Actual

ROSAURA ÁLVAREZ, la artista tenaz

  • La escritora y pintora acaba de presentar sus nuevas creaciones y ya tiene un libro de poemas en la recámara

Rosaura Álvarez tiene el raro privilegio de vivir en la misma casa en la que nació, en un carmen del Albaicín que era conocido como 'el de los listos', por las brillantes notas que sacaban sus tíos en sus estudios. Es una mujer afortunada porque ha podido poner su vida al servicio de la creación y porque se ha librado de otros motes menos ilustrados con los que eran conocidos otros vecinos. Acaba de exponer sus últimas obras en la galería Cartel con el título de Paraíso cerrado, una visión de Granada austera y sopesada, con una ciudad vaporosa que parece estar echándose una hermosa siesta. La muestra ha recibido muy buenas críticas y ella, ahora como escritora, destaca que no se han empleado adjetivos absurdos y que se ha producido en plena crisis el milagro de vender obra.

Pero también tiene un nuevo libro inédito a la espera de pasar por la imprenta, que está inspirado en las exposiciones que cada Navidad viene organizando la Diputación en el Palacio de Condes Gabia con lo mejor del arte religioso granadino. Quedó encandilada y se propuso escribir algo sobre estas imágenes, así que le salió un libro con sonetos y letrillas a la Natividad, a la Concepción... Pero la edición debe de estar acompañada de las imágenes inspiradoras, con lo que el precio de la impresión se dispara y su Sacro Misterio de la Natividad está aparcado de momento.

"Granada, más que un paraíso cerrado, es un paraíso hermético", señala la artista que, pese a todo, tuvo la suerte de poder vivir en el París de principios de los sesenta. Y todavía recuerda la calle y el número de la residencia que habitó, igual que el último recoveco de los museos de la capital francesa.

Una vida afortunada que contrasta con las biografías anónimas y grises de otras mujeres de su generación. Estudió en la Facultad de Letras y, ya entonces, "en las clases éramos más mujeres que hombres". Eso sí, las carreras de ciencias seguían siendo un territorio vedado, igual que los claustros, donde ya se topaban con el famoso techo de cristal. Licenciada en Ciencias de la Educación y en Geografía e Historia, tuvo la oportunidad de dar clases en la Universidad, pero dejaban poco tiempo para la creación, así que prefirió la docencia en un instituto por sus "tareas extras". Pero la carga de horas lectivas fue aumentando hasta que apenas le quedó espacio para la pintura. "Entonces empecé a escribir porque la poesía ocupa menos tiempo y es menos absorbente que la pintura", confiesa. "Tú tienes un cuadro y a lo mejor está en una etapa en la que no lo puedes dejar y si lo haces corres el peligro de que se seque. Un poema, en cambio, lo puedes dejar y volver tiempo después, no es tan urgente".

Rosaura Álvarez, la artista que sigue habitando los mismos escenarios de su niñez, ha sido siempre tenaz, incluso cuando la vida le ha recordado que es mujer y que cuando los padres caen enfermos deben ser ellas las que soporten sus cuidados. Su madre comenzó a sufrir una enfermedad penosa, con lo que las horas eran cada vez más un tesoro escondido y la literatura fue apropiándose de la artista. Más adelante enfermó su padre y corrió la misma suerte: un mandamiento que ata a las mujeres a los lechos de los familiares sin remisión. "La mujer se hace cargo de todo, gracias a que tengo una vitalidad tremenda y he podido seguir adelante, pero es cierto que toda el peso familiar cayó sobre mis espaldas", dice sobre unos momentos en los que para el cuidador no hay más vida que la que se está extinguiendo ante sus ojos, minuto a minuto, segundo a segundo.

Así que Rosaura Álvarez hizo un paréntesis como pintora de 30 años hasta que sus circunstancias personales permitieron su regreso a la obra plástica. En este espacio tuvo tiempo de escribir Hablo y anochece, De aquellos fuegos sagrados, Diálogo de Afrodita (en tres tiempos), El vino de las horas,El áspid, la manzana, Álter Ego y Lumbres apagadas, su último libro publicado en 2012.

Como la familia es la que te toca y los amigos se eligen, ella seleccionó -o se dejó seleccionar- por Juan Gutiérrez Padial -su maestro-, Elena Martín Vivaldi o Antonio Carvajal. De hecho, estos dos últimos y Rosaura Álvarez comparten el hecho de haber depositado su legado literario en la Fundación Jorge Guillén. "Me interesaba que se digitalizara, de tal forma que es igual que esté en Valladolid o en París, el que desee leer mi obra tiene acceso a estos documentos sin ningún problema", señala a raíz de la donación de Rafael Guillén a la Biblioteca de Andalucía, una institución que tiene un director "estupendo", Javier Álvarez. "Pero una fundación tiene una vocación más clara de guardar archivos y en su momento yo vi una garantía. Además, en Granada nadie me ofreció acoger estos documentos, pero ni a mí ni a Antonio Carvajal, Trina Mercader o Genaro Talens", señala. ¿Hace falta que la ciudad tome la iniciativa? "Sí, puede parecer absurdo, pero es que Valladolid se ha adelantado aunque ahora Granada se queje de tal decisión", apunta.

Rosaura Álvarez tiene claro que la amistad es una de las bellas artes y se ha mantenido en un punto de cierta neutralidad en el ambiente poético granadino. Con este carácter no se molestó especialmente cuando se publicó en Málaga una antología de poetas andaluces que la dejó fuera. Eso sí, en la grata compañía de Rafael Juárez. "Los premios de poesía y ciertas editoriales premian una forma determinada de escribir. Tienes que estar muy relacionado, muy pendiente de halagar y eso no va con mi carácter, para mí lo importante es escribir", afirma sobre su escala de valores donde lo artístico se encuentra con lo más profundamente humano.

Con todo, afirma que Granada vive su Siglo de Oro de la poesía. "Es una ciudad que se puede enorgullecer de tener tres premios nacionales de poesía", afirma una autora que siempre se ha declarado como una gran amante de los clásicos. Incluso con algunos de ellos queda para tomar café o almorzar. "La aspiración de cualquier escritor es ser un clásico", afirma rotunda.

Sobre la penúltima polémica por el estado del Albaicín, Rosaura Álvarez pone los codos en la mesa como si un cansancio de siglos se hubiese apoderado de ella. "Nadie ha hecho nada. Lo primero que se tendría que hacer es quitar antenas de los tejados y rehabilitar los edificios deteriorados con aporte de la Junta para sufragar gastos. Sería muy conveniente una mayor inspección para que no se cometieran abusos como techar con plástico o cinc ciertos espacios abiertos, así como cuidar el piso de las calles teniendo en cuenta la tradición histórica de empedrado y no esos pedruscos con los que es fácil tener un esguince de tobillo, algo inconcebible en un barrio que es para pasearlo", dice la escritora que tiene que coger el autobús para pasear por el Salón. "Yo he traído a amigos extranjeros y quedaban anonadados al ver grafitis en la muralla zirí, frente al Mirador de San Cristóbal, así como la suciedad que impregna sus calles", concluye Rosaura Álvarez , sobre un barrio Patrimonio de la Humanidad y de su propia vida.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios