Munir Hachemi | Escritor

"Prefiero trabajar de otra cosa a vender ese espacio de libertad que es para mí la escritura"

  • El autor madrileño se estrena como novelista en 'Cosas vivas' (Periférica), un diario ficcionado sobre los efectos de la explotación laboral en la vida de cuatro jóvenes inmigrantes

Munir Hachemi (Madrid, 1989) ha irrumpido con fuerza en el panorama literario con 'Cosas vivas'.

Munir Hachemi (Madrid, 1989) ha irrumpido con fuerza en el panorama literario con 'Cosas vivas'. / Carlos Gil

Leer a Munir Hachemi (Madrid, 1989) se antoja un acto de resistencia, una revolución silenciosa, contra un sistema capitalista voraz y salvaje. Su primera novela, Cosas vivas (Periférica), ahonda en los principales males de nuestro siglo (la inmigración forzosa, la explotación laboral y las atrocidades a manos de la industria alimentaria) sin necesidad de edulcorar una sola página. El escritor madrileño afincado en Granada lo hace a través de un crudo diario ficcionado que protagonizan cuatro jóvenes españoles. La historia arranca cuando los personajes marchan un verano al sur de Francia para ganar algo de dinero en la vendimia. Pronto se darán de bruces con la precariedad.

-¿Qué le lleva a escribir sobre precariedad y explotación laboral?

-A mis amigos y a mí se nos ocurrió años después escribir un cuento, novela, poesía, lo que fuera, basado remotamente en lo que vivimos -en Francia-. Ahí se vio muy bien qué tipo de pathos tenemos cada uno. Uno de ellos escribió varias veces un cuento que ni siquiera sé si llegó a existir. Álex escribió una novela de ciencia ficción sobre repartidores de Glovo en China. Yo escribí lo que iba a ser un cuento y se me fue a las 120 páginas. ¿Por qué hablo de explotación laboral, industria cárnica e inmigración en la novela? Porque es lo que pide la historia. La forma de la novela responde a una pregunta que me hizo Layla Martínez: "¿Cómo hablar sobre el trabajo?". El trabajo es algo que no se aviene a ser narrado. El trabajo es algo rutinario y aburrido a no ser que seas James Bond (ríe ligeramente). Cómo contar la explotación laboral no es fácil, pero me lo planteé como un reto.

-Los protagonistas tratan de adquirir experiencia vital con su viaje. ¿Al final se trata de un engaño más del capitalismo, eso de sentirse menos vacío recopilando experiencias a cualquier precio, no?

Portada de 'Cosas vivas'. Portada de 'Cosas vivas'.

Portada de 'Cosas vivas'. / G. H.

-Claro. Me gusta mucho que me lo señales. A mí la autoficción me interesa porque confunde el narrador con el autor. Esa confusión lleva a que la gente crea que yo soy ese Munir y crea que realmente intento contar los hechos reales tal y como fueron. Este narrador es muy ingenuo, ya que tiene una pretensión de contar la experiencia que es imposible. Contar la experiencia tal y como fue no es posible. Ahí reside lo político de la novela. La experiencia efectivamente en muchos casos se convierte en un valor de cambio. A los escritores les ha pasado siempre, desde los escritores aventureros del siglo XIX. Hoy en día, como todos son escritores porque Facebook, Instagram y Twitter son géneros literarios en sí mismos, todo el mundo necesita experiencias para narrarlas. La experiencia es casi una mercancía. Yo lo definiría como una mercancía con la que traficamos, vendemos y compramos. Y sacamos réditos escribiéndola, claro (ríe).

-¿Entiende la literatura como un acto político?

-La literatura es un acto político, sí. Estamos los que lo aceptamos y los que rechazan esa idea, que también es un acto político. Quizá escribir no, pero publicar es un acto político porque participas en un debate público. Estamos haciendo política aunque no intervengamos en las instituciones.

-¿La literatura también debe ocuparse de las cosas que nos afectan?

-No tiene por qué. A mí me interesa eso. Yo respeto mucho que haya autores que quieran contar otras cosas o cosas que no hayan ocurrido. Incluso el género fantástico también habla de cosas que nos tocan. A mí me interesa contar cosas que en un principio son tan cotidianas que escapan a lo narrable.

-Su novela es, dice en una entrevista, "un viaje de huida de la clase media". ¿No le parece que la verdadera tragedia en su libro es la vida de los curritos que no les queda otra que aceptar esos trabajos indignos?  

