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Muere Chano Lobato, el gran maestro de los cantes de Cádiz El tito ChanoLa luz que se apaga

  • El artista, fallecido a los 82 años, fue parte de la compañía de Antonio el Bailarín, con quien recorrió el mundo durante 20 años · Su cuerpo será incinerado hoy en SevillaEl cantaor simboliza los cantes ligados, directos, justos. Su historia es la de este arte marcado por la precariedad

Porque nos llamaba a todos "sobrino", era conocido como el "tito Chano". Con la muerte de Juan Ramírez Sarabia, Chano Lobato, se cierra todo un capítulo de la historia del flamenco. Con él termina la tradición gaditana de los "embusteros". Chano, tildaba de embustero a El Beni de Cádiz o a Pericón, sabiéndose hecho con el mismo molde. En sus últimos años hablaba más que cantaba en el escenario. Lo que en realidad enriquecía su cante y su presencia. Contaba mil y una anécdotas impagables propias o de sus coetáneos en la ciudad de la Bahía. Hablaba de Aurelio y de El Chaquetas y de Chocolate y de La Perla, como si los tuviera delante. Y era grande en sus chascarrillos, y era grande en sus cantares, y era más grande aún en su vida como persona.

Cultivado en el cante atrás, Chano era puro compás. Fue el mejor en su estilo. Nadie le hacía sombra en las alegrías, bulerías, tangos o tanguillos. Creó escuela. Antonio Murciano decía de él, que era capaz de meter al viento de levante por bulerías. De ahí su capacidad y su ritmo. A veces ni se le entendían las letras por el soniquete de la fiesta.

Acompañó durante algún tiempo a Farruco y a Matilde Coral, con los que recorrió medio mundo antes de dar el salto en los años setenta para cantar adelante. Con Matilde fue pareja espiritual. Juntos aparecían en programas y entrevistas, recordando esos años de hambre y de cuartito, para cantar para los señores por cuatro perras.

Chano era un payo rubio sin edad. Llevaba cumpliendo 80 años desde hacía ocho. Con 82 años ha ido a cantar al cielo o a relatarles aquello del "candil finisio encendío" que contaba Beni o lo de la calle que le inauguraron en Cádiz, que sólo sirve para que meen los perros, o uno de sus múltiples viajes a Japón. El último, ya octogenario, según cuenta, viajó solo. Cuando se le preguntaba si no temía perderse, decía que él se fijó a primera hora en un grupo de japoneses y que, desde Madrid, los fue siguiendo.

Ahora parece que se ha fijado en un grupo de ángeles para seguir cantándonos desde la Gloria.

Juan Ramírez Sarabia, conocido artísticamente como Chano Lobato, falleció en la noche del pasado domingo en su casa de Sevilla. Maestro del compás, era el mejor intérprete vivo de los cantes de Cádiz, y es que no en vano nació en 1927 en el barrio de Santa María, una de las mecas flamencas de Andalucía, junto a Santiago y San Miguel en Jerez, la Alameda en Sevilla, Alcalá y Lebrija. Chano Lobato padecía desde hace años problemas de salud debido a su diabetes, lo que no le impidió seguir cantando, y bastante bien, pero desde hace dos meses estaba encamado y el pasado fin de semana ya entró en un estado de inconsciencia.

El cuerpo del cantaor será incinerado hoy a las 09.15 horas en el cementerio de San Fernando de Sevilla. Las cenizas serán esparcidas por Triana, el barrio donde vivía, y el mar de Cádiz.

Antonio Benítez, que lo representó en sus últimos años, lamentó su pérdida y resaltó su importancia como memoria de Cádiz. Y es que con Chano Lobato muere el mejor cantaor vivo de los cantes de esta ciudad, aquellos mismos que se forjaron en su barrio y que consolidaría Enrique El Mellizo entre finales del siglo XIX y principios del XX. Chano Lobato no conoció al autor de la célebre malagueña ni pudo oírlo porque no dejó grabación alguna, pero sí aprendió de uno de sus herederos, Aurelio Sellés, maestro de alegrías, cantiñas, bulerías de Cádiz y gran seguiriyero. Chano aprendió a cantar en la Tienda del Matadero, donde solían actuar nombres míticos de Cádiz, caso de José El Morcilla, nieto de El Mellizo; Tía Luisa, la Butrón; Ignacio Espeleta y el padre de Caracol, conocido como Caracol el del Bulto. Cuando a los 15 años fallece su padre en un accidente de automóvil en Vejer, Chano Lobato se busca la vida cantando en los colmados de su ciudad y frecuenta la Venta de la Palma. Aquellos años fueron, sin duda, los peores: se ganaba poco, y muchas veces no se pagaba. Fue cuatro años después cuando tuvo su primera oportunidad: marchó a Madrid con la compañía de Pepe Blanco y Carmen Morrell, pero con los años regresó a Cádiz y estuvo trabajando en la Fábrica de Tabacos.

En más de una ocasión había comentado que fue su esposa Rosario quien le salvó la vida, ya que lo sacó de los ambientes nocturnos y flamencos de Cádiz, del mucho beber y poco comer, de juergas y bailes, y se lo llevó a Sevilla. En la capital hispalense fue contratado por Rafael El Negro en el Patio Andaluz, antiguo Pasaje del Duque.

