Resonancias, Revista de Investigación Musical | Reseña
Mudanzas de la zarabanda
Granada/Sin chaqueta roja, él tiene por hábito el negro riguroso, apareció entre la banda -que compartía su uniforme- un hombre que llegó mordiendo su noche. La energía refractaria de un artista diseñado para ser artista, un rebelde con una causa cincelada en piedra: continuar en la brecha.
Hablemos de Raphael, 'aquel' que nunca llegó a morir pero que de alguna manera ha resucitado en una piel distinta. Hace dos años, en noviembre de 2016 dejó atrás el bucle de reediciones y recopilatorios para mudarse al plano de los estrenos. Lo hizo de una manera inusitada con este Infinitos bailes, que no es un disco al protoestilo Raphael sino que tira del genio de artistas contemporáneos. Indies masivos, pop aflamencados, rockeros... en definitiva con las composiciones de Iván Ferreiro, Mikel Izal, Vega, Bunbury, Vanesa Martín, Dani Martín, Rozalén o Funambulista el jienense se reenganchó al presente pero a su manera.
Los gorgoritos sempiternos, sus trajes, la espectacularidad de su voz y la explosividad de sus característicos ademanes se quedaron como marca registrada. Y anoche Granada se pegó un atracón de todo ello. El Palacio de Deportes esperaba a su ídolo de siempre o de hace no mucho, el artista más artista de este país, aquel que Iván Ferreiro renombrara como una mezcla de Sinatra y Bowie, arrasó a base de espectacularidad. Luces, sombras, tics de estrella y mucho, mucho desenfreno.
Atendiendo a esta tendencia reformista que ha hecho que llene festivales indie, el de Que sabe nadie llevó anoche consigo una banda de rock. Acompañamiento diseñado para un disco con el que visita Granada por segunda vez y que necesita de esa electricidad para lucirse.
Comienza la gran noche y tras la intro de la gira llegó la más celebrada de las canciones del álbum y la que le da nombre. Infinitos Bailes suena a Izal desde las primeras notas, sin remedio ni disfraz. Pero la conquista en este tema llegó al entrar el andaluz en escena cuando a base litros de voz abrió el telón del universo Raphael. Cante lo que cante si está en esas tierras es suyo.
Enérgico hasta la sorpresa y la extenuación de la grada, el artista se llenó de sí mismo desde este primer tema hasta finalizar la treintena que guardaba en su set list -que recopiló no solo su último trabajo si no también las mejores y más emblemáticas piezas de su medio siglo en activo- .
Entre sus toneladas de gestos, tan propios, Raphael guardó miradas, recogimientos de mano en la cadera y espasmos de barbilla al más sobrecargado estilo de seducción. No hay ni hubo timidez jamás que embaucara al artista y en la cita de anoche no claudicó ante una sola pizca de contención. Al principio los asistentes -en plena madurez biológica la gran mayoría- se levantaron de sus asientos tímidamente, para los primeros aplausos. Ovaciones que primero cortas, a medida que pasaron las canciones se fueron dilatando cada vez más. Había muchos que incluso amagaban con hacer realidad el deseo de permanecer de pie todo el concierto. Como ascuas en las sillas repartidas por la 'cancha'.
El artista solventó su parquedad en palabras con gestos de cabeza y manos al aire y pecho en señal de agradecimiento a su entregadísimo público tras cada canción. Perfecto y riguroso el jienense pasó de una canción a otra rápidamente -había muchas que cantar- sin recrearse en versiones más largas ni en espectacularidades modernas, lo único en lo que el artista se mantiene clásico. Un recital medido y aunque no fue un trámite, sí hubo quien echó en falta más comunicación con el público.
Llegó Igual (Loco por cantar), que da nombre a la gira y es el espíritu sonoro de esta muda de piel. Una canción fértil en interpretaciones con un mensaje que fortalece la contundencia del lirismo épico de la música y por supuesto el abismo vocal de Raphael. "Igual que ayer pero más fiero, pero más tierno y con más verdad", el lema de esta reencarnación.
Un mito inevitablemente eterno como Mi gran noche fue la apuesta temprana de Raphael por la fiesta. Los primeros acordes fueron suficientes para desatar a las 3.500 personas que llenaron el Palacio y la radiante sonrisa del artista le delató como sabedor de que estaba cantando la canción de las canciones.
Ahora, Ella y Somos, fueron las predecesoras de otro all in del andaluz. Digan lo que digan y el auditorio estalló en coros. Toneladas de dramatismo del artista sobre las tablas y de quienes emulaban que lo eran en el foso. El hecho de sentir una canción se redefinió una y otra vez anoche en Granada con éste y los temas que siguieron. La Noche, Volveré a nacer, No puedo arrancarte de mí o Gracias a la vida, hicieron de gargantas y pies un charco de bicarbonato vivo.
Raphael, mientras, juguetón con la musicalidad -tiene patente de corso avalada por más de medio siglo viviendo de ella- dejó a las musas actuar en según qué estribillos, los que cambiaba ligeramente para deleite de quienes disfrutaron tanto de la nutrida banda como del jienense en plena acción.
Se guardó los grandes ases para el final, los clásicos que dieron al botón rojo de los cohetes nucleares, el que desató todas las pasiones que se guardaron en alguna de las canciones más templadas y abrió la caja de la fiesta y el frenesí. Llegaron Escándalo, Qué sabe nadie, Yo soy aquel y Como yo te amo. Munición guardada en barrica de roble, certera y tan añosa que levantó golpe a golpe todo el auditorio.
El modo 'Raphael on' debería instaurarse como medio para dinamitar y arrasar con algo enérgicamente. Artista incombustible, revoltoso y por encima de todo elegante y capaz. Capaz porque desde la primera a la última canción dio un golpe sobre la mesa de la música: tras medio siglo ejerciéndola deletreó la palabra 'experiencia' en cada golpe gestual, vocal y sonoro. Raphael 'modo on' actúa en palacios de deportes, se pasea por la fama poseedor de ella por derecho y se rebela, una y otra vez contra la apisonadora de las modas y de los 'grupos revelación'. Es rebelde con su propia causa.
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