El alma nacional

La Sinfónica de México, el pasado domingo en el Carlos V.
La Sinfónica de México, el pasado domingo en el Carlos V.
J. J. Ruiz Molinero

29 de junio 2010 - 05:00

Director: Enrique Bátiz. Solista: Koh Gabriel Kameda (violín). Programa: 'Tripartita', op. 25, de Rdolfo Halffter; 'Concierto para violín y orquesta', de Manuel María Ponce; 'Oblivion', de Astor Piazzolla; 'La noche de los mayas', de Silvestre Revueltas; 'Huapango', de José Pablo Moncayo. Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: 27 de junio de 2010.

Una vez más en estas críticas sobre músicos y músicas de Iberoamérica, tengo que remitir al lector a la previa del pasado domingo Nacionalismo, universalidad y exilio, donde hacía amplia referencia a los autores interpretados por la Orquesta Sinfónica del Estado de México, que se completará, hoy, en otro lugar del periódico, con el análisis del programa que cerrará la actuación de la sinfónica azteca, bajo la dirección de su fundador Enrique Bátiz. Una orquesta que reveló una maestría notabilísima, con una sonoridad opulenta, gracias a sus poderosos metales y a una percusión exacta y potente, pero también grandeza y delicadeza de su cuerda sensible, robusta y comunicadora. Enrique Bátiz supo poner énfasis, grandiosidad, elocuencia y sentimiento en una exaltación de músicas que son el alma de una nación -la mexicana, especialmente, pero igualmente la argentina o la española- a través de su música culta que no desdeña, sino que eleva a la mejor dimensión creadora, sus raíces autóctonas.

Aparte de la obra del exiliado español Rodolfo Halffter, acogido, como tantos otros españoles, víctimas de la guerra civil, en México, hasta convertirse en su segunda patria, y de la referencia a la omnipresencia del tango en este ciclo iberoamericano, con Astor Piazzola, del que el violinista Koh Gabriel Kameda hizo, junto a la orquesta, una entrañable y emotiva interpretación de Oblivion, la música mexicana centró el excelente concierto, con tres ejemplos de lo mejor del nacionalismo musical del país azteca, representado por autores como Manuel María Ponce, Silvestre Revueltas y José Pablo Moncayo. De ellos ya he hablado en el mencionado comentario. Sólo subrayaré la belleza del Concierto para violín y orquesta, de Ponce, que tuvo un solista de calidad como Koh Gabriel Kameda. Su sonido aterciopelado, su expresividad, la claridad de sus suavísimos o el virtuosismo de los solos y las cadencias, demuestran la talla de un joven intérprete, dotado de excepcionales cualidades. Esas cualidades que cautivaron en el tango sinfónico de Piazzola, donde el violín sustituye al bandoneón, con la hondura, el alma que puso un intérprete extraordinario. Pocos sonidos tan bellos encontramos en los violinistas actuales y, sobre todo, en el caso específico del tango, esa hondura y esa calidad de comunicación que arrancó los primeros bravos de la noche.

La Sinfónica mexicana ya demostró su calidad en el concierto para violín, entre el romanticismo y los atisbos nacionalistas, obra de un músico sólido, preparado en las técnicas más avanzadas de su tiempo, fiel a una estética tonal, pero con un sello propio y con singularidades populares. No en balde su canción Estrellita la utiliza en el segundo movimiento del concierto.

Pero donde desarrolló su plenitud la Sinfónica del Estado de México fue en La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas. Hablé de la personalidad rompedora y de su adscripción revolucionaria, de su obra, que acabó distanciándose de la de otro pilar de la música mexicana, Carlos Chávez. Pese a su corta vida, 41 años, su paso por un hospital psiquiátrico, donde escribió su enternecedor diario de su vida con los dementes, los abandonados, los que lloran solos por la noche, su final, en el barrio pobre que eligió para vivir sus últimos días- dejó una obra importante, parte de ella aún por conocer. Desde sus primeros trabajos como Cuaudnádvec, o de los últimos, como Sensemayá, basado en un poema de Nicolás Guillén, sin olvidar su Homenaje a García Lorca, muchas de cuyos poemas convertiría en bellísimas canciones. Pero de todo esto hablé en el amplio examen mencionado del domingo. Me centraré en la obra interpretada La noche de los mayas, música realizada para una película, de la que se José Ives Limantur hizo, 20 años después del estreno de la cinta, una recopilación sinfónica. En ella se revela la fuerza, la originalidad y la modernidad de una música que, a veces, raya en lo genial. Ahí está el ejemplo cautivador de la inclusión de instrumentos indígenas, para subrayar la fuerza rítmica y poderosa de un mundo de vivencias que forman parte de la cultura y del alma de un pueblo y de sus orígenes. Apoyada esa exaltación rítmica en una magistral instrumentación, en la que la percusión, el viento, en especial los metales, las cuerdas graves y todo el tinglado sinfónico se pone al servicio de un mensaje sobrecogedor por su fuerza y su originalidad. La obra, en algunos de sus pasajes más vibrantes, está a la altura de la concepción rítmica de Stravinsky o del expresionismo de Schönberg. Estoy con los críticos que consideran a Revueltas una de las personalidades más importantes de la música del siglo XX y, desde luego, una figura sin parangón, como decía, en su país y en la América latina.

El concierto concluía con Huapango, de José Pablo Moncayo, una recreación sinfónica de tres sones del Estado de Veracruz: El Siquisín, El Balajé y El Gavilancito. Huapango es, como dije en el reiteradamente mencionado comentario, la fórmula magistral con la que un vanguardista convencido se acerca a los sones más reconocibles y significativos de un pueblo. Si lo hizo Bartok, entre tantos otros, ¿por qué no podía hacerlo alguien rodeado de tanta riqueza musical popular?Los dos conciertos de la opulenta y magnífica Orquesta Sinfónica del Estado de México han sido una oportunidad única para los aficionados a la música y para el público del Festival de acercarse a la importancia y variedad de la música Iberoamericana, en buena parte desconocida y, como dijo el propio director, dirigiéndose al público, rodeada de prejuicios injustos. Cuando uno se acerca a ella no sólo queda atrapado por la personalidad de sones que no nos son lejanos, sino también admirado de la talla de los compositores del otro lado de la orilla.En noche llena de emociones sonoras, Bátiz y la Sinfónica mexicana fueron generossos en sus regalos al público, desde Falla hasta multitud de imágenes que lo español ha significado no sólo en la música de nuestro país, sino en tantos y tantos compositores extranjeros. Fue la noche de la exaltación del alma musical de las naciones. Mucho más allá del mero nacionalismo. Es una pena que se pierdan la oportunidad que nos ofrece esta edición del Festival de acercarnos a esa alma.

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