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Marina Vargas vincula ser y tiempo en su puesta de largo en el CAC

  • La artista granadina, uno de los grandes nombres del arte de nuestro país, presenta la exposición 'Ni animal ni tampoco ángel'

ni animal ni tampoco ángel

CAC Málaga, Hasta el 10 de enero

"Trato de crear en mi contexto mi propio código de imágenes, intentando estructurar con ellas mi identidad, es decir, mi ser en el tiempo, como si todo lo externo lo imprimiera o lo transpirara hacia mi adentro con la intención de construir un universo o hábitat paralelo". Semejante declaración habría hecho las delicias de Martin Heidegger, y así es como Marina Vargas (Granada, 1980) resume y describe su particular aventura estética, poética y, sí, filosófica: nada le es ajeno a una artista voraz, habituada a los más diversos formatos (escultura, dibujo, instalación, fotografía y vídeo) con tal de que ese contexto interno armado desde las afueras resuene en la memoria y la conciencia de quien observa. Para Ni animal ni tampoco ángel, la exposición inaugurada en el CAC Málaga (la primera de Vargas en un museo andaluz), donde podrá verse hasta el próximo 10 de enero, la creadora ha optado por la escultura como primer argumento para trazar la presencia del ser en el tiempo, cuajada a su vez de ausencias, extinción y deseo. La propuesta se incluye en los proyectos de proximidad del CAC, con atención a artistas de complicidad geográfica y plástica, y revela con eficacia la altura de miras de Marina Vargas.

Si la representación del tiempo tiene en la escultura clásica su gran aliado, Ni animal ni tampoco ángel es una selección de doce piezas de este calibre compuestas por polvo de mármol y resina, pero recubiertas con poliuretano expandido (además de una fotografía en blanco y negro). La escultura, como soporte principal, es utilizada como herramienta para cuestionar lo heredado histórica y simbólicamente. Vargas trabaja con formas ya existentes y las cuestiona, no sin violencia, mediante una deconstrucción orgánica, modificando por completo el concepto inicial de las mismas. "Quería sacar lo de dentro afuera, crear una masa orgánica que parece que atrapa a las propias piezas y ofrecer una visión del cuerpo anatómica de lo interior", dijo ayer la artista en declaraciones recogidas por Efe. "El poliuretano no es fácil. Empecé cuando estudiaba en la Facultad de Bellas Artes. Hice una pieza, pero se me iba de las manos. Ha pasado el tiempo y debió de dejar una huella en mí que ha vuelto a salir, lo he vuelto a afrontar y he podido relacionarme con él", explicó, antes de apuntar: "Este material me gusta porque es imprevisible. Me permite jugar con el accidente y llevar a la escultura un gesto, en un intento de llevar algo que no es escultórico a la escultura". Mediante esta organización del caos, la artista recupera así los modelos de escultura propios de la cultura occidental, a los que les aplica la teoría de Paracelso, médico y alquimista del Renacimiento que cultivaba el arte de manera vinculada a la ciencia, la magia, la astrología y la anatomía.

Es así, a través de la deformación, donde la escultura se hace más humana y el ser se sitúa frente al tiempo. Todo termina yendo cuesta abajo, tarde o temprano.

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