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Paraíso abierto para Juan Alfonso García

  • El compositor y organista, autor de piezas geniales como 'Epiclesis', marca el nexo de la Granada musical contemporánea con Falla, a través de Ruiz Aznar

El órgano barroco de la Epístola y el romántico del Evangelio de la Catedral de Granada estarán sonando en una plegaria emocionada ante la muerte de Juan Alfonso García, el organista y compositor que durante más de medio siglo estuvo haciéndolos palpitar, envolviendo los grandiosos muros y bóvedas barrocas del templo granadino. Escucharemos, aunque sea en el interior de nuestra memoria emocional, su Epiclesis, entre una importantísima obra no sólo para órgano, coros, voces solistas, sino para orquestas de cámara o sinfónica, cuartetos, dúos y cuantas joyas nos ha dejado el gran maestro que marcó el nexo que, a través de Valentín Ruiz Aznar, llevó a Manuel de Falla a marcar lo más importante de la música contemporánea realizada en Granada, a través de él mismo y de alumnos como Francisco Guerrero, José García Román o Manuel Hidalgo.

Juan Alfonso García nació en 1935 en Los Santos de Maimona, en la provincia de Badajoz, pero en 1946 su padre, secretario de Juzgado comarcal, fue trasladado a Íllora, donde fue con toda su familia. Ese año ingreso el niño en el Seminario para realizar sus estudios eclesiásticos y fue allí dónde conoció a Valentín Ruiz Aznar y escuchando algunas de las obras corales del maestro, sintió aflorar su vocación musical, iniciada bajo la dirección del que fuera amigo de Falla y divulgador de su pensamiento espiritual y estético. Sin Falla no se comprendería la evolución de la música contemporánea y sin Juan Alfonso tampoco acertaríamos las claves de la dimensión que tiene la que me atrevería a definir como 'escuela granadina'.

Y califico a Juan Alfonso García como músico granadino porque nadie puede negarle esa patente, no sólo porque llegó con sólo 11 años, sino porque su formación y, sobre todo, su creación ha estado embebida por ese aliento. Un músico que ha sido mucho más que un organista. Y ni siquiera su obra puede limitarse a las escritas para órgano o coros. En el Festival hemos tenido ocasión de escuchar algunos momentos magistrales de su creación coral u orquestal. Aparte de sus obras corales que la Coral Ciudad de Granada, dirigida por García Román, ofrecía en los conciertos en los templos, junto a los grandes polifonistas andaluces, están los casos memorables de Paraíso cerrado (1982), Tríptico sinfónico (1990) o Epiclepsis I, en el año 2000, sobre el original para órgano, como homenaje a Manuel de Falla, y que fue genialmente orquestada por Francisco Guerrero. Amén de infinidad de obras corales, entre ellas Epitafios granatenses, que estrenó el 6 de julio de 1983 en el Auditorio Manuel de Falla, dentro del 32 Festival, en un concierto de polifonía española a cargo del Coro Nacional de España, dirigido por Enrique Ribó, donde, entre otras composiciones, se presentó Berakok, la voz de nuestra conciencia sefardí, original creación de García Román.

Los Epitafios tienen como base una serie de ellos que el autor recogió de lápidas sepulcrales cristianas que se conservan en el hoy cerrado Museo Arqueológico de Granada y que, en gran medida, revelan una idiosincrasia, un sentido de la eternidad, de la muerte, una preocupación por dejar algo aquí. Obra de intensa emoción, de exquisita sensibilidad, como todas las suyas, expresando ese mundo distante que se desvanece en el tiempo como se pierden las propias inscripciones de las lápidas. En cada fragmento coral del autor late el misticismo, la espiritualidad, la sensibilidad de un compositor que vivifica, incluso, la música religiosa, para darle un sello de personalidad y modernidad.

El 5 de julio de 1982, se estrenó lo que me parece obra cumbre del compositor, donde se aúna su concepción sinfónica y coral, con las esencias más profundas granadinas. Tras asistir a la versión de la Orquesta y Coros Nacionales, dirigidos por Cristóbal Hallfter, escribí: "Paraíso cerrado, sobre textos de Soto de Rojas, es una interiorización sobre el espíritu granadino -paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos-, expresado en un lenguaje donde no existe preocupación por las novedades apriorísticas, pero sí una gran originalidad. El empleo del coro -a veces dispuesto en doce voces-, los hilos de la cuerda o del viento que van creando la atmósfera adecuada, son un prodigio de sensibilidad. Se respira en toda la obra ese aliento poético, pero también una unción religiosa. Una unción que se revela en el Motete, un delicado diálogo del solista con el coro, en un auténtico paraíso ("Sutil más olfato deleitable./ Los brazos tienden este jardín hermoso/ verdores conquistando./ Dulces influyen descanso.") de ecos, sonidos como susurros, ritmos de extraordinaria riqueza. El piano subraya un clima de arpegios impresionistas. El Aria es una profundización emotiva en el espíritu granadino, encanto de lo pequeño, lo sutil, el detalle. Los trémulos de los violines y los pizzicatos de los chelos marcan el ambiente que ha señalado la percusión. Las voces acentúan la emoción contenida, nunca extrovertida.

El Salmo, con una estructura muy tonal, de una espiritualidad y delicadeza incuestionable es una bellísima página que supera cualquier carácter escolástico. La polifonía central, en la más honda tradición de los maestros españoles, es de limpia emotividad, un canto sereno a Dios. Los últimos compases subrayan el texto, que tiene una fiel representación musical: "Tú que si me castigas, me consuelas, / me atribulas y animas, / realegras si me afliges:/ puesto que así me estimas, / que a solas me corriges. / Yo, a la luz que me das, busco quién eras".

El 11 de julio de 2000, escuchamos en el Festival la versión que hizo la London Symphony Orchestra, bajo la dirección de López Cobos, de Epiclesis I, en un concierto que, por cierto, finalizó con la Novena, inacabada, de Bruckner. En esta obra -tantas veces escuchada en homenaje a Falla en el órgano original bajo las bóvedas de la Catedral- se concentra el talento, el misticismo y la honda belleza de la música de Juan Alfonso, con un magistral traslado de la esencia, el espíritu y la base de la obra a la gran orquesta por Francisco Guerrero. Hoy, son dos ausentes, pero estarán siempre en la memoria musical española, andaluza y granadina. Es decir, universal.

Decía que Juan Alfonso no ha sido únicamente el organista de la Catedral, sino que su importante obra ha estado presente no sólo en el Festival de Granada, sino en otros muchos eventos internacionales, entre ellos el de Santander, que estrenó uno de sus cuartetos. Forma parte del legado musical de una ciudad, junto a Falla, y que todos los compositores que le sucedieron -él incluido y primero- crearon el nexo inseparable.

El alma que puso en su música seguro que le abrirá un Paraíso en el que por convicción creía y que supo trasladar a su creación serena, nueva y moderna -como era su espíritu y su persona- y siempre conmovedora.

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