-Tiene toda la razón. Lo que está claro es que la situación de los viajeros no es comparable a la de Fabrice. En un club de lectura me dijeron que los protagonistas eran unos niñatos. Sí, son unos niñatos como categoría social, pero no como categoría de juicio. ¿Para qué vas a juzgar a los protagonistas? Si escribiera Cosas vivas 2 sería como los protagonistas se dan cuenta de que nunca fueron clase media. Puede que sus padres sí. Ahora los protagonistas estamos súper precarizados cuando en ese momento esos protagonistas creían que tenían algo de lo que huir y en realidad no. Habrá que ver donde estamos dentro de 10 años.

-La relación entre los cuatro amigos se resiente a medida que sus condiciones de vida empeoran. Recuerdo lo del café soluble y las galletas con sabor a cartón. ¿El capitalismo incita a la autodestrucción?

-Sí, sí. Empiezan una carrera hacia la autodestrucción, sobre todo Álex y Ernesto. Cuando viven experiencias terribles, empiezan una carrera de a ver quién trabaja más horas, quién acepta curros peores, quién come peor, quién duerme menos. Lo de la comida no es para nada anecdótico. En algún momento de la novela digo: "Podría poner los tickets de la compra en vez de escribir esta novela". Contaríamos la misma historia.

El escritor madrileño, afincado en Granada, posa en la sede del periódico 'Granada Hoy'. El escritor madrileño, afincado en Granada, posa en la sede del periódico 'Granada Hoy'.

El escritor madrileño, afincado en Granada, posa en la sede del periódico 'Granada Hoy'. / Carlos Gil

-¿Cómo luchamos contra el capitalismo que nos enfrenta continuamente, en el trabajo, en la vida sentimental?

-Vivimos un momento de reflexión. No hay alternativas al sistema. Lo primero es pensar, pensar en qué no queremos. Hay un momento de la novela donde los protagonistas se sienten arropadas porque tienen un enemigo en común. Lo interesante del capitalismo es que el enemigo no está en ningún lado. Hablo del principio de Foucault según el que el poder no es localizable, está distribuido, es decir, es múltiple. Si no puedes identificar a un enemigo es muy difícil luchar contra él. El capitalismo somos nosotros.

-Se me viene a la cabeza la palabra autoexplotación.

-Yo creo que la autoexplotación es una enfermedad excesiva del sujeto occidental. La autoexplotación no existe. Explotas para otro. Lo que pasa es que la orden viene de nosotros y va contra nosotros. Juego mucho con las conjunciones en el libro. Hoy he ganado dinero y me he hecho vegano. Hoy he aceptado un trabajo y me he fumado mi primer cigarro. La autoexplotación y la autodestrucción, como enfermedades del sujeto, van ligadas. A veces cuanto peor les va a los personajes, más trabajan. Los trabajos son círculos viciosos en los que uno se ve encerrado. En cualquier trabajo jodido hay momentos en los que te dejas llevar por la inercia.

-"El verdadero horror no conoce la estridencias, sólo la rutina y la monotonía", escribe.

-El verdadero trabajo niega todo posibilidad del afuera. No tienes tiempo a todos los niveles, físico y mental, para buscar otra cosa mejor. Estás agotado.

-¿Se plantea dedicarse a la literatura profesionalmente?

-No sé si querría, aunque del mercado no escapa nadie que publique. Te voy a contar un chiste que sale en una novela de Foster Wallace que para mí explica qué es el mercado. Están dos peces jóvenes hablando y se les acerca un pez mayor. Éste les dice: "Hola. ¿Qué tal? Qué fría está el agua". Y se va. Los dos peces se miran y uno le pregunta al otro: "¿Qué es el agua?". El agua es el mercado. Está ahí aunque no lo ves. Vivir de la escritura condicionaría mi forma de escribir en modos que no quiero que la condicione. Para mí la escritura es un espacio de libertad. ¿Por qué se la voy a regalar a ese mundo de la subsistencia si puedo dedicarme a otra cosa? Prefiero trabajar de otra cosa, como poner copas, que coger ese espacio libertad que es la literatura y venderlo para ganar dinero. 

-Su generación, la de Cristina Morales, no sigue un estilo ceñido a unas reglas. Eso me gusta.

-La novela nace como género y es heredero de otros géneros. Pero pasa que hoy en día en realidad no es un género. En términos deleuzianos, la novela ha pasado de ser una línea de fuerza a ser una línea de fuga. ¿Ahora qué es novela? Es lo que no es poesía, ni relato, ni ensayo. Se define por negatividad. ¿Qué tiene que ver El Quijote con El Jarama, Moby-Dick y Cosas vivas? La novela se ha convertido en un cajón desastre donde vamos metiendo todo lo que tiene más de 100 páginas.

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Hachemi, de perfil. / Carlos Gil

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