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A Lorca y Miguel Hernández los unía, ante todo, el origen rural

  • Mari Luz Escribano abre el Congreso Nacional en torno a los dos poetas con un análisis sobre sus respectivas personalidades y su forma de mirar la muerte

El centenario del nacimiento de Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) ha servido para que se nombre se una al de Federico García Lorca en un congreso nacional dedicado a los dos poetas en la localidad natal de autor granadino, Fuente Vaqueros. Las jornadas se abrieron con la ponencia inaugural de Mari Luz Escribano Lorca en Fuente Vaqueros-Miguel Hernández en Orihuela.

"Salvando las distancias", señaló Luz Escribano, "Lorca y Miguel Hernández tenían mucho en común: los dos procedían de un origen rural, campesino, con una infancia abierta al cielo, al sol, a la brisa, al aire de la Vega o de los parajes de Orihuela. Los dos, además, eran esponjas que absorbían todo lo que había a su alrededor, se quedaban impregnados de ello para luego volcarlo en su poesía. Los dos se nutrían del pueblo".

"Sí es cierto que había otras consideraciones", añadió Escribano. "Lorca solía decir: 'yo no soy un hombre, ni un poeta. Sólo soy un pulso herido que se asoma a las cosas del otro lado. Lorca era un poeta muy preocupado por la vida y por la muerte, por su propia muerte".

Para explicar ese extremo, la estudiosa en la obra lorquiana puso como ejemplo el poema Gacela de la muerte oscura, del libro Diwan del Tamarit: 'Quiero dormir el sueño de las manzanas, / alejarme del tumulto de los cementerios./ Quiero dormir el sueño de aquel niño / que quería cortarse el corazón en alta mar'. "Es uno de los poemas más difíciles y más complejos de Lorca, pero tiene su explicación", indicó Escribano. "Antiguamente, en el mundo rural, cuando las mujeres lavaban y planchaban la ropa de cama, las guardaban en un baúl con manzanas y membrillos para darle olor y frescura". "Lo que Lorca quería decir es que quería tener una muerte limpia, quería dormir en una muerte fragante, olorosa, con ambición de pureza, de alejamiento. Él no quería acercarse a los cementerios".

Miguel Hernández, por su lado, era un poeta más implicado con las circunstancias momentáneas de su tiempo, un militante, un combatiente. "El último verso que Hernández escribió en la cárcel, cuando ya se sentía morir, fue: 'Adiós, hermanos, camaradas, amigos/despedidme del sol y de los trigos".

"Tanto Lorca como Hernández estaban muy preocupados por lo social, pero mientras uno escribió desde las trincheras, el otro lo hizo de un modo más sensible", manifestó Mari Luz Escribano.

La razón por la que se piensa que ambos poetas no congeniaron al conocerse fue, "posiblemente, por la diferencia de edad", afirmó la estudiosa. "Lorca era 12 años mayor que Miguel Hernández y, cuando eres joven, eso es un mundo de diferencia. Cuando se conocieron, Lorca estaba ya hecho como poeta. Miguel Hernández era una promesa que estaba cuajando, pero que todavía era frágil".

Escribano recordó la anécdota de un día en que caminaban por el Paseo del Prado de Madrid Alberti, Neruda y Lorca junto a Miguel Hernández. Alguien le sugirió al poeta de Orihuela que podía buscarse un trabajo en la capital y así instalarse en Madrid. Hernández preguntó: "¿Hay por aquí un rebaño al que poder apacentar?". "Ellos, poetas ya consolidados, se miraron entre sí como sin entenderlo. Pero es que Hernández era un poeta muy apegado al campo, al olor de romero, al cuidado de los rebaños... Luego, con el tiempo, haría una poesía muy combativa que no se asemejaba a la de Lorca".

El Congreso Nacional Federico García Lorca-Miguel Hernández, que se desarrolla hasta mañana, contó en la sesión de la tarde con una mesa redonda en torno al lema Miguel Hernández, poeta comprometido, en la que participaron Francisco Javier Díez de Revenga y Francisco Morales Lomas. Luego hubo una lectura poética de Enrique Morón, Fernando de Villena, Fernando Valverde y Daniel Rodríguez Moya. El congreso, organizado por la UGR y el Patronato Lorca de la Diputación, continuará hoy con una ponencia de Genara Pulido.

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