El achuchón y la caricia

Debolsillo ha reunido en un solo volumen, los seis álbumes que Carlos Giménez ha dedicado a la manera en que los españoles viven la sexualidad

Una de las viñetas de Giménez.
Una de las viñetas de Giménez.
José Abad

18 de abril 2015 - 05:00

Al Generalísimo Francisco Franco hay que agradecerle la desastrosa vida sexual de los millones de españoles nacidos durante la dictadura. Al recurrir a la retórica y la farfolla imperial del siglo XVI para darle lustre a una España deslustrada, y crear algo así como un proyecto político, el dictador recuperó la moral de aquellos siglos y otorgó a la Iglesia plenos poderes para repartir hostias consagradas y sin consagrar a fin de preservarla. La Iglesia, feliz de la misión encomendada, desempolvó términos añosos y queridos -hablaba de "fornicio", hablaba de "flaquezas", hablaba de "pecado"- y estuvo amenazando con la condenación eterna no sólo ciertas prácticas, sino la sola tenencia de pensamientos impuros, por los siglos de los siglos, amén.

Ya lo decían aquellos versos: españolitos que venís al mundo os guarde Dios: o bien el Estado o bien la Iglesia han de helaros el corazón. De resultas, generaciones enteras han mantenido una relación problemática con algo tan natural como el ayuntamiento de la carne. El sexo (una palabra cuya sola mención provocaba una acusada sensación de extravío en nuestros padres) no se ha visto como un intercambio o una ofrenda; se ha visto como un ultraje, un atentado, una afrenta, una aberración.

El sexo, tema recurrente en las historietas de Carlos Giménez -un sexo torcido, retorcido, malabar-, deviene el sol en torno al cual orbitan los protagonistas de sus Historias de sexo y chapuza, medio centenar de relatos repartidos en seis álbumes publicados entre 1989 y 1997, reunidos ahora en un único y esplendoroso volumen por el sello Debolsillo.

Son historias de un realismo descarnado, visceral, incómodo, con una fuerte inclinación por lo esperpéntico; en su día, Rafael Conte señaló el posible ascendente de Valle-Inclán en esta obra gráfica. De la singularidad de ésta daría cuenta el hecho de haber tenido que lidiar lo suyo para abrir un hueco en el mundillo: "Las historias que se cuentan en este libro se han publicado muy pocas veces -explica Carlos Giménez en el prólogo-. No suelen gustar a los editores. Esta serie ha sido rechazada en muchas ocasiones por diferentes motivos. Los editores que buscaban sexo explícito encontraban poco sexo. Los que querían sexo y ja, ja, ja encontraban poco sexo y poco ja, ja, ja. Otros, que conocían el resto de mis obras, la consideraban poco seria, una obra menor. Demasiado sexo". Esto ha convertido esta serie en la niña de sus ojos: "Historias de sexo y chapuza es una de las series de las que, como autor, más orgulloso me siento, quizá por eso, porque es el patito feo de mis trabajos -uno de ellos, tengo muchos patitos feos-, o quizá porque es uno de los más críticos y ácidos que he realizado en mi vida", apostilla.

Las historias hacen honor a su enunciado: son historias de escasa sutileza, viscerales, historias de traiciones y cuernos, de gatillazos y decepciones. La caricia del sexo acaba siempre en un intempestivo achuchón. En Pablito clavó un clavito, un tipo convoca a otro a casa para cantarle las cuarenta por haber cortejado a su mujer, consiguiendo justo lo contrario al escarmiento: que su esposa, que nunca ha cedido a los embates del cortejador, se sienta atraída por éste.

En El regalo de boda, Tomás espera a estar delante del altar para mandar a freír espárragos a su hasta entonces prometida, a la que sorprendió montándoselo con su mejor amigo. Una vez en la vida ilustra la rivalidad de dos amigos pintores, a uno de los cuales todo le sale bien, mientras al otro todo le sale mal. En Hoy es un buen día para morir, un cenutrio liga con una joven trascendente que lo invita a hacer el amor una última vez y luego suicidarse.

Son historias de miedos, no de miedo, a causa de esa capacidad del sexo de poner patas arriba nuestra existencia. Diversas historietas giran en torno al temor muy extendido en los años 80 y 90 del pasado siglo de haber contraído el sida en un escarceo, que alivia la libido mientras aviva los dolores de cabeza.

Carlos Giménez utiliza la viñeta a modo de espejo implacable que nos echa en cara las ojeras, los granos, las arrugas o esos quilos de más, el lugar es lo de menos, que nos torturan. A pesar de focalizar su atención en las exigencias y las urgencias del bajo vientre, sigue trabajando con los materiales habituales, hombres y mujeres de esta España nuestra, vuelta y revuelta, personal e intransferible, educados en el resentimiento e incapaces de acometer nada sin convertirlo en algo miserable, vistos tal cual son: verdugos y víctimas de sí mismos y de los demás.

Los personajes de Sexo y chapuza son gente crecida en la ignorancia que pretende destetar a sus cachorros en las mismas ubres. Necesitaremos de varias generaciones para erradicar la maleza que el franquismo dejó crecer en torno nuestro.

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