Artistas de Granada | Antonio Montalvo

Feliz guiño a lo eternamente actual

  • Antonio Montalvo es un pintor de hoy, marcado por los establecimientos de un arte sin complejo donde tiene cabida una realidad estructurada para que seamos depositarios de una pintura eterna

El pintor granadino Antonio Montalvo, en una imagen de archivo.

El pintor granadino Antonio Montalvo, en una imagen de archivo. / G. H.

Ha sido para mí todo un honor en estas casi tres décadas ir descubriendo sistemáticamente artistas de mucha valía y consideración. Los nombres están en el imaginario de todos porque sus hechos son muy importantes en el arte contemporáneo y Granada, con ellos, forma parte de esa realidad sin vuelta de hoja que constituye la plástica que se hace en esta ciudad. Los autores siguen surgiendo, las expectativas continúan en lo más alto y mantienen latente esa incuestionable realidad que es la importancia de lo que se hace aquí Antonio Montalvo es uno de los que, en los últimos años, ha accedido a esos puestos de auténtica significación. Y lo ha hecho no por la inercia que supone el propio discurrir del arte granadino; ni mucho menos.

El creador está en posesión de una pintura contundente, fuera de lo común, desarrollada desde los postulados de la pintura clásica -vuelvo otra vez a recurrir a los versos de Juan Ramón Jiménez, "actual; es decir, clásico; es decir, eterno"-. Y es que, en este sentido, todavía, existen muchos desinformados que ven lo clásico con una etiqueta peyorativa que hay que desterrar de la plástica actual. Además, es un artista valiente, que no sucumbe a las exigencias espurias de los que piden otras cosas para creerse modernos y jugar a ello.

Una de sus pinturas. Una de sus pinturas.

Una de sus pinturas. / G. H

Montalvo es pintor pintor. Artista grande que desarrolla un trabajo sin reveses, acudiendo a los postulados del arte con mayúsculas y haciendo participar a lo eterno de esa modernidad coyuntural que abre las perspectivas desde la más absoluta sensatez artística. El artista que es granadino del año 1982 -por tanto descaradamente joven-, es otro miembro salido de la gran factoría artística que es la Facultad de Bellas Artes. Se licencia en el 2005 y muy poco tiempo después, ya era autor de una de las más activas galerías del universo artístico español, Espacio Mínimo, una galería regentada por José Martínez Calvo y Luis Valverde Espejo y que cuenta en sus filas con artistas de la categoría de Teresa Lanceta, Diana Larrea, Liliana Porter, Miguel Ángel Gaüeca, Manu Arregui, Nono Bandera o Juan Luis Moraza, entre otros. Antonio Montalvo comienza a trabajar con la galería de la madrileña calle Doctor Fourquet, habiendo presentado sus obras en varias ocasiones y siendo uno de sus importantes activos.

La pintura de Montalvo no pasa desapercibida. Ni su lenguaje totalmente atemporal ni su documentada iconografía ni sus meditados espacios escénicos donde encontramos referencias de la mejor pintura tradicional, incluso de un bello barroquismo idealizado en evocaciones mediatas a postulados religiosos, dejan indiferente. Es una pintura sin tiempo ni edad, una pintura reflexiva que ahonda en sistemas representativos que marcan estrategias artísticas de mucha intensidad creativa.

Los cuadros de Montalvo desentrañan episodios que recrean escenas que ya no son habituales. Y en eso reside la importancia del artista. No es que sea un pintor de otro tiempo. Su pintura forma parte de la más absoluta modernidad. Es pintura contemporánea, pintura de esencias, de establecimientos de la más pura representación donde, precisamente, esa iconografía pretérita, marca una nueva dimensión escénica. En sus obras hay ilustración concreta pero marcada por un desarrollo metafórico donde lo mediato y lo inmediato funden sus fronteras divisorias. En la pintura de Montalvo, sobre todo, en sus últimas obras, el animal está muy presente; un animal al que se desposee de parte de su sentido para establecerle una nueva realidad indicadora. Sus corderos, por ejemplo, son ilustración perfecta de su identidad animal pero también es agnus dei, ese cordero de Dios de referencias evangélicas.

Y junto a esa iconografía, podríamos llamar, tan a "lo Montalvo"; el espectador se encuentra con un importante establecimiento pictórico; una realidad artística perfectamente acondicionada desde un estamento técnico sin fisura alguna; con un dominio del espacio representativo fuera de serie, una argumentación estética llena de sentido formal y una formulación figurativa que descubre a un importante pintor que sabe lo que hace, que lo realiza con profundidad de artista atemporal y que desentraña una realidad mediata donde todo es susceptible de posicionar una entidad mayor de lo que se adivina tras tan perfectísimos encuadres plásticos.

Otra pieza de Montalvo. Otra pieza de Montalvo.

Otra pieza de Montalvo. / G. H.

En un momento del arte que se diluye entre las manos de una estética demasiado dialéctica y con exigencias no siempre bien dispuestas y perfectamente argumentadas; cuando la contemporaneidad dispensa demasiados juegos efectistas, sin sustancia artística, cuando todo ha de ser argumentado con un libro de instrucciones o un prospecto explicativo; cuando los conceptos -muchos opacos, dificultosos y hasta imposibles- dominan una escena artística a la que muy pocos pueden llegar porque los caminos para ello son totalmente intransitables, la pintura de Montalvo aparece como una isla en medio de un mar embravecido y hasta tenebroso. Su pintura es serena, instructiva, consciente, perfectamente descrita y realizada para ofertar el exigible poder de la convicción.

El artista es inusual en una contemporaneidad con mucha cohetería, falta de sustancia y creadora de muchísimas dudas. Por eso, su pintura está al cabo de tantas historias de desusos, de falsos argumentos sin vías de explicación. La pintura de Antonio Montalvo salva obstáculos indescifrables; atrapa el sentimiento del que observa porque se sabe totalmente convencido y porque se encuentra ante una pintura sin trampa ni cartón.

Montalvo es un pintor de hoy, marcado por los establecimientos de un arte sin complejo donde tiene cabida una realidad sabiamente estructurada para que seamos depositarios de una pintura eterna, clásica en su modernidad y moderna en su estamento clásico que augura perspectiva siempre vivas.

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