a la altura" de Lobo Larsen. Edward G. Robinson, muy distinto físicamente del personaje, satisfizo con creces este cometido: su Larsen tiene quizás menos aristas, no menos intensidad. A pesar del bricolaje dramático, la historia funciona. El director Michael Curtiz -quien, al parecer, estaba atravesando una grave depresión durante el rodaje- exacerbó los elementos más sórdidos de la historia convirtiendo El lobo de mar (The Sea Wolf) en una obra esencialmente acre, negativa. Y se obra el milagro: al que le guste la novela, le encantará la película.

Jack London no ha dejado de inspirar a otras formas narrativas. Ahora, el sello Literatura Random House ha recuperado este clásico en una edición con ilustraciones de Ignasi Font. Lobo Larsen se niega a morir.

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