Rafa en el jardín
La Fundación Francisco Ayala ocupa los pabellones laterales del palacete de Alcázar Genil; reconstruidos uno a cada lado de la qubba medieval, no hay comunicación interna entre ellos, de modo que para ir de uno a otro hay que salir y atravesar el jardín. Durante los más de diez años que trabajamos juntos allí, la mayor parte de las veces que Rafa Juárez quería que comentáramos algún asunto no necesitaba llegar, desde el pabellón donde tenía su mesa, al otro, donde estaba la mía; solo me llamaba por la línea interna y me decía: "Manolo, ¿jardín?". Y ahí, en el jardín, a la sombra o a la recacha según conviniera, medía Rafa, con sus pasos, sus ideas.
Rafa Juárez se hizo cargo de la Fundación en el año 2005, a las puertas del centenario de Francisco Ayala; era un momento propicio para expandir una institución que hasta entonces actuaba sobre todo en el ámbito académico. Casi todo estaba por hacer; y Rafa, con el apoyo y la gratitud del mismo Ayala y de Carolyn Richmond, lo hizo casi todo: se abrió Alcázar Genil, se celebró el centenario, se publicaron las obras completas del autor, se recibió su legado, se organizaron actividades y proyectos que hicieron que la Fundación fuera reconocida como un ejemplo de buen hacer. Hombre prudente, Rafa no tomaba decisiones sin antes pensarlas y repensarlas muy bien; hombre leal, tampoco las tomaba sin someterlas a la consideración de otros; hombre cabal, finalmente siempre acertaba, hasta cuando podía parecer que no lo tenía claro.
Nunca pude agradecerle lo suficiente que contara conmigo para acompañarle en su largo paseo por el jardín de Alcázar Genil y que, diez años después, con la misma generosidad que el primer día, confiara en mí para continuar su labor cuando él decidió retirarse. Eso, en lo que refiere al trabajo; lo que tiene que ver con el magisterio y la amistad no cabe en estas líneas.
"No se termina el libro de la muerte", advirtió Rafa Juárez en uno de sus últimos poemas. No se termina, maldita sea.
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