Alejandro Gorafe, in memoriam: Cinco puntos para hacer explotar el corazón

Acompañado de la cabeza inclinada a menudo sus ojos pedían un abrazo, solo por cómo te miraba. Una cierta clemencia, el ofrecimiento continuo de una amistad. Él era así, pizpireta, entrañable, travieso. A veces hablaba y se tocaba el corazón, para disuadir cualquier posible duda de lo que decía, porque te lo decía de corazón. Era fácil reírte con él, y aún en su barba canosa conservaba algo extraño de un eterno niño, como si se desplazara de Fuente Vaqueros al Callejón del Señor en patinete, todo corazón. El mismo que se le paró a su compañero Pepe Arrabal en una tarde también invernal -recuerdo el frío y algunas hojas levantarse con el viento- de inauguración en la galería, de grandes manchas rojas que cogían casi toda la pared, palpitantes.
Qué paradoja, qué pronto, tal vez se trate de una belleza sublime como aquella que defendían los románticos. A corazón abierto se abre paso una especie de armonía, anómala pero de rotura plena, algo así pasó la mañana que Julio Juste no se presentó a la rueda de prensa de su exposición, aquella que llevaba por título Conjeturas del corazón, o como el del Alfonso Alcalá, entonces recién nombrado, de nuevo, director del Patronato García Lorca.
Dice Beaumont Arizaleta que hay cinco puntos para hacer explotar un corazón, el primero es el ritmo, el segundo la melodía y la armonía, el punto tres: la textura, el cuatro: el color, el punto número cinco: la forma. Y el cero, el punto cero como principio y final de todo lenguaje: el silencio.
Alejandro pasó por todos esos puntos, a través de “Gorafe”, porque él es el maniquí con volantes sacados de la sombrilla de CocaCola, el alambre imposible, los lápices de colores como material escultórico, los sellos de las cajetillas de tabaco que Jesús Arias almacenó durante años, aquellos transformadores, las gafas, los cascos, las pajitas para la bebida, los sombreros de pinzas de la ropa, los huevos, las jaulas, los caracoles, el astronauta, el espejo, el hijo de Juan de Loxa. Su generosidad le llevó a trabajar por el arte de los demás, responsable de tantas exposiciones en la Asociación Cultural Arrabal & Cía., y su sensibilidad estética, detrás del montaje de las muestras en la casa Museo de Federico García Lorca.
Días antes lo encontré en el Oliver, con su madre, bebiendo cerveza; y hacía mucho tiempo que no lo veía. Volvió a dejar caer un poco la cabeza, a inclinarla, a mirarte de esa manera: “Patri, yo quiero que vuelvas a coger el hábito de venir por la galería”, y se tocó el corazón. Se lo tocó, se lo tocó…
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