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Louis Malle y el mal salvaje

  • El sello Avalon edita 'Lacombe Lucien', una de las películas más polémicas y turbadoras del francés

Más de 35 años después, tan lejana la reflexión estructuralista e ideológica del cine, resulta extraño regresar a la polvareda que levantó Lacombe Lucien de Louis Malle. Y si aún no ha desaparecido del todo ese polvo sostenido por la polémica política e intelectual es porque uno de los más encendidos detractores del filme fue una de las últimas voces preclaras del pensamiento cinematográfico, Serge Daney, quien por entonces escribía un rotundo artículo (Volverse fascista) en Liberátion denunciando la llegada de otro título de esa mode rétro que, preso del peligroso y desideologizado fetichismo por esvásticas y demás aparejos de reconstrucción, minimizaba los logros y sacrificios de la lucha popular y obrera a partir de una censurable inversión en una interesada inocencia y ambigüedad. Los palos, sin embargo, también llovieron desde la derecha, poco cómoda con el contexto en el que se desarrollaba el filme (no tanto el de la ocupación nazi y el colaboracionismo de la población francesa como el de su carnavalesco y siniestro estertor, cuando todo estaba perdido para las potencias del eje y la comunión con el invasor había dejado de tener cualquier resquicio ideológico, sustituido por el puro autónomo desfile de las bajas pasiones criminales).

Cinco años habían pasado del seminal documental Le chagrin et la pitié de Marcel Ophüls, donde ya se había procedido a desmitificar las actitudes mayoritarias de la población ocupada, que ni por asomo había estado compuesta sólo por maquis y resistentes, cuando llegaba la historia de este campesino joven, noble y bruto al que el azar -una vez que su inexperiencia e impulsividad le alejan de ser aceptado en las filas de la resistencia local- lleva a prestar sus servicios a los colaboradores con la policía alemana, experimentando pronto el goce que la impunidad y la violencia generan en el desmedidamente poderoso. El amor por una joven judía, France Horn, hija de un sastre al que uno de los mentores de Lucien protege y chantajea, enfoca poco a poco su deseo e influye en sus actos, siempre distantes, no obstante, de los deseables en alguien mínimamente maduro (nada cerca, entonces, de los propios de una persona con consciencia política). El filme que dirigió Malle y escribió Patrick Modiano sigue siendo molesto, y no es difícil entender el enfado de Daney tanto en lo ideológico como en lo fílmico, pero es desde luego injusta su inclusión en el revival retro que, desde la inmediatamente anterior Portero de noche, evacuaba de la representación histórica las causas profundas para poner en su lugar la casualidad superficial y sensacionalista, más allá de las convicciones privadas de Malle. Y es que, nos parece, las indudables virtudes de Lacombe Lucien hay que buscarlas más allá del minucioso acto de reconstrucción -ése que llevó de nuevo a la Wehrmacht al pueblecito de Figeac para el contento de no pocos- , allí donde, como nos recuerda el crítico e historiador H. R. Kedward, Louis Malle rompía la cronología de ese pasado concreto, haciendo dialogar tanto la sustancia de la tragedia identitaria compartida por Lucien y France como la imaginería de algunas escenas concretas (las de la tortura) con otros pasmos, anteriores y contemporáneos: Argelia y Vietnam.

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