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  • Martin Scorsese se suma a la amplia nómina de cineastas que han sucumbido a los cantos de sirena de la publicidad

Con The key to Reserva, Martin Scorsese inaugura un nuevo modelo de anuncio-estrella en la ya larga tradición navideña de anuncios-estrella de Freixenet. En esta ocasión, la estrella no es ya el rostro del año, la actriz, el actor o el bailarín mediático de la temporada, sino el propio director neoyorquino. Scorsese dirige y protagoniza un anuncio en forma de homenaje-pastiche a las formas del maestro Hitchcock, un cortometraje en el que el cava catalán es, como en Encadenados, el perfecto mcguffin para ensamblar escenas que rememoran secuencias de El hombre que sabía demasiado, La soga, Con la muerte en los talones, La ventana indiscreta o Los pájaros. Pueden ver la versión completa del anuncio en www.scorsesefilmfreixenet.com.

Scorsese, que ya antes había dirigido anuncios para Giorgio Armani, no es el primero ni el último de los grandes nombres del cine contemporáneo que han sucumbido a los encantos, generalmente en forma de dólar, de la publicidad, otrora supuesto enemigo del arte con mayúsculas. Diluidas hace ya tiempo esas fronteras ético-artísticas, destapado el anonimato que ocultaba a los cineastas que prestaban sus servicios al vil comercio, convencido hasta el propio Fellini, enemigo declarado de la televisión y su dictadura comercial (véase Ginger y Fred) que acabó haciendo un par de anuncios para Campari y la Banca di Roma, el trasvase entre cine y publicidad es hoy moneda común entre los nuevos profesionales del audiovisual. E incluimos aquí a cineastas de culto como Roy Andersson, Wim Wenders, Wong Kar Wai, Spike Lee, Hou Hsiao Hsien, David Lynch o Víctor Erice, quienes no han tenido problemas éticos para aplicar su oficio o incluso su sello autorial a anuncios de compañías de seguros, electrodomésticos alemanes o conocidas marcas como BMW, Levi's, Air France, Adidas o Nescafé.

Podríamos localizar el boom de esta carretera de doble dirección a mediados de los setenta, cuando directores británicos como Alan Parker (Fama), Hugh Hudson (Carros de fuego), Tony (Top Gun) y Ridley (Alien) Scott, Adrian Lynne (Nueve semanas y media) o Mike Figgis (Leaving Las Vegas) alternaban oficio e intercambiaban fórmulas visuales entre sus trabajos publicitarios y sus primeras películas. Surge entonces uno de los estigmas más recurrentes de cierto cine que tuvo que apechugar con la peyorativa etiqueta de publicitario, y que hacía referencia a imágenes saturadas o filtradas, a un montaje frenético, a cámaras lentas y demás efectos visuales.

Durante los 80 y los 90 son ya multitud los realizadores de anuncios y video-clips (otro campo de experimentación constante) que van a incorporarse a la industria del cine, avalados por su dominio de la técnica y por el uso constante de los efectos especiales de generación digital: es la era de los David Fincher (Seven), Michael Bay (Pearl Harbor) o Tony Kaye (American History X), realizadores versátiles y poliestilísticos que insuflaron un nuevo y sofisticado look al cine comercial.

Ya en fechas más recientes, coincidiendo con el paulatino proceso de desglamourización de ambos medios, una serie de jóvenes realizadores han sabido trasladar una determinada estética low-fi tanto al ámbito publicitario como al cinematográfico. Es la época de los anuncios simplotes y de aspecto casero de IKEA, Evax y productos de similar frescor comercial y target juvenil, marcas que han encontrado en el desaliñado estilo indie-vintage de los Spike Jonze, Michel Gondry, Isabel Coixet, Roger Gual o Julio Wallovits el perfecto maridaje para una nueva estrategia de ventas.

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