Paco Ibáñez, un hombre en paz consigo mismo
El cantante valenciano echó a volar ayer en la Biblioteca poemas y palabras tan libres como su pensamiento: "El silencio es un insulto a la dignidad humana"
Hay tres cosas que Paco Ibáñez aborrece con ahínco: el fútbol, el inglés y los Rolling Stones. Él es un hombre de convicciones inequívocas. Si no le gusta el deporte de la pelota es porque "idiotiza y ofrece una felicidad caduca". No soporta a los Rolling porque están "vacíos de contenido. Si escucháis eso con poca cosa os conformáis". Mucho menos, bajo ningún concepto, aprenderá nunca el idioma de Estados Unidos, "que está invadiendo y destrozando el mundo. Convirtiéndolo en un gran barrizal": "Antes morir que aprender inglés".
Aborrece muchas otras cosas pero en la interesante charla que mantuvo ayer con Tato Rébora en la Biblioteca de Andalucía, abarrotada y suya, habló también de todo lo que ama sin lugar a dudas. "Hubo un día en el que le hinqué el diente a la poesía. En medio de los adoquines, de los semáforos, de las calles, descubrí que también existía la Alta Poesía". Fue con un poema de Góngora. Unos versos que ilustraban una foto de un libro sobre Andalucía. Con La más bella niña comenzó a ser lo que hoy es, aunque él sea también ebanista, hijo de republicano y la herradura de un caballo que se desboca cuando su único destino es galopar libremente.
Lo demostró ayer no sólo con su ideología tajante y en paz sino también con su guitarra. Esa que empezó a tocar en Francia cuando en el Bulevar de Saint Germain alguien le preguntó si sabía acompañar con este instumento en canciones. "Yo le dije que no pero no sirvió de nada y me dijo: ¡ah, da igual!" y así empezó en un sitio parecido a La Tertulia pero a la francesa, con una cantante latinoamericana llamada Carmela y con el hoy reconocido pintor Jesús Soto. Ayer rememoró sus inicios cantando El paraguas del francés Georges Brassens, que cuando escuchó por primera vez le horrorizaba y hoy es para Paco Ibáñez "el autor más grande del mundo". "Yo pensaba cuando llegué a París y lo veía por todos lados: no tiene voz, no se ríe y no es guapo. No entendía que pudiera ser un cantante porque para mí un cantante sólo podía ser como Luis Mariano o Negrete. Pensaba que los franchutes no tenían ni idea de lo que era cantar".
Rememoró el principio en París, a donde tuvo que exiliarse con su familia. Recordó sus primeros escarceos con los versos de 'sus' poetas. Con Alberti, Lorca, Miguel Hernández, Neruda, Celaya, José Agustín Goytisolo... A unos los conoció, como Neruda, con quien al coincidir en un ascensor al ir ambos a un programa de radio le dijo que tenía la voz perfecta para sus poemas. O a Alberti: "¡Cuántas veces me daba una palmada en la pierna y me decía: 'Pirata!. Imagino que era porque nos parecíamos un poco". A otros no pudo conocerlos, como Lorca o Quevedo, pero afirmó que con ellos mantiene "una conversación de otras alturas". Con el Arcipreste de Hita, sin embargo, confesó "me veo a menudo".
La canción que arrancó su aplauso más intenso fue la que cantó a medias con el público, Andaluces de Jaén. Tocó también las coplas de Jorge Manrique. Y cantó, no podía faltar, el A galopar de Alberti que tanto le representa. "¿Cómo se puede medir el valor de una canción como si fuera un diamante?", dijo tras el aplauso. "Pasa que todas ellas tienen el sello de la eternidad". Ese aplauso fue, como lo son todos, el único premio que Paco Ibáñez acepta porque él no está dispuesto a poner "la cara de bobos que se les queda a todos los que recogen premios. Sólo acepto el premio del aplauso".
Cantó y habló de libertad un hombre que alza su voz cuando es necesario: "El silencio es un insulto a la dignidad humana". Se refería al silencio de los que callan en el caso de Garzón. Ibáñez, junto a su compañera Julia, presentarán en Barcelona el martes una plataforma para defender al juez: "Es un clamor de injusticia lo que está pasando con él. Los propios asesinos están metiendo en la cárcel a alguien que defiende a las víctimas". Y habló claro a los jóvenes de la Coordinadora Antifascista que irrumpieron en su acto para pedir el cierre de Farenheit 451: "No he venido aquí para dar un mitin".
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