La escultura ha sido una de las tendencias de mayor nobleza de las bellas artes. La historia lo demuestra. Sin embargo, hoy no goza de buena salud. Aquella vieja y augusta modalidad artística que tanta trascendencia concedió a la creación de todos los tiempos y, sobre todo, cuando los griegos y los romanos le otorgaron la suma potestad dentro del gran arte clásico para abrir los caminos de una estética que se hizo más y más grande, está sumida en una manifiesta postración de la que, mucho me temo, va a costar hacerla revivir. Muy escasa dimensión alcanza, escondida como está viendo como otros planteamientos ocupan el espacio importante que tanto tuvo.
No son buenos tiempos porque los escultores han abandonado su posición de artistas en ejercicio, porque la realidad del mercado es otra -salvo esa pequeña isla ocupada por los encargos de las instituciones religiosas, cofradías y hermandades, sobre todo, que siguen demandando piezas aunque, no obstante, la calidad de la mayoría sea más que dudosa-, y porque los artistas han dado un paso atrás al encontrarse con una especialidad compleja, exigente y cara. Todo esto ha dado como resultado una modalidad en clara vías de dudosa perdurabilidad. No obstante, todavía, podemos encontrar algunos héroes que siguen la entusiasta senda de una escultura que se quiere importante, grande y, de verdad, determinante y portadora de los valores eternos del arte. Por eso, me atrevo a encuadrar a Roberto Urbano entre estos heroicos hacedores de una tridimensionalidad que entronca con la escultura auténtica.
Urbano nos ha dejado muestras de ser un artista total; un completo hacedor de propuestas de las que jamás te va a dejar indiferente. Sus actuaciones que, a veces, traspasan los principios de la escultura para situarse, desde ella, en una posición más amplia, abren las perspectivas de un arte de acción donde todo queda supeditado a los infinitos alcances de un ejercicio procesual ilimitado.

Una pieza de Roberto Urbano
Este artista, ya en plena joven madurez creativa, viene demostrando que está aquí no por pura inercia de unos tiempos, quizás, con muchas carencias. Todo lo contrario, es artista experimentado; salido de la Facultad de Bellas Artes -lo que es todo un magnífico indicativo-, con vasto reconocimiento y muy bien validado -obras en colecciones de solidez contrastada como en la Fundación Rafael Botí de Córdoba, en la Consejería de Cultura de Junta de Andalucía, en el Ateneo de Madrid y en las instituciones granadinas donde el arte contemporáneo tiene mayor arraigo, las de la Diputación Provincial, las del Ayuntamiento, las de la Universidad y las de la Fundación Caja Rural- y exposiciones de absoluta significación entre las que destacan las realizadas en el ECCO de Cádiz, en el Palacio de la Madraza, en la Sala Santa Catalina del Ateneo de Madrid, en el Palacio de los Condes de Gabia de Granada o en los espacios granadinos de Arrabal & Cia y La Empírica.
No es, por tanto, un neófito en este complejo paisaje artístico español donde la obra de Roberto Urbano, ya, resalta por su enjundia, su solvencia creativa y su dimensión escultórica, aspecto este que, además, potencia su realidad artística al ser de los pocos y buenos que manejan con suma trascendencia el medio. El trabajo de Urbano, además, indaga en un concepto que él plantea con determinación para que sus desenlaces matéricos se vean perfectamente sustentados desde una idea germinal que conforma una poderosísima realidad plástica.
Es dominador de los espacios escénicos, como lo hemos podido encontrar en sus magníficas propuestas site specifics -unas intervenciones artísticas realizadas para un espacio determinado-; una de ellas, la que tituló Desbordamiento. Balcón Negro, se encuentra en el imaginario de los aficionados gaditanos al formar parte del vestíbulo del Espacio de Creación Contemporánea de Cádiz. La obra, de gran belleza plástica, está formada por una persiana que se destaca de un pequeño balcón ciego dispuesto en la pared; dicha persiana traspasa los límites del balcón y se extiende por la propia pared hasta rebasar el suelo y ocupar parte del espacio del hall del Centro Artístico, antiguo cuartel gaditano.

Una instalación del creador
Piezas que en las manos de Roberto Urbano se convierten en auténticos poemas visuales que traspasan el propio sentido de la escultura; construyendo paisajes interiores y desarrollando metáforas visuales en las que existe una total compenetración conceptual entre la obra y la mirada del observante que, en la mayoría de las veces, se siente interrogado por el propio discurso que de ella se desprende.
El creador nos sitúa por los estamentos de una escultura que va infinitamente más allá de la mera dimensión objetual. En sus trabajos se formulan realidades íntimas que indagan sobre aspectos de su realidad como artista, de su mundo, sus intimidades, de sus miedos y de sus fracasos. Hay una clara intención de ofrecer nuevos estados de emoción desde mínimas parcelas de la propia acción creativa. Así, en estos momentos, el artista indaga en la idea de fracaso como herramienta creativa. Que los estados fallidos no sean un modo negativo sino un elemento identificativo más para la formulación plástica de la obra.
En esta apasionante realidad nos encontramos a un artista total, inmerso en expectantes esquemas donde el proceso, los elementos compositivos, el propio estamento de la creación no sean sino misteriosos principios que intervienen en una acción creativa que, desde la propia materia conformadora, asumen inesperadas dimensiones plásticas, artísticas y, por supuesto, significativas. Roberto Urbano es un artista de inmenso valor en una plástica que necesita nuevos estamentos para seguir manifestando su eterno valor.
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