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‘Emilia Pérez’, la jefa de la banda
Ciencia Abierta
Cuando este texto escribo las fiestas navideñas languidecen, dando paso al frío mes con connotaciones de dura etapa ciclista. Puede ser el momento de reflexionar sobre el sentido de las navidades, su origen y su naturaleza actual.
En la tradición cristiana la escena del nacimiento de Jesús no puede ser más conmovedora. Tras un penoso viaje para empadronarse en la ciudad palestina de Belén y no hallar un lugar decente para pasar la noche, José y María han de refugiarse en un humilde cobertizo cuidando a su bebé recostado sobre un jergón de paja y calentado tan solo por el aliento de los animales que allí pacían. Quizás el referente más próximo de aquella situación tan paradójica sea la de las parturientas subidas en pateras de juguete, engañadas y extorsionadas por mafias con la promesa de un futuro mejor para ellas y sus retoños.
A veces la historia, real o imaginaria, nos pone ante un espejo con el que mirarnos y preguntarnos cómo hemos podido llegar al lugar donde estamos. ¿En qué hemos convertido esa tradición de humildad, ternura, recogimiento y piedad? Está claro que no se trata de un espejo plano sino uno curvado que distorsiona hasta el esperpento nuestra figura como los usados como atracciones en las ferias antiguas. Y a esa imagen nos hemos sumado como corderitos al dictado de la sociedad de consumo. No creo que sean discutibles los mecanismos que los nuevos profetas del consumismo utilizan para convertirnos a esa nueva religión que abrazamos sin lugar al escepticismo. Media humanidad se adhiere a ella y la otra media suspira por hacerlo.
Toda la labor concienciadora que instituciones, organizaciones o educadores intentamos llevar a cabo durante todo el año estalla como un castillo de fuegos artificiales al llegar el mes de diciembre. Antes incluso. Las ciudades rivalizan por inundar de luces sus calles, plazas, comercios, en una especie de maratón por conseguir el mejor trofeo. No se me va de la mente la delirante escena de un alcalde gallego de distinguido apellido proclamando a los cuatro vientos en un macarrónico inglés que la iluminación de su ciudad es sin duda la más deslumbrante del orbe mundial. Me recuerda a las competiciones verbales sobre el tamaño del miembro viril. Pero no hay que irse tan lejos, en las inmediaciones de nuestra ciudad un centro comercial mastodóntico presume también de ofrecer el sucedáneo de árbol más alto y luminoso de Europa. Cómo íbamos a ser menos.
Tal réplica de las orgías de Calígula, en estas fechas todo nos está permitido. Tenemos que comer y beber más y más caro que el resto del año, desde los mantecados, al turrón o el pavo hasta rematar con el roscón de reyes con haba incluida. Tenemos que regalar y ser regalados, la mayoría de objetos prescindibles pero envueltos y requetenvueltos con toda clase de florituras que, en el mejor de los casos, acaban en el contenedor azul. Y como excusa adoptamos costumbres foráneas como Papá Noel para comenzar pronto la campaña, aunque también tenemos nuestras propias figuras autonómicas como el Olentzero en el País Vasco o el ‘Caga Tío’ en Cataluña, como tampoco podía ser menos. El colofón lo pone la cabalgata de los Reyes Magos, última etapa de ese Tour navideño en el que la espectacularidad, de la mano de la publicidad, y el derroche de caramelos (para regocijo de los dentistas) nos prepara para la última noche mágica. Tampoco mucho que ver con la sencillez que esos virtuales Reyes Magos de Oriente debieron revestirse para adorar al niño Dios y ofrecerle sus mejores presentes. Y si nos queda algo de resuello y de dinero en la cartera (o en la tarjeta de crédito) nos vamos de ¡rebajas! de enero.
Y mientras tanto en esas fechas las plantas de tratamiento de residuos se ven colapsadas por la llegada masiva de los restos de la fiesta, por lo que muchos de ellos acaban alimentando el crecimiento inexorable de los vertederos.
Pero, retomando el título del artículo, la energía eléctrica transformada en unidades de intensidad luminosa se lleva la palma. Cuando las evidencias de cambio climático son cada día más patentes en nuestras latitudes y a nivel global, cuando el ‘Panel Intergubernamental del Cambio Climático’, que agrupa expertos de todo el mundo, nos alerta año tras año de la magnitud del problema, cuando las cumbres mundiales, como la celebrada recientemente en Polonia, tratan de suscribir acuerdos vinculantes para intentar poner límite a la emisión de gases de efecto invernadero o, incluso, cuando los presupuestos municipales no son capaces de atender necesidades vitales de ciertos sectores de la población, todo salta por los aires: políticos, comerciantes, publicistas y consumidores coinciden, esta vez sí, en una impúdica cohabitación.
Volviendo sobre la historia, viene al caso el célebre dicho de al pueblo, “pan y circo”, atribuido a los gobernantes de la antigua Roma –panem et circenses–, que los ofrecían al pueblo a cambio de su obediencia, confianza y, en particular, de mantenerse alejados de los asuntos que preferían conservar dentro de su ‘establisment’ político o, en nuestro caso, luces y consumo a cambio del depósito de sus votos cuatrienales.
De aquí que reclamemos a quienes corresponda “menos luz y más luces” (por supuesto mentales).
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