Novedad editorial

La belleza y la finitud

  • La editorial Alianza ha publicado, por primera vez en España, una traducción realizada directamente del japonés de la obra de Yukio Mishima El Pabellón de Oro

La belleza y la finitud

La belleza y la finitud

Mizoguchi, el protagonista de El Pabellón de Oro (Alianza), es uno de los personajes más carismáticos de la narrativa de Yukio Mishima. El joven Mizoguchi es de complexión débil, poco agraciado, tartamudo de nacimiento, sensible y malvado. Mizoguchi entra como novicio en el monasterio perteneciente al templo que da título a la novela; siendo niño, su padre le hablaba obsesivamