Orquesta Nacional de España: la vieja amiga

La ONE, que esta noche inaugura el Festival Internacional de Música y Danza, ha estado ligada al certamen desde sus comienzos bajo la batura de directores como Ataúlfo Argenta, Mehta o Lorin Maazer

Orquesta Nacional de España: la vieja amiga
Orquesta Nacional de España: la vieja amiga
Juan José Ruiz Molinero / Granada

20 de junio 2008 - 05:00

La Orquesta Nacional abre hoy el 57 Festival Internacional de Música y Danza de Granada con un programa dirigido por Josep Pons e integrado por L'Ascensión, de Olivier Messiaen, prólogo de las obras ofrecidas en esta edición con motivo del centenario del nacimiento del compositor galo -entre ellas la Sinfonía Turangalila, de la que hablaremos otro día-; la Música fúnebre de Sigfrido y la Inmolación de Brunilda, de El ocaso de los dioses wagneriano y el poema sinfónico de Richard Strauss, Así habló Zaratustra. La soprano Janice Baird intervendrá en este concierto inaugural que, generalmente, se reserva a grandes acontecimientos, pero que esta vez se ha preferido ofrecerlo a una vieja amiga.

Porque la ONE es eso, una vieja amiga, querida y siempre admirada -incluso lamentando sus momentos de cierta crisis padecidos-, que ha sido pilar fundamental del Festival, sobre todo en sus comienzos, donde era el único conjunto sinfónico que llenaba el capítulo orquestal, seguidor de aquellos de la Sociedad de Conciertos y la Filarmónica de Madrid que con Bretón y Arbós participaban en los conciertos del Corpus programados en el Palacio de Carlos V, que fueron preludio del Festival.

Así, desde 1952, la Nacional, con Ataúlfo Argenta, fue el único referente, el lazo de unión con aquellas sesiones sinfónicas del Corpus y la posibilidad de escuchar repertorios lúcidos de la música española -Falla, Albéniz, Turina, Rodrigo, Halffter, Esplá- y la europea, invitando a solistas de prestigio -Rubinstein, Kempff, Richter, Cassadó, Rostropovich, Menuhin, Alicia de Larrocha, Eduardo del Pueyo, Achúcarro o a figuras jóvenes que ya destacaban en el panorama musical, como Victoria de los Ángeles o Montserrat Caballé, entre otras-.

En 1955, la Nacional, con Argenta, ofreció una emocionada Misa, de Schubert, en la Capilla Real, después de que pusiese, por primera vez en el Festival, la Novena, de Beethoven, con el Orfeón donostiarra y un cuarteto vocal compuesto por Elisabeth Schwarzkopf, Erika Wien, Erich Witte y Bernanrd Sönnewrstedt.

En 1957 fue la última aparición de Argenta con la Nacional, donde dirigió tres conciertos -uno con Victoria de los Ángeles que se presentaba en Granada- y otro donde interpretó una marcha fúnebre premonitoria. En 1958, Toldrá tuvo que dirigir, por la muerte de Argenta, La vida breve que el director cántabro había preparado con Victoria de los Ángeles.

Pronto, desde 1953, empezaron a desfilar los directores invitados, entre ellos Jean Martinón, un joven Lorin Maazel o Lazlo Somogy, que comandó un sensacional concierto, con Kempff de solista. Más tarde se sumarían otros prestigiosos directores, entre ellos Zubin Mehta. Y nunca faltaron los grandes conjuntos corales españoles, como el Orfeón Donostiarra o el Orfeón Pamplonés, amén del coro Nacional.

Se produjo el relevo con Rafael Frühbeck de Burgos, que se presentó al frente de la Nacional en junio de 1960. En 1962, estrenó La Atlántida, en San Jerónimo, con la ONE, el Orfeón Donostiarra y la participación de Victoria de los Ángeles y el barítono granadino Luis Villarejo. Frühbeck amplió los repertorios, se especializó en el mundo sinfónico de Brahms, dirigió Carmina Burana, de Orff, con la Coral de Dusseldorf. En 1964, invitó a Zubin Mehta a dirigir la orquesta. Y al año siguiente la Nacional programó las nueve sinfonías de Beethoven, dirigidas por Mario Rossi, Herman Scherchen y Frühbeck.

Los conciertos para piano y orquesta de Beethoven tuvieron como solista excepcional a Eduardo del Pueyo. Martinón, Mehta y Antal Doratti se sucedieron en la dirección y en 1969, la Nacional y Frühbeck ofrecieron La vida breve y un sensacional Réquiem, de Verdi, con el Orfeón Donostiarra.

