Adiós al novio de la chica de la Cruz Roja Despedida al "gran cómico" en el Teatro Fernán Gómez de Madrid
obituario Desaparece una leyenda viva del cine español al que los más jóvenes conocieron en 'Torrente' o 'Cuéntame'
Tony Leblanc, grandísimo actor que contagiaba alegría, fallece a los 90 años en su casa de Madrid tras un fallo cardíacoLeblanc fue un intérprete de inmenso talento que llegó a probar suerte como boxeador y futbolista
Hijo de un conserje del Prado, ascensorista, bailarín de claqué, "boy" de Celia Gámez, boxeador, futbolista, extra de cine, letrista de pasodobles, actor teatral de comedia y revista, showman televisivo y estrella de cine en más de 150 películas… Ya no existen biografías así. Por eso tampoco existen actores así, entrenados por la vida y formados pateándose escenarios buenos, regulares y malos por pueblos y ciudades de toda España. Rodando películas mejores y peores en las que él y sus compañeros de reparto invariablemente estaban bien: los actores eran el Séptimo de Caballería que siempre salvaba las películas españolas.
Sobre Ignacio Fernández Sánchez, conocido como Tony Leblanc, fallecido ayer en Madrid a los 90 años, lo leerán, verán y oirán todo estos días -espero: se lo merece-. Yo quiero evocar aquí al actor que representó un respiro, una risa o una sonrisa, un sueño de felicidad y de bienestar, una cierta modernidad teñida de casticismo, en los años en que España pasaba de las hambrunas de los 40 al desarrollismo de los 60. Al actor que trabajó a las órdenes de directores que se tardó demasiado tiempo en apreciar y respetar -los Palacios, Lazaga, Salvia, Forqué- en películas como Historias de la radio, Manolo guardia urbano, El tigre de Chamberí, Muchachas de azul, Los tramposos, El día de los enamorados, Las chicas de la Cruz Roja, Amor bajo cero, Tres de la Cruz Roja o Historias de la televisión, todas rodadas entre 1955 y 1964, es decir, entre el ingreso de España en la ONU y el Primer Plan de Desarrollo: el fin de la autarquía.
Eran películas que sonaban a Algueró; presentaban un Madrid moderno simbolizado por el Edificio España, terminado en 1953, y la Torre de Madrid, construida entre 1954 y 1960; hacían propaganda de las Vespas y los Seat 1400 que empezaron a circular en 1953, y de los 600 y los Seat 1500 que lo hicieron en 1957 y 1963. Películas que reflejaban algo que desde luego no era real, pero tampoco del todo mentira: una aspiración. Las cosas estaban cambiando a mejor, pero poco a poco. La dictadura intentaba hacerse invisible cara a sus nuevos aliados y a los turistas, pero seguía siéndolo. Todo avanzaba sin moverse.
Tony Leblanc representó casi siempre a un tipo castizo que perpetuaba una España de picaresca entre los coches de brillante carrocería o los recién estrenados rascacielos, novio celoso y anticuado de chicas modernas que lucían cascos capilares endurecidos por la laca, guantes hasta la muñeca y faldas rígidas hasta la rodilla. Chicas que trabajaban -eso sí: sólo de azafatas o dependientas-, querían su minúscula independencia y tenían las caras de Analía Gadé, Licia Calderón, Vicky Lagos, Mabel Karr, Katia Loritz y sobre todo Conchita Velasco.
Esas películas, pulcramente rodadas y siempre maravillosamente interpretadas, alegraron muchas tardes, ayudaron a avanzar a fuerza de ahorros y horas extra hacia las pequeñas felicidades del picú, la lavadora, el frigidaire, el seita, la tele, el pisito minúsculo pero soleado y con cuarto de baño. Muchos honores y premios recibió a lo largo de su vida Tony Leblanc, aunque menos de los que mereció: la comedia no está bien vista. Pero el mejor se lo otorgó el público que le fue fiel durante setenta años gracias a estas películas. No olvidándolo ni siquiera durante su largo retiro entre 1975 y 1997.
Hoy varias generaciones sienten su muerte como cosa propia. Unos como la de esos amigos de las tertulias que se van apagando ausencia tras ausencia. Otros como esa leyenda viva del cine español que conocieron en los Torrente o en Cuéntame. ¡Ah!, y por si no ha quedado claro era un grandísimo actor. Pero no sólo se le quería por eso -hay grandes actores que son admirados pero no queridos-, sino por la alegría que contagió.
La capilla ardiente de Tony Leblanc será instalada a partir de las 9:00 de hoy en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. El actor y humorista, protagonista de películas como Los tramposos (1959) y El astronauta (1970), nació en Madrid el 7 de mayo de 1922 en el Museo del Prado de Madrid, donde su padre trabajaba como conserje y tenía la vivienda en el mismo edificio. Antes de trabajar en el cine, se formó como cantante y bailarín y probó suerte como boxeador y futbolista. Sin embargo, terminó decantándose por la interpretación y, en 1944, debutó en los escenarios con la compañía teatral de la actriz Nati Mistral. Llegó a trabajar en más de 150 largometrajes, casi siempre como galán cómico, y esa carrera le valió en 2002 la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes.
A mediados de los años 70, Tony Leblanc decidió alejarse de los escenarios por diversos problemas de salud, que se complicaron con un accidente de coche a mediados de los 80 que lo dejó incapacitado durante muchos años, tiempo durante el que se dedicó a escribir. Fue Santiago Segura el que le obligó, en cierta medida, a ponerse de nuevo delante de las cámaras, ya que el actor y director le eligió para encarnar a su padre en Torrente, el brazo tonto de la ley en 1998. En los últimos años, además, volvió a atrapar a los televidentes con su papel de Cervan, el quiosquero de la serie de TVE Cuéntame.
Para el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, Leblanc era "un gran cómico" y "su inmenso talento se queda para siempre en nuestra memoria". "Los que amamos el cine volvemos a lamentar otra gran pérdida tras la de Borau", declaró por su parte el ministro de Cultura, que elogió "su jovialidad admirable".
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