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Un Picasso en danza

  • La vinculación entre el genio malagueño y Manuel de Falla, materializada en el ballet 'El sombrero de tres picos', es el eje del nuevo 'Octubre picassiano'

Uno de los episodios más importantes de la historia de la cultura española tuvo lugar el 22 de julio de 1919 en el Alhambra Theatre de Londres. Fue allí y entonces cuando se estrenó El sombrero de tres picos, el ballet con música de Manuel de Falla (más conocido entonces como Le tricorne, por motivos obvios) basado en la novela de Pedro Antonio de Alarcón, con coreografías de Léonide Massine y la producción de los Ballets Rusos a través de la figura incontestable de Serguéi Diáguilev. Picasso, por cierto, también estuvo allí; y lo hizo a través del diseño de los decorados y los figurines, una experiencia que ya había compartido con Diáguilev para el estreno en París del Parade Satie dos años antes. Este encuentro entre el artista malagueño y el compositor gaditano, afirmado sobre la obra literaria del escritor accitano, significó el final del túnel para la cultura española respecto al exterior, después de siglos de ostracismo y especialmente en lo que a música se refiere. Y este encuentro único e irrepetible entre ambos genios es el eje centro del Octubre picassiano que, como cada año, la Fundación Picasso Casa Natal organiza en Málaga; y lo es en virtud de la exposición Falla-Picasso: Le tricorne, que se inaugurará el próximo 25 de octubre en la misma institución y que podrá verse hasta el 19 de enero.

Según explicó ayer en la presentación del Octubre picassiano el director de la Casa Natal, José María Luna, la exposición recoge un dibujo de Picasso perteneciente a los bocetos que el artista realizó para el decorado del ballet. Además, se mostrarán 32 ilustraciones de figurines, cedidas por el Archivo Manuel de Falla de Granada, junto con diverso material documental que recoge las aportaciones que Picasso y Falla realizaron en la producción artística de este proyecto. Como complemento, y a modo ilustrativo, la Orquesta Filarmónica de Málaga interpretará las suites orquestales 1 y 2 de El sombrero de tres picos (en realidad compuestas por Falla con posterioridad al estreno en Londres, y con motivo del éxito del mismo), los días 25 y 26 de octubre en el Cervantes.

La historia del encuentro entre Falla y Picasso se remonta a 1917, cuando en el Teatro Eslava de Madrid se estrenó una primera versión del ballet (en realidad, entonces, una pantomima satírica) titulada El corregidor y la molinera. Diáguilev acababa de trabajar con Picasso en el Parade y decidió adoptar el proyecto para elevarlo a una categoría europea a través de los Ballets Rusos. El malagueño aceptó encantado, no sólo por la posibilidad de repetir una de las experiencias más fecundas de su trayectoria (la que le llevó a la escenografía), también porque la iniciativa le permitía reforzar sus lazos con la cultura española. Como hacía a menudo en su órbita nacionalista, Falla indagó en los registros folclóricos y populares para dar rienda suelta a su inspiración. La novela de Pedro Antonio Alarcón aportaba el gancho perfecto, con una historia propia del realismo del siglo XIX más cercana al costumbrismo pero asombrosamente rica en las descripciones de ambientes rurales y, sobre todo, de los personajes, que desarrollaban pioneras introspecciones psicológicas. Si Falla significa el esplendor de una música, la española, que mantenía perdidos su brillo y su influencia desde el Renacimiento, frente al apogeo de Italia y Alemania con su abrumador repertorio operístico, el estreno en Londres significó la constatación de que España volvía a tener algo que decir musicalmente a nivel internacional. Picasso, por su parte, siguió las directrices de Falla y, si bien en Parade había impregnado vestuarios y decorados de modelos cubistas de dimensiones a veces casi imposibles, para El sombrero de tres picos presentó una apuesta más en consonancia con lo castizo, aunque el aroma de sus arlequines está presente por todas partes. Ambos, Falla y Picasso, tuvieron razón: el estreno del ballet recibió encendidos elogios y demostró aquello de que las identidades particulares pueden abrazar lo universal; más aún si, como es el caso, no está exentas del sano ejercicio de la parodia.

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