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Nuevo atropello a la obra de Alonso Cano

  • La gran exposición sobre Velázquez que acoge estos días París muestra una copia de la 'Inmaculada del facistol' de la Catedral como si fuera una obra del artista granadino

Sigue la racha de injusticia y desconsideración póstuma para con la obra del gran artista granadino Alonso Cano. La tendencia, ya casi tradicional, de atribuir sus obras maestras a otras firmas más conocidas y populares va aparejada a otra desagradable manía de prestarle obras de segunda como si fueran suyas.

Ese caso grave y escandaloso se ofrece actualmente al público de París en la magna exposición sobre Velázquez. El escándalo no es menor ni baladí. Se trata de la presentación de una copia como obra auténtica, de la escultura más universal de Alonso Cano, la famosa Inmaculada del facistol de la Catedral (actualmente en la sacristía) de Granada.

El pastiche, propiedad del Museo del Patriarca de Valencia, no puede ser comparado en cuanto a calidad artística con la excepcional creación de Cano. No debiera caber ninguna duda ni suspicacia en su rechazo. Confrontando las imágenes fotográficas de ambas piezas se observa la diferencia abismal, en cuanto a valores espirituales respecta.

La auténtica y la impostora

La copia valenciana, aunque decorativa y simpática, es achatada y ñoña, con categoría de chirimbola. No puede ni debe competir con la figura de la genuina. La Inmaculada ( denominada por tradición del facistol ) de la Catedral de Granada es una obra maestra insuperable por su volatilidad y su espiritualidad. Alonso Cano jamás la repitió. A pesar de su tamaño reducido ( poco más de medio metro, 0.55 centímetros exactamente incluyendo serafines y nubes ) deja una estela infinita.

La maravilla que luce en la Catedral de Granada nos estremece con su ternura más allá de su presencia física. Su ingravidez mágica es inimitable. Su éxito fue inmediato desde 1656 y, por cuestiones de seguridad y de visibilidad, pasó de exponerse en el altar mayor, en la cumbre del facistol, a una urna más accesible y vigilada situada en la sacristía.

Según Palomino "ofreció por ella un caballero genovés diversas veces cuatro mil doblones y no se la quisieron dar". Quintuplicaba su peso en oro. La Inmaculada de la Catedral de Granada es la síntesis de toda la vida artística de Alonso Cano quien, a la edad de 55 años, alcanzó la plenitud. En esta Inmaculada, Cano suma y reúne todas sus experiencias estilísticas de Sevilla, Madrid y Granada.

La pequeña escultura, tallada con brillantez, destella reflejos simulando un diamante y transciende hacia un canon de belleza sublime.Es el epítome de la palabra Inmaculada y parece que palabra y dogma fueron creados a partir de la misma. Ensimismada en su espiritualidad su pureza enaltece las almas y los corazones. Esta hazaña es el fruto de una mente privilegiada por encima de las manualidades.

La Inmaculada de la Catedral de Granada, obra cumbre y emblemática de la escultura barroca española, tuvo tanto éxito que fue copiada desde sus principios siendo reproducida en todas partes durante los siglos XVII, XVIII y XIX, llegando incluso a perdurar en los siglos XX y XXI.

Es, probablemente, la talla española más reproducida a lo largo de la Historia. La genuina, la única, el patrón, la referencia temática, el icono que se conserva actualmente en la sacristía de la Catedral de Granada.

Aunque modesta en tamaño, rivaliza en celebridad con otro icono, más carnal éste, la Santa Teresa del genial escultor italiano Gian Lorenzo Bernini, contemporáneo de Cano.

La copia que se presenta en París como de Alonso Cano, sin ningún tipo de reserva ( sin rubor, ni vergüenza ), adolece de las principales virtudes características del original que se encuentra en Granada. A esa copia, que es un poco más grande, le falta el vuelo de la obra original. Sus ojos almendrados y su nariz aguileña traicionan el modelo original. Sus manos, totalmente postizas , pierden todo protagonismo; los pliegues de las mangas son mecánicos, en forma de acordeón. La masa del manto sugiere una vulgar manta y los pliegues de la misma adolecen del ritmo que, en la obra original, nos recuerdan ondas marinas, y sobran las orlas.

Por mucho que el restaurador se haya aplicado en simular el ensimismamiento, no consigue la pureza auténtica que nos transmite la talla de Cano. Esa réplica, expuesta en París, parece algo cercana a la veintena de versiones que conocemos hechas por Pedro de Mena, el más famoso discípulo de Cano. Con mucha prudencia resulta difícil atribuírsela, sin embargo sería más razonable pensar en un seguidor o imitador de Mena. Para cualquier conocedor de la obra de Cano -sea éste profesional, diletante o simple aficionado- que dedique un mínimo de observación, sin necesidad de estudios científicos, su atribución a Alonso Cano resulta inaceptable. Se trata de una de las otras muchas versiones carentes de la genialidad del artista granadino.

De todas las copias aparecidas recientemente en el mercado, sobre todo en las subastas de todo el Mundo, ninguna se puede confundir con la obra expuesta en la Catedral. Para cualquier especialista serio y sensible al código emocional de Alonso Cano no existe ninguna otra versión legítima.

De haber existido otra, desde 1656 ya sería conocida de sobra.

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