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Loco amar, negocio de rameras

De: Fernando de Rojas. Compañía: Teatro Clásico de Sevilla. Dramaturgia y versión texto: Alfonso Zurro. Intérpretes: Roberto Quintana, Nacho Bravo, Alicia Moruno, Moncho S.-Diezma, Montse Rueda, Néstor Barea, Gina Escánez, Carmelo Crespo, Paqui Montoya y Serafín Zapico. Escenografía y vestuario: Antonio Zanonni. Iluminación: Tito Tenorio. Dirección: Ramón Bocanegra. Teatro Alhambra. Fecha: 4 de junio de 2010.

No, no es fácil subir a esta excelencia entre rameras, La Celestina, patrona y trabajadora, puta y señora, bisagra entre los privilegiados y el lumpen, símbolo del mercadeo entre los seres que devino con los primeros vagidos de las sociedades burguesas, la modernidad ramera del beneficio... a escena.

La compañía Teatro Clásico de Sevilla imagino que empezó por el texto. Para ellos Alfonso Zurro adapta e inventa una versión teatral que diestramente abrevia el original, actualizando el lenguaje, facilitando dicción y fluidez de la trama. Lo que sobresale en la puesta en escena de esa textualidad es su inclinación en el balancín de lo tragicómico (recuérdese el título, Comedia o Tragicomedia de Calixto y Melibea) hacia la tragedia. Una lectura que rige toda la puesta en escena.

Tal vez provenga esa inclinación, de cierto acercamiento al texto desde la lectura romántica del sino trágico. De ahí también cierta recreación de lo pánfilo en los personajes de Calixto y Melibea.

De la puesta en escena clásica de la tragedia toma esta Celestina, acertadamente, la presencia en escena prácticamente continua de todos los personajes. Y sobre todo, toma bien el uso en escena del coro: aligera el texto que coloca en boca del coro (el resto de personajes) en vez de largos parlamentos en boca de cada uno.

La escenografía sigue también ese pájaro guía de lo trágico: seis módulos móviles, dos escaleras y cuatro paneles formando arcos de medio punto sirven por todo: casa, cámara, huerto, calle. No hay detallismo plástico en los módulos, y conforme avanza la pieza comienzan a cansar tanto desplazamiento de volúmenes y chirrido de ruedas.

Salvo en la figura de Celestina y en la recreación de los descabezados parlantes de Sempronio y Pármeno, echamos en falta más comicidad resuelta en gestualidad, coreografía de movimientos, destellos en el vesturario o el atrezzo.

Se echa en falta, como contrapunto a la austeridad trágica, lo cómico prendido de la dramaturgia visual. Que el loco amor de Calixto no es el loco amor de los criados, ni son las mismas las cuestiones cuando uno y otros atienden a la honra o a la lealtad ha de visualizarlo plásticamente la escena, y no sólo la dicción o las manos largas prestas al erotismo explícito en putas y criados.

Si a Melibea le falta carnalidad, furor sexual -deseo, complicidad, entendimiento- con Calixto, a éste le sobran tintes de bobo y rombitos en la chaqueta de arlequín. Entre el lumpen de secundarios, de vestuario deslucido, el nivel interpretativo resulta (versus la gran dama, Celestina) pocho, irregular. Ahora bien, bien vale por toda la pieza la excelencia de Celestina que sube a escena Roberto Quintana. Mi pleitesía, Señora, a su brillantez.

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