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Veinticuatro horas con Mario

  • l La exposición se puede visitar de 19.00 a 21.00 horas, de lunes a viernes excepto festivos. No prefiere ninguna en particular porque todas son igual de importantes. Mario García dedica una exposición a los 'Tiempos' con elementos tan cotidianos como los relojes

Es extremadamente puntual y no oculta el nervio que le produce el tic tac en plena noche. Lo primero lo considera un defecto. Lo segundo, lo remedia como todos, metiendo el reloj en un cajón o quitándole las pilas. Pasar menos horas con Mario sería un error porque del artista merecen la pena todos sus Tiempos. La galería Jesús Puerto ofrece la oportunidad de disfrutarlos en una exposición llena de un elemento tan cotidiano como los relojes. Sin embargo, el artista avisa: "No es una exposición de relojes. No es tan obvio como eso".

A veces pasa de puntillas y otras se convierte en un tortuoso y obsesivo compás, parecido al que sufría uno de los personajes del fascinante Allan Poe, pero Mario García recuerda que no es lo mismo el tiempo que los tiempos porque, en plural, "se trata de un concepto optimista. Esperanzador". Él, que vive rodeado de relojes en su estudio, ha decidido componer una historia repleta de números, de espacios y de horas.

Dice Luis García Montero de la exposición: "Pintar relojes significa, no lo olvidemos, echarle muchas horas al trabajo. Se trata de crear, pero reconociendo lo que de artesanía tiene la operación artística". Dice Mario García de Tiempos: "Tengo un reloj en cada espacio del estudio y los miro todo el rato... Se acaba el día, se acaba la noche, y llega otro con la sensación, a veces, de que no has evolucionado, bien por motivos personales o porque el trabajo se estanca...".

La cuestión es que se trata de una locura. "Hoy en día nos pasamos todo el día corriendo y no nos podemos permitir la vida contemplativa". Con la exposición, el autor engrandece esa locura universal realizada a golpe de reloj, minucioso y ágil a la vez.

Montados en una línea horizontal -con una separación de unos cincuenta centímetros- el espectador se encuentra de frente con esa esfera que a veces resulta monótona y cansina. Los pinta alegres y juguetones. Coloridos y sin imágenes predeterminadas. Con números, el único elemento reconocible en el interior de la esfera, y con sonido.

Forman parte de la marcada identidad del artista que incluso buscó la musicalidad en eso que le incordia mientras duerme: "Quería que sonara el tic tac", como parte de una fantasía rotunda que pasa en el día a día desapercibida. Porque mientras suena el tic tac, hay vida. Hay tiempo. Ellos son los que hacen "abrir y cerrar la puerta de la calle" y pintarlos significa "participar de la ilusión del arte que pretende dignificar la vida cotidiana", como los describe García Montero.

Mario García se queja. "Si antes ser puntual era considerado una obligación, hoy se ha convertido en un defecto. La gente que llega tarde suele incluso alardear de ello y te hacen sentirte culpable porque, por ti, han tenido que dejar de hacer otras cosas". Para él, la impuntualidad supone una falta de respeto.

Sus relojes son relojes vivos. "Cualquier hora es buena y no me interesaba que marcaran ninguna en particular", explica Mario García, que se encargó personalmente de introducir la maquinaria para hacer que funcionaran.

Los relojes que componen la exposición forman parte de un proyecto más ambicioso, de gran formato, que el artista ha decidido acotar por ahora en unos ochenta.

Con un diámetro de 21 centímetros, sobre la pared componen un universo lleno de planetas iguales y pequeños en soporte de PVC y con agujas personificadas.

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