de Xenofobia
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El protagonista de 'El extranjero' es un tipo que mira el mundo como si nada fuera importante l La idea de 'extranjería' no acerca, aleja, y esa xenofobia tenderá a cargar revólveres contra lo otro
Abro el segundo volumen del Diccionario de uso del español de María Moliner, en su edición de 1998, y busco la entrada correspondiente a la letra X. Poca cosa, un par de páginas, apenas medio centenar de términos. Deslizo el dedo impaciente por la primera columna... Aquí está, xenofobia: "f. Aversión o desprecio hacia los extranjeros" (Se añade un proverbio: "De fuera vendrá quien de casa nos echará"). No me satisface; la explicación, no el refrán. Si la extranjería tiene distintas formas de manifestarse, el miedo tendrá que ser asimismo multiforme. Cojo el primer volumen del diccionario, me voy a la letra E y busco extranjería, pero me detengo en extranjero, -a: "adj. y n. Se aplica a las personas y a las cosas de un país que no es el propio del que habla". Tampoco es esto. En la columna de al lado llama mi atención el sustantivo extrañeza: "f. Efecto causado por una cosa extraña". De la página resbalan términos afines: extranjía, extrañación, extrañamiento… Y el índice rollizo de la inspiración me indica, entre los muchos posibles, un título de Albert Camus.
El protagonista de El extranjero (1942), Meursault, es un tipo que mira el mundo como si nada fuera importante. No es un escudo contra la realidad, sino un pronunciamiento que lo lleva a contemplar insensible todo y a todos. Meursault debe acudir al entierro de su madre, fallecida en un asilo de ancianos a ochenta kilómetros de Argel, y pide dos días de permiso al patrón y una corbata negra prestada a un conocido. Durante el velatorio, ante el cadáver de la madre, sólo ve un cuerpo muerto. Esta indiferencia será la nota común en los días sucesivos. A la mañana siguiente del funeral va a la playa con María, hacen el amor, responde que sí cuando le pregunta si estaría dispuesto a casarse con ella. Luego traba una amistad superflua con un vecino poco recomendable, Raimundo, al que están siguiendo un grupo de árabes por abofetear a la hermana de uno de ellos. Con la misma indolencia con que ama (o se entrega al acto de amar), Meursault odia (o se entrega al acto de odiar) y se proclama brazo ejecutor de una venganza estúpida. Un árabe golpea a Raimundo, pero será Meursault quien responda; será él quien busque al agresor y lo acribille a balazos. Lo hará sin rencor ni ira. El resentimiento habría dado sentido a la acción, pero nada siente, sólo extrañamiento. Como si no fuera suya la mano que levanta el revólver ni el dedo que aprieta el gatillo, como si apuntar un arma o dispararla no tuviera mayores consecuencias.
Durante el proceso, sigue dando muestras de ese embotamiento emocional (Meursault sería el perfecto contrario del joven Werther). Al abogado de oficio le aterra la apatía de su defendido, mientras el juez de instrucción, pues nada le inspira la ley de los hombres, lo invita a recurrir al Altísimo; declinará la oferta, pero advierte que si Dios no existe, no tiene por qué hundirse todo. Lo suyo es otra cosa. En la cárcel no le pesa la falta de libertad como la falta de cigarrillos, ¿pequeñeces? No, es otra cosa. Cuando lo condenan a morir por decapitación en una plaza pública, no se le ocurre qué alegar, ¿insensatez? No, no, no. Es otra cosa... Existe una reputada exégesis que en Meursault ve un héroe, un enemigo de las convenciones y de la hipocresía institucional; no obstante, en esta página, la autenticidad del personaje debe vérselas con su negligencia como persona. A mediados del siglo XX, el desdén quizás fuera sinónimo de libertad, pero ha llovido mucho desde entonces, y en el alba del siglo XXI, el desdén es sólo eso, una deleznable contribución a la cosificación del otro. Quedará sin respuesta una pregunta: si el agresor de Raimundo hubiera sido francés, no árabe, ¿el gesto de Meursault habría sido el mismo? La idea de "extranjería" no acerca, aleja; y esa xenofobia definida por el diccionario con asepsia digna del propio Meursault, como todo miedo, tenderá siempre a cargar revólveres contra lo otro, lo extraño, lo extranjero, lo diferente. La desidia hará el resto.
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