La Crítica

Viaje al mundo íntimo de Roland Petit

El ballet del Teatro di San Carlo de Nápoles rindió homenaje en su segunda representación al coreógrafo francés Roland Petit, uno de los más innovadores y sensuales creadores de la segunda mitad del siglo XX. El recién llegado director artístico del ballet, Giuseppe Picone, pretende así renovar las energías de la compañía demostrando el amplio abanico estilístico del que siempre ha hecho gala. El resultado fue sumamente sugerente y evocador.

Decir que Roland Petit revolucionó el mundo de la danza, o que sus creaciones han pasado a la historia por su carácter teatral y su toque chic, es ya una afirmación asumida por todos los amantes del ballet. Sus coreografías nunca dejaron indiferente al espectador, encandilando los sentidos con su elegancia y su naturalidad, llegando incluso a rozar lo sensualmente provocativo en algunas de sus realizaciones, pero siempre dentro de una cuidada estética y un refinado buen gusto.

La velada dedicada a su mundo creativo recogió cuatro ejemplos bien escogidos por Giuseppe Picone de entre las coreografías que Petit creó para sus bailarines del Ballet Nacional de Marsella en los veinticinco años que lo dirigió, y que pudimos disfrutar magistralmente desarrollados por la compañía de danza del Teatro di San Carlo. La primera de ellas fue Ma Pavlova con fondo musical extraído de las Gymnopedies de Erik Satie, estuvo magistralmente desarrollada por Anna Chiara Amirante, bailarina de gran elegancia en sus realizaciones y expresividad; fue hábilmente secundada por Giuseppe Ciccarelli, a quien quizás se le puede achacar un exceso de prudencia (o inseguridad) que restó naturalidad a sus movimientos.

Más sensual y provocativo fue las escena de Proust o las intermitencias del corazón, una de las primeras creaciones de Petit para Marsella, que fue definido por el coreógrafo como la descripción "de una sexualidad ambigua e intrigante". Verdaderamente, la realización coreográfica de los bailarines Alessandro Staiano y Stani Capissi estuvo llena de complicidad y erotismo. En una combinación de suspensiones, giros combinados, simetrías dinámicas y figuraciones de gran belleza, los bailarines recrearon con efectividad y sensualidad esta escena del mítico ballet de Petit.

También estuvo muy acertada la escena que sobre el poema La rose malade de William Blake recrearon Maria Eichwald y el propio Giuseppe Picone. Tras la voz grabada del propio Roland Petit recitando el poema, la música del Adagietto de Mahler constituyó el marco musical de una realización de amplio desarrollo que nos recordó cómo Roland Petit fue, sobre todo, un genio del ballet capaz de conjugar el estilo clásico con una concepción fresca y renovada de la coreografía.

La segunda parte de la gala estuvo dedicada por entero al Pink Floyd Ballet, la primera creación que Roland Petit realizó en 1972 como director del Ballet Nacional de Marsella. Verdaderamente, es una coreografía llena de fuerza y muy visual, que sigue estando de actualidad pese a haber cumplido cuarenta y cinco años. La idea de utilizar el rock sinfónico para un ballet fue una idea de la hija de Petit, quien consiguió que la propia banda estuviera sobre el escenario interpretando sus temas para el ballet.

La versión presentada en el Festival de Granada es una revisión que el propio Petit hizo en 2004, incluyendo nuevos números coreográficos, como el magistral paso a dos sobre The Great Gig in the Sky, junto a clásicos como Echoes. La puesta en escena de este ballet fue magistral, llena de grandes momentos tanto solistas como en las coreografías grupales, arropado por el uso de láseres que dotaban la escena de un ambiente futurista. Entre las realizaciones de los solistas destacó el trío de parejas de Careful with that axe Eugene estuvo a la altura de las mejores realizaciones que ha visto el Festival, con una perfecta sincronía y un original uso del espacio y los desplazamientos. Con respecto a las coreografías grupales, el diseño vanguardista de los movimientos y los continuos cruces y combinaciones sobre una base de movimientos repetitivos llenó el escenario del Generalife con múltiples efectos visuales de gran coordinación del cuerpo de baile (ellas mejor que ellos), como en la segunda parte de Echoes o en el emblemático One of these days que cerró el espectáculo. El prolongado aplauso de un público agradado con la vistosidad y profesionalidad de ballet del Teatro di San Carlo obligó a una exuberante compañía a repetir el último número, poniendo el broche de oro a una noche onírica llena de sensualidad.

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