En 1970, la ONE y Frühbeck tuvieron especial protagonismo. Se programó un concierto con un verdadero genio del piano, Sviastolav Richter, con motivo del bicentenario beethoveniano, cerrado con "una vibrante versión" de la Orquesta Nacional y el Orfeón Pamplonés, de la Novena, de Beethoven y de la Missa Solemnis, con el Orfeón Donostiarra. Pero ese año hay que anotar un hito en el Festival: el estreno en España de la Octava sinfonía, (De los mil), de Mahler, con los orfeones Donostiarra y Pamplonés, los Niños Cantores de la Catedral de Guadix y dos escolanías de Pamplona y San Sebastián, con la colaboración vocal de Margaret Price, Lou Ann Wickoff, Helen Watts, Ursula Boese, John Mitchinson, Victor-Conrad Braun, Meter Moven y el órgano de Montserrat Torrens. Escribí el 30 de junio: "Un final apoteósico en el que el público, puesto en pie, tributaba una ovación a Rafael Frühbeck, alma de este esfuerzo colosal".

En 1971, por vez primera, en estas jornadas, se reunían tres orquestas: la Nacional -que cumplía 20 años presente sin interrupción en el Festival-, la de Radio y Televisión, con sus coros, y la del Estado Húngaro. El efecto renovador de Frühbeck había dado frutos. Así escuchamos El Mesías, en 1972, y se estrenaron obras de Halffter, -el mismo año que apareció Karajan y la Filarmónica de Berlín-, Bernaola, Montsalvatge, y cedió la batuta a López Cobos y a Gómez Martínez, que debutaba ante su público el 25 de julio de 1975.

Replanteó una 'definitiva' Atlántida en 1977 y fue sucediéndose en conciertos diversos, más esporádicos, hasta prácticamente desaparecer, por la presencia de orquestas extranjeras, que era una necesidad solicitada para que el Festival, musicalmente, fuese más plural y pudiesen contrastarse estilos y sonoridades en el campo sinfónico. Hay que destacar, en estos espacios, la interpretación de la Sinfonía de la Resurrección, de Mahler, en 1979, la excelente versión que Gómez Martínez ofreció del Te Deum, de Bruckner, en 1981, -año que, por cierto, tanta polémica originó la no presentación anunciada de Epiclesis, en versión instrumentada por Guerrero, de Juan Alfonso García y de Paraíso cerrado, que al año siguiente, la ONE, y los coros nacionales, dirigidos por Cristóbal Halffter, interpretaron, subrayando la 'gran emoción y belleza interna' de la partitura de Juan Alfonso-. López Cobos dirigió, también muy brillantemente, La condenación de Fausto, de Berlioz, aquella edición en la que nos cautivó Evgeni Mrawinsky con la Filarmónica de Leningrado.

Otros músicos granadinos han estado presentes con la Nacional, caso de Maribel Calvín, en 1983, en concierto dirigido por Cervera Collado, o García Román, con el Coro de la Orquesta, en Berakof, la voz de nuestra conciencia sefardí, amén del Réquiem, de hace dos años. Y en 1984, con tres conciertos de la Concertgebouworkest, la ONE y el Coro Nacional proponían, dirigidos por López Cobos, el Réquiem, de Mozart, y La vida breve, con Montserrat Caballé, y la participación del guitarrista granadino Carmelo Martínez, mientras la Orquesta y Coros de RTVE interpretaban El rey David, de Honneger, dirigido por Gómez Martínez y otro concierto con la versión "luminosa, cálida, llena de vigor, de fuerza" de la Tercera sinfonía en re menor, de Mahler. Noche en la que Antonio Jara le impuso la medalla de oro de la ciudad al director granadino. ¡Qué buen ciclo sinfónico!

La Nacional estuvo presente, también, en el centenario de George Gershwin en 1998 y en el 'reestreno', de la Sinfonía de los mil, de Mahler, en 1999, con los Coros Nacionales y de RTVE bajo la dirección del reaparecido Rafael Frühbeck de Burgos.

Por último, llegó la etapa de Josep Pons, donde la orquesta adquirió bríos perdidos. Su último concierto revelaba los aires renovadores sobre la consolidación de tantos elementos fundamentales, que a lo largo de este más de medio siglo presente en el Festival, ha reafirmado, con su ductilidad, profesionalidad y poder de adaptación a las máximas exigencias. Entre los estrenos ofrecidos por la Nacional y su coro hay que destacar el último del colosal y emocionante Réquiem, una obra de enorme envergadura del compositor granadino José García Román, en 2005, bajo la batuta de Arturo Tamayo. Esta noche, en un serio y ambicioso programa, tendrá ocasión de demostrar el porqué ha sido durante tanto tiempo, ante de la llegada de los conjuntos europeos, el pilar sinfónico del Festival.

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