Noches de amor e insomnio

Libros

Anagrama y Acantilado han unido fuerzas para publicar una biblioteca consagrada a Georges Simenon.

Georges Simenon
Georges Simenon / G. H.
José Abad

07 de noviembre 2021 - 04:00

A menudo, la ficción se compara al sueño pero, ¡qué quieren que les diga!, a pesar de su condición lunar, yo veo la ficción como vigilia en el mejor de los casos –acuérdense de Sherezade, santa patrona de los narradores– y, en el peor, como insomnio; o sea, como un aferrarse tenaz a los sentidos cuando el mundo te invita a claudicar. El insomnio, como trastorno, tiene un no sé qué de maldición divina: “Y tú permanecerás vigilante, mientras el mundo descansa”. Como musa, es diferente: el insomnio es una unción. O una forma de extrañamiento. O un buen comienzo para una novela.

Al principio de Tres habitaciones en Manhattan (Anagrama & Acantilado), el desvelo revela a François Combe la enormidad de su soledad, subrayada por la algarabía de unos vecinos fogosos en el apartamento de al lado. Combe se echa a la calle sin premeditación ni alevosía (la nocturnidad la ha impuesto la circunstancia) para descubrir que Nueva York tampoco duerme. En un restaurante entabla conversación con otra insomne, Kay Miller, que fuma continuamente, bebe sin remilgos y arrastra tras de sí un manto sucio de melancolía. Imaginen la noche como un océano y a ambos como náufragos.

Cuando el amanecer amenaza el cielo, el hombre y la mujer se refugian en un hotel. (Combe, por el momento, no la llevará a casa). Un hotel es territorio franco, un territorio propicio. Allí, el sopor llegará por agotamiento. La metamorfosis sucesiva es harto lógica.

Entre ellos despuntan unos brotes que muy bien pudieran ser de amor. Renegando del día, se exilian en el reino de su enemiga, pues la noche siempre ha sido condescendiente con los amantes. François y Kay caen rendidos cuando el mundo despierta y despiertan cuando el mundo se rinde. El amor es el bálsamo para afrontar la situación, una manera de combatir el insomnio mediante una ilusión. Pero François lleva dentro la negrura y ese desasosegador estado de alerta del insomne lo desparrama encima de eso que está floreciendo. Su organismo se niega a dormir y él se resiste a soñar; el sueño lo rehuye y él rehuye al ensueño.

El insomnio, como trastorno, tiene un no sé qué de maldición divina

En el caso de Georges Simenon las cifras siempre han provocado no poco vértigo. Desde las diez mil mujeres con que dijo haberse acostado hasta el casi medio millar de libros que publicó; según los datos manejados por Stanley G. Eskin, biógrafo suyo, Simenon habría escrito 201 libros con su propio nombre y otros 190 bajo una veintena de seudónimos varios.

A esto debemos sumar un millar largo de textos breves –cuentos, artículos, conferencias– dispersos en periódicos y revistas durante más de 70 años de profesión. Se calcula que Simenon debía de poner punto final a un nuevo libro cada dos semanas. Se sabe que jamás corregía sus escritos –en la relectura, decía, se traiciona la esencia del texto–; sólo así se puede seguir adelante, adelante, de manera inexorable.

Tal ritmo de escritura y la negativa a volver sobre sus pasos le hicieron decantarse por un estilo directo, transparente y exacto, que manejó con una maestría admirable en obras como El fondo de la botella, El hombre que miraba pasar los trenes o Tres habitaciones en Manhattan. Posiblemente, en este último se entregara como en ninguno de sus otros cuatrocientos títulos; Simenon afirmó que si estuviera obligado a huir llevándose una sola de sus novelas, elegiría ésta.

Imaginémoslo robándole horas al sueño para escribirla.

stats