El año de Drácula

Este año hemos conmemorado los cien años de la muerte de Bram Stoker, el creador del conde Drácula, objeto de numerosas versiones en el mundo del cómic

El año de Drácula
El año de Drácula
José Abad Granada

30 de diciembre 2012 - 05:00

En 2012 se ha conmemorado -que no "celebrado"- el centenario de la muerte de Bram Stoker, un escritor mucho mejor de cuanto cree la mayoría, no tan bueno como sostiene una minoría, padre de un icono popular, Drácula, hijo además de la noche y de su tiempo. El conde transilvano, mito voraz y fecundo, se nutre de nuestros miedos y deseos, al par que alimenta infinidad de ficciones donde volcamos estos temores y anhelos; de ahí que no debiera sorprendernos si el vampiro ha acabado siendo "vampirizado" por las grandes artes narrativas de nuestro tiempo, el cine y el cómic, tanto o más sedientas de sangre que el Príncipe de las Tinieblas. En el ámbito de la historieta ha habido numerosas apropiaciones del personaje, aunque ninguna tan descarada como la de Marvel Comics: en 1972, cuando pasó a ser de dominio público -esto es, al quedar la novela exenta del pago de derechos de autor-, la Casa de las Ideas se sacó de la manga un serial, La tumba de Drácula, con vistas a atraer a esa franja de aficionados a quienes los superhéroes y sus subalternos les dejaba indiferentes.

La tumba de Drácula -recopilada en cuatro volúmenes por Panini Comics- ofrecía un audaz aggiornamento del mito. Un descendiente de la estirpe draculiana, Frank Drake, regresa a Transilvania acompañado por su novia, Jean, y un amigo, Clifton. Su intención es reconvertir el añoso castillo familiar en un parador turístico. En la región, no obstante, persiste el miedo a su antepasado (A Bram Stoker lo tildan de mero cronista de unos hechos auténticos). Drácula no tardará en volver a la vida, faltaría más, y descubrir que, a pesar de que todo haya cambiado, en el fondo sigue siendo igual. La acción se lleva casi de inmediato a un Londres propicio, laberíntico, nocturno y ominoso. A modo de expiación, Frank Drake se consagra a la persecución del monstruo (De los monstruos, mejor dicho, pues no tardarán en aparecer otros muchos). En la tarea lo ayudarán Rachel Van Helsing, bisnieta de Abraham Van Helsing, Quincy Harker, hijo de Jonathan y Mina, y un cazador de vampiros afroamericano, Blade, que acabó teniendo su propia serie de cómics. El equipo artístico -el guionista Marv Wolfman y el dibujante Gene Colan, principalmente- hicieron una muy interesante aportación al relato gráfico de terror y, cuarenta años después, ojear las páginas de estos tebeos depara un secreto placer a los iniciados.

Un placer aún más intenso se obtiene de la admirable adaptación al cómic del barcelonés Fernando Fernández, Drácula (Glénat), un inspirado maridaje de pintura y cómic con expresos homenajes a la escuela romántica, el expresionismo alemán y las películas de Hammer Films. Pese a la drástica reducción del material original, Fernández firma una auténtica joya gráfica. En esta relectura, el lector no echa de menos nada de cuanto se ha eliminado. La historia es esencial e intensa; el dibujo, portentoso. En la edición en volumen de 1984, Maurice Horn escribió: "Como en cualquier obra bien hecha, diálogo, decorados, concepción e interpretación tienden en su conjunto a una revaluación, a una epifanía (término que a algunos podría parecer sacrílego al referirse al Mundo de Ultratumba, pero pasémoslo por alto)". En estos días en que la novela ha vuelto a las librerías en versiones muy diferentes -ahí está la edición ilustrada por Jae Lee (Editorial Debolsillo) o el Drácula anotado de Leslie S. Klinger (Ediciones Akal)- es una pena que nadie se haya decidido por recuperar ésta, aunque puede encontrarse sin dificultad en librerías especializadas.

Sí se ha reeditado El juego lúgubre (Astiberri), un álbum de Paco Roca que combina el relato gótico de Stoker con el surrealismo de Salvador Dalí. El protagonista es Jonás Arquero (un claro trasunto de Jonathan Harker), que viaja a Cadaqués, como éste a Transilvania, para trabajar como secretario de un viejo artista, Salvador Deseo, que, al igual que el conde transilvano, oculta una naturaleza monstruosa. Corre el año 1936 y, aconsejado por el poeta Federico García Lorca, Arquero decide abandonar Madrid para apartarse del centro de la diana. Al llegar a Cadaqués, tal como los campesinos que vivían en las inmediaciones del castillo de Drácula, los lugareños lo miran de mala manera nada más saber que va a trabajar en la villa de Deseo; mucha gente ha desaparecido en las cercanías de esta casa y nada más se ha sabido de ellos. Jonás entra al servicio de un artista obsesionado con reflejar en sus lienzos la belleza inherente al miedo, el dolor y la putrefacción, y no tarda en acusar los efectos negativos de ese ambiente malsano. Quizás sea verdad lo que creía una vulgar superstición...

Que los vampiros existen, es cosa sabida.

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