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Sergio Dalma al desnudo

  • El cantante celebra su vigésimo aniversario en los escenarios con un concierto en el teatro Isabel la Católica con canciones como 'Bailar pegados' o 'Esa chica es mía'

En 20 años de escenarios, Sergio Dalma ha pasado de joven a mudurito atractivo. Lo que no ha cambiado es el romanticismo, la barba de tres días, la voz quebrada -nadie pensaría que de cazalla por su planta de hombre formal-. Un delgadísimo Josep Sergi Capdevila dejó ayer en paños menores sus canciones en el teatro Isabel la Católica con lo mejor de su repertorio, con melodías memorables como Ave lucía, Solo para ti, La mujer de mi vida o Esa chica es mía.Y Bailar pegados, que sigue siendo el peso pesado de su repertorio pasadas las décadas, además de uno de los temas más cantados en cualquier karaoke patrio. Con esta canción consiguió el mejor puesto de España en Eurovisión de los últimos años. Quedó cuarto, bastante mejor que 'Poyeya Soraya'.

Acompañado por cuatro músicos -piano, guitarra, contrabajo y batería- en un formato inédito en su carrera, Sergio Dalma creó una atmósfera especial, íntima, con su voz como protagonista ante un público dispuesto a dejarse enamorar. El escenario caracterizado a imagen y semejanza del estudio de Toulousse-Lautrec, mezclaba los materiales más tradicionales -maniquíes y estructuras de madera- con proyecciones. "Vamos a dar unas pinceladas de lo que ha sido y será", dijo al comienzo. Por suerte no se proyectaron los pensamientos de algunas espectadoras; el día que Sergio Dalma no recaude un piropo en el patio de butacas será cuando Melendi protagonice una nueva campaña contra las drogas. Con apenas 44 años pese las canas, el cantante alternó el taburete con paseíllos por el escenario, particularmente vitoreados por las mujeres que ocupaban en su mayoría las butacas del teatro. Fueron un total de 24 perlas de la docena de trabajos que lleva a sus espaldas. No me digas que no, Déjame olvidarte, La vida empieza hoy, Sólo una vez, Historias normales se fueron sucediendo encima del escenario hasta llegar al final con Galilea, la apoteosis.

Y para qué engañarse, si los hombres no se cortan en cantar las bondades de las caderas de Beyoncé, muchas compaginaron el concierto con alguna mirada más o menos de soslayo hacia esa parte donde la espalda pierde su nombre. Qué fortuna la suya.

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