Monumentalmente íntimo

'El puente sobre el rio Kwai' (1957) y 'Doctor Zhivago' (1965) fueron otras dos superproducciones que confirmaron la maestría del director inglés

Monumentalmente íntimo
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Manuel Sánchez Ledesma

17 de enero 2015 - 05:00

Lawrence de Arabia (1962) es la primera película de David Lean que recuerdo haber visto siendo yo un adolescente. La impresión que guardo de aquella sesión cinematográfica es la de una película demasiado larga en parte por su duración real (cerca de cuatro horas) y en parte porque, quizá sugestionado por tanto desierto, la segunda parte de la película la pasé con una muy desagradable sensación de sed angustiosa. Sin embargo y a pesar de esas desfavorables "condiciones ambientales", una escena de esta superproducción (paradójicamente de las más sobrias de su largo metraje) se quedó grabada para siempre en mi memoria de aficionado al cine.

Se trata del encuentro accidental entre el teniente Lawrence (Peter O'Toole) y el Jerife Alí (Omar Sharif). Mientras que el militar inglés y su guía sacan agua de uno de los escasos pozos de agua existentes en aquellos parajes, vemos al fondo del encuadre una alucinación óptica: un espejismo desdibuja los rasgos de un jinete y su camello que avanzan bajo un cielo abrasador. El plano dura varios minutos y los espectadores quedamos hipnotizados por la borrosa figura que se va acercando, el hechizo se rompe cuando, ante la sorpresa de Lawrence, el misterioso jinete dispara y mata al guía... por beber de su pozo sin autorización. Revisada años más tarde (con una botella de agua de litro al lado), la película me resultó espectacular: esas grandiosas localizaciones inhóspitas que parecen no tener fin y que nos hacen 'sentir' el desierto (de ahí lo de la sed); la sutil coreografía de cientos de extras moviéndose esplendorosamente por la pantalla; la inolvidable banda sonora de Maurice Jarré; la sorprendente aparición de un barco entre las dunas cuando Lawrence llega, al fin, al canal de Suez... y toda una serie de rasgos comunes a todas sus películas que hacen de David Lean un extraño -y maravilloso- híbrido entre los directores de 'oficio' y de 'talento', una rara combinación entre el narrador ortodoxo y el estilista.

El puente sobre el río Kwai (1957) y Doctor Zhivago (1965) fueron otras dos superproducciones que confirmaron la maestría del director inglés para filmar historias a escala épica. Ambas fueron grandes éxitos de taquilla que encumbraron a sus protagonistas (Alec Guinness como el terco coronel que está al frente de los prisioneros que construirán el famoso puente y Omar Sharif y Julie Christie como la atractiva pareja que vive un apasionado amor en plena revolución soviética).

David Lean tenía una especial habilidad para realzar sus películas con excelentes bandas sonoras y así poca gente habrá que no haya silbado alguna vez la Marcha del coronel Bogey -la melodía con que los ingleses vacilaban a sus carceleros japoneses al desfilar en el campo de concentración- o que no se le salten las lágrimas escuchando la balalaika del famosísimo 'tema de Lara' que Maurice Jarre compuso para el Doctor Zhivago.

Esta trilogía de películas bastaría para colocar a David Lean entre la elite de los directores de cine y, sin embargo, es en dos obras que no alcanzaron tanta notoriedad, donde el talento y la sensibilidad del cineasta inglés alcanzan su máxima expresión: Breve encuentro (1945) pertenece a su primera época, es una película de bajo presupuesto en la que se narra la arrebatadora historia de amor que surge de la coincidencia, cada jueves, en una estación de tren de una modélica -y tradicional- esposa y madre británica (Celia Jhonson) y un respetable médico también casado (Trevor Howard). Sus matrimonios y la rigidez moral de la época condenan irremisiblemente al fracaso la apasionada relación que David Lean retrata con delicadeza y detalle y, cómo no, con el melancólico subrayado del maravilloso Concierto nº 2 de Serguéi Rajmáninov que tiene la virtud de apesadumbrar al espectador tal como medio siglo más tarde ocurrirá con Los puentes de Madison de Clint Eastwood, que viene a ser una suerte de camuflado remake de Breve encuentro.

En esta película ya se intuye su estilo intimista y delicado que después trasladará a sus grandes superproducciones donde reflejará con la misma precisión los complejos sentimientos de los personajes que los monumentales escenarios donde se desarrollan sus historias. La hija de Ryan (1970) es, a mi entender, la otra gran obra de Lean. Ambientada en una pequeña población de la costa de Irlanda en tiempos de la Primera Guerra Mundial, narra junto a la lucha de la resistencia irlandesa frente al ejército británico que ocupa la isla, las ilusiones de una joven romántica (Sarah Miles) hija del tabernero del pueblo que aspira -como Madame Bovary- a un amor vehemente y sofisticado que, desde luego, no puede encontrar entre sus rudos vecinos.

Se casa con el maestro de escuela, un viudo mucho mayor que ella (Robert Mitchum), al que considera el único partido aceptable para ella y del que cree -o desea- estar enamorada. Sin embargo, cuando un joven oficial inglés es destinado al mando del destacamento militar del pueblo, Rosy Ryan se enamora perdidamente de él, arrostrando además de las consecuencias de su infidelidad, las de que se la considere una traidora a la causa irlandesa. David Lean dirige con especial maestría a los dos protagonistas (Sarah Miles hace el mejor papel de su carrera y nunca antes habíamos visto a un Mitchum tan sensible y vulnerable) y nos regala unos personajes secundarios maravillosos y entrañables: Christopher Jones como el militar que vuelve lisiado y atormentado por la barbarie de la guerra; Trevor Howard (el mismo de Breve encuentro) como el padre Hugh Collins, un cura autoritario a la vez que compasivo y, sobre todo, John Miles en el papel de Michael, el tonto del pueblo que terminará desvelando el secreto de Rosy.

Lean filma como sólo Ford había hecho antes, los espectaculares paisajes de los acantilados irlandeses, la belleza de una naturaleza unas veces idílica (la de los paseos a caballo de los dos amantes) y otras demoníaca (la impresionante galerna que hace naufragar el barco que transporta armamento) y, nuevamente, Maurice Jarre compone una maravillosa banda sonora para convertir a la película en una autentica obra de arte. En su día fue un rotundo fracaso de taquilla que hizo que David Lean no volviese a dirigir hasta catorce años después la que sería su última película: Pasaje a la India. Muy pocas veces el cine y la poesía se dan la mano, La hija de Ryan fue una de ellas.

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