Fue durante estos años cuando se formó el Chano cantaor de atrás, un especialista en cantar para el baile, un espacio muy poco lucido pero sin duda la mejor escuela para manejar el compás. En Madrid actuó en El Duende y Arcos de Chuchilleros, pero pronto se enroló en la compañía de Antonio el Bailarín, con quien estuvo 20 años recorriendo buena parte del mundo. Posteriormente, cantaría para Matilde Coral.

No fue hasta 1974 cuando Chano Lobato obtuvo un reconocimiento como cantaor solitario. Fue en Córdoba, ciudad que le otorgó, en su Concurso Nacional de Arte Flamenco, el premio Enrique El Mellizo. A partir de entonces comenzó lo más puro de su carrera artística. Manejó todos los tipos de cantes y comenzaron a llegarle los reconocimientos. En 1986 recibió la Insignia de Oro de Morón de la Frontera; en 1996, la Medalla de Andalucía, y tres años más tarde, la de la Provincia de Cádiz.

Entre sus discos más destacados se encuentran Nuez Moscada y Azúcar Cande, que son los más personales. Hace diez años se reeditó un conjunto de grabaciones en un álbum doble. Los periodistas Juan Manuel Marqués y Juan José Téllez escribieron su biografía, titulada Memorias de Cádiz.

Las banderas oficiales del Ayuntamiento de Cádiz ondean desde ayer a media asta en señal de luto por el fallecimiento de Chano Lobato, Hijo Predilecto de la ciudad desde el 6 de septiembre de 2002.

Cuando cumplió 80 años, en 2007, le pusieron una calle en Cádiz. Es una calle estrecha, pequeña, al comienzo del barrio de Santa María. Muy cerca de la de su maestro Aurelio (también un pequeño callejón, en este caso junto al puerto). Cruzando todo el casco antiguo, en el corazón de La Viña, está la de otro de sus admirados paisanos, Pericón, con el que compartió ese gusto por la vida, ese cantar y contar, esa sal que se esparce al universo mundo gracias a la mar.

Chano pertenece a esa larga tradición de cantaores decidores ingeniosos gaditanos, esa cadena que se llama Diego Antúnez, Ezpeleta, Pericón, Beni. Chano es Cádiz. Mesura, garbo, sutileza, finura. Un cante marcado por una geografía: sol, azul del cielo, cal, verde mar, piedra de los palacios dieciochescos. Equilibrio, sobriedad, justeza. Cantes ligados, directos, justos. Un repertorio arrumbado hoy en aras de otras fórmulas, otras geografías, más fotogénicas o grandilocuentes. Arrumbado en la propia ciudad por el auge del carnaval (pese a que nuestro cantaor ha sido un gran divulgador de los tanguillos). Chano es el último representante de esa estirpe de cantaores con chispa. Luz, más luz.

Su historia es nuestra historia reciente. De este arte y de este país, marcada por la precariedad, aunque con final feliz. De ahí el poso de melancolía. De ahí la hondura del que ha vivido, gozado y padecido, que no supieron ver los que lo consideraron un mero cantaor gracioso. Desde luego que tenía gracia, y el arte de contar. Anécdotas propias y apócrifas en el mismo discurso. De Caracol el del Bulto a los Tartessos, de Espeleta a Ava Gadner. En una ocasión tuve la oportunidad de compartir la intimidad de un largo viaje en tren de Sevilla a Madrid con el maestro. Todos estos personajes fueron desfilando ante mis ojos por mor de su verbo prodigioso, nos fueron acompañando desde la ventanilla del vagón, sobre los palpitantes bosques y lagunas de Sierra Morena, contra la pálida sordidez del llano manchego.

Ésta es la historia: el cante atrás, la modestia. La brega diaria del cante para el baile. Los discos están ahí, para que comprobemos si es cierto, como dicen, que cantaba mejor de viejo, cuando le llegó el éxito. La fuerza, el nervio, el amplio registro vocal, el timbre lleno de las grabaciones de los 60 y 70 lo desmienten. Era un cantaor completo, eslabón fundamental de la escuela gaditana, desaprovechado para el disco (en realidad nunca grabó joven: sus primeros registros lo pillan ya con cuarenta y tantos). Y el compás, que lo acompañó siempre. Cualquier intento de análisis de su obra exige un esfuerzo heroico ante esa maraña de grabaciones colectivas descatalogadas, reediciones en compañías fantasmas y bailes de fechas. Oído al cante (1973) es el gran referente en su discografía, aunque difícil de encontrar. Menos interesante por su apresuramiento, aunque más asequible, resulta Aromo (1987). Azúcar cande (2000), fue su última entrega.

Le cantó a Rafael el Negro y a Matilde Coral, con la que compartió en los últimos tiempos una desternillante tertulia radiofónica. Allí le escuchamos hablando de la temprana muerte de su padre, que le obliga a buscarse la vida como profesional del cante para el baile. Primero fue para un bailaor llamado Moncho, en la compañía de Pepe Blanco. Y luego para todos sus contemporáneos. Con Antonio recorrió el mundo. Le cantó en los principales teatros del planeta. Vestido, maquillado: a Chano le gustaba el teatro. Se declaraba discípulo de Mairena. Se basaba en él para montar los cantes. Mairena la inteligencia y Caracol el corazón. Y Cádiz: El Mellizo, El Morcilla, Aurelio, Pericón ...

Recibió el Compás del Cante, La Medalla de Plata de Andalucía y el Homenaje del Festival de La Unión, entre otras distinciones. Y ante, para, por, según, si, con y contra su cante y su vida, Cádiz. Luz. Más luz.

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