Arqueología

Villavieja, de la ilusión al desánimo

  • El escritor José Javier León denuncia el peligro que corren los restos de Villavieja con el plan de explotación turística 

Villavieja, de la ilusión al desánimo

Villavieja, de la ilusión al desánimo / Willen Pieters

Para quienes nos criamos enfrente, la recortada estampa del Tajo de la Villavieja ha significado, de seguro, una compañía educadora, entre mítica y estética. El sitio se encuentra en los confines del antiguo Reino Nazarita, en la aldea de Fuentes de Cesna, un pequeño pueblo que, debido a las malas comunicaciones y la desidia política, ha vivido siempre relegado. En 1963 se hizo tristemente famoso: las largas lluvias torrenciales que cayeron sobre la provincia causaron allí corrimientos de tierra y el desprendimiento de enormes rocas que pusieron en riesgo vidas y haciendas. Ya había ocurrido antes, en 1940, con un espantoso saldo: 19 muertes.

Hubo que abandonar el asentamiento de manera permanente en la década de los sesenta, trasladándose sus vecinos a una zona más alta y seca, aunque mucho menos pintoresca. Pocas sorpresas nuevas daría Fuentes de Cesna, aparte de las que se sucedían en la cotidianidad de su intrahistoria, hasta que, recientemente, en 2018, volvió a aparecer en los medios de comunicación: un equipo de arqueólogos de la Universidad de Granada dirigidos por Antonio Morgado anunciaba que sobre la planicie del conocido como Tajo de la Villavieja (el poder del logos, del verbum, de la palabra) se basaba una muralla prehistórica del Calcolítico, cuya importancia se ha ido encareciendo. Nadie que tenga ojos en la cara dudará, además, del esplendor paisajístico del sitio. De repente, un foco de antigua luz se encendía y fulguraba sobre nuestra arrinconada patria.

Panorámica del tajo. Panorámica del tajo.

Panorámica del tajo. / Jan Katuin

La meseta del Tajo de la Villavieja está constituida por calcarenitas miocenas tortonienses. Sobre ella se asienta un suelo dulce y llano en el que se distribuyen aisladas matas arbustivas de guardalobos y retamas. Se trata de una bella pradera que en primavera florece espectacularmente, rompiendo su colorido la tierra arenosa y parda del suelo, sobre la roca madre del tajo. En su borde occidental se enraíza una aguerrida cornicabra, o terebinto, que los fuenteños conocen bien. Parece heroica su resistencia, desde hace tanto, con el tronco y las ramas suspendidos en plancha sobre el abismo. Encima de ese filo y por las paredes del precipicio se encuentran además dos especies rupícolas endémicas del sur de la Península Ibérica y el Magreb: la espuelilla y la hierba de la Virgen, o rompepiedras. El enclave no se conforma con menos ni reclama más: resulta, así, perfecto, y lo perfecto –como el poema, como la rosa– no debe tocarse, desde Horacio lo sabemos y lo corroboran en nuestra lengua Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén.

Sin embargo, hace solo semanas, el pueblo se ha enterado de los planes municipales que proyectan construir allí pasillos artificiales e hincar barandillas y miradores, cinco miradores, que rodearán el confín del tajo. No sin prosopopeya se anuncia que, para que el paseo de los visitantes resulte ameno, la superficie va a hermosearse con sembrados de plantas aromáticas y arbustivas. Importadas, es de imaginar, ¿o es que va a diseminar el equipo floricultor simientes de terebinto, espuelilla, guardalobos y rompepiedras? En verano esa flora invitada se secará, porque ahí las condiciones de vida de las plantas son extremas, pero cada otoño volverá con sus espuertas la flota multisemillas, como de masa madre enriquecida para un moderno pan pluricolor.

Otra perspectiva del entorno. Otra perspectiva del entorno.

Otra perspectiva del entorno. / Jan Katuin

Muestra de rechazo

Duele en la carne y duele en la memoria saber que ese suelo que los siglos, que los milenios mimaron está siendo roturado con maquinaria pesada, que sobre el manto de tierra en el que solo se abren tímidas veredas se inyectará cemento e irrumpirán ridículos caminos artificiales, que sus límites aéreos se cercarán con una balaustrada falsamente rústica y banquitos de utilería. Parte fundamental de la belleza del tajo consiste en no estar acotado, en ofrecer su propio precipicio como pieza de encanto, límite y balcón de unas perspectivas que solo aquel que las ha visto en todas las estaciones, bajo todos los meteoros y a diferentes horas del día sabe hasta qué punto impregnan y seducen. ¿Qué saña prefabricada pretende martirizar tanta belleza con una corona de palos? ¿Es posible parar esa agresión que mercantiliza el futuro?

Fuentes de Cesna, el poblado antiguo y abandonado, su tajo grande, que lo resguarda, sus manantiales, la Villavieja, la falda majestuosa de los pagos de Cesna, el vasto valle del Genil, hoy ocupado por el pantano de Iznájar, los restos prehistóricos y medievales dispersos por toda aquella accidentada comarca componen, con certeza, el conjunto paisajístico y cultural más relevante y más hermoso de todo el término municipal de Algarinejo y uno de los más señeros del Poniente granadino. Sin embargo, siempre ha existido en las Fuentes una sensación de postergación, de lugar de segunda o de tercera, la impresión indeleble del desafecto. Ahora el Ayuntamiento de Algarinejo parece mirar hacia su pedanía como tierra de promisión turística. ¿La quiere a secas, en función gramatical de objeto directo, o la pretende, más bien, en modo preposicional: para, por, según o sin algo? 

Otro punto de vista del paraje. Otro punto de vista del paraje.

Otro punto de vista del paraje. / Lydia L. Palomera (Granada)

Quienes esto firmamos no nos oponemos al desarrollo turístico ni a la mejora de las condiciones de vida de un territorio que ha resistido lo indecible históricamente, y que ha padecido y padece la sangría migratoria de sus jóvenes. Nos indignan, en cambio, la falta de tacto, el artificio, el control remoto y la banalización, por medio de injerencias de parque de atracciones, de un patrimonio paisajístico, humano, histórico y arqueológico de primera clase.

José Javier León Sillero, filólogo. Maribel Linares Ramírez, historiadora. Miguel Ramírez Fernández, jardinero.

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