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Racial mirada al Goya negro

  • 'Negro-Goya' es un espectáculo total, en esa fundición entre escena y música, en la que no sólo destacan los bailarines primeros sino la totalidad del Ballet Nacional

Espectáculo: 'Negro-Goya'. Coreografía y dirección de escena: José Antonio. Música: Enric Palomar. Idea original y guión: Enric Palomar y José Antonio. Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo. Diseño de vestuario: Sonia Grande. Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez-Cuerda. Principales intérpretes: Fernando Romero (Goya), Elena Algado (Leocadia), Miguel A. Corbacho (Rey), Miguel Ángel Espino (Macho Cabrío). Orquesta: Ciudad de Granada. Director: Josep Caballé-Domenech. Lugar: Teatro del Generalife. Fecha: 8 de julio de 2011. Aforo: Lleno.

Vigorosa, racial y profunda es la aproximación escénica y musical que han hecho José Antonio y Enric Palomar sobre el Goya negro de los aquelarres, los monstruos de la razón, los desastres de la guerra, los caprichos, para terminar con el duelo a garrotazos que simboliza no sólo la España de la época del genial pintor aragonés, sino la sinrazón de este, a veces, monstruoso país también, capaz de parir las glorias más universales y de destruirse a sí mismo y a ellas, si se tercia. La feroz crítica de Goya a su España tumultuosa, sus fantasmas en el exilio, son elementos peligrosos para montar sobre ellos un espectáculo donde música y danza se solidifican en un solo cuerpo expresivo. Y digo peligrosos porque es fácil caer en el tópico o en lo puramente visual y recreativo, basándose en algunos elementos pictóricos o puramente anecdóticos; pero, sobre todo, porque recrear a un genio es meta imposible. Sin embargo, en ese sentido de acercamiento al lado más oscuro del pintor, el trabajo realizado por compositor y coreógrafo es muy serio y de notable resultado final. Hablaré primero de la música, que en cualquier ballet contemporáneo que se precie es fundamental. Enric Palomar, sin abandonar la estética de la música española -hay claras referencias fallescas- ha compuesto una partitura llena de vigor, fuerza, dramatismo y expresividad. Ha dispuesto inteligentemente los planos preponderantes de la percusión como elementos fundamentales de la acción, conjugándolos con la agresividad del metal y disonancias elocuentes de una cuerda dúctil. No es sólo una partitura convencional de ballet para subrayar la escena, sino que esta se vigoriza buscando el apoyo musical. ¡Qué magnífica actuación tuvo la Orquesta Ciudad de Granada, una vez más, en ese esencial protagonismo!

José Antonio, por su parte, ha realizado una coreografía llena, también, de garra, sin abandonar, naturalmente, la procedencia bolera y de taconeo, propio de la escuela española, pero como él mismo dice, dándole la vuelta. Con esos elementos básicos de una compañía bien formada como es el Ballet Nacional de España, ha logrado montar un espectáculo atractivo, a modo de claroscuro narrativo sobre Goya, el personaje que huye al exilio y que, en el fondo, es derrotado por sus propios fantasmas -el peso real del nefasto Fernando VII, el ejército, los curas, la permanente división entre hermanos, el pueblo pisoteado-, a veces recubiertos de máscaras o de elementos sacados de los dibujos y las imágenes del mundo más onírico de Goya.

Alrededor de cuatro personajes principales -el propio Goya, interpretado por Fernando Romero; Leocadia, por Elena Algado; el Rey, por Miguel A. Corbacho, y el Macho Cabrío, por Miguel Ángel Espino- monta un notable fresco visual que sorprende en muchas ocasiones por su vistosidad y originalidad, como ese corazón partido del que salen los personajes más nefastos, o los velos rojos, el color de la sangre, que se derraman sobre el escenario, con el simbolismo que tiene para esa visión racial a que me refiero y a la interpretación goyesca que sostiene el espectáculo.

Un espectáculo total, en esa fundición entre escena y música, en una idea coordinada, en la que no sólo destacan los bailarines primeros, sino el comportamiento correcto de la totalidad del Ballet Nacional. Pero no sólo hay que mencionar la original coreografía de José Antonio, sino el aporte de la iluminación, el vestuario y la escenografía, sin cuyos efectos perdería parte de la intención de la obra coreográfica y musical, o viceversa.

Quizá un exceso de reiteración coreográfica, roto, precisamente, por esos momentos de repentina lucidez. Pero, en cualquier caso, Negro-Goya es una aproximación de interés sobre los que nos retrató y sugirió el genio que murió en su exilio de Burdeos. Es cierto que los fantasmas y el mundo aquelárrico de Goya es el mundo que hoy podemos encontrar a nuestro alrededor, el próximo y el lejano. Enric Palomar y José Antonio así lo han comprendido y exteriorizado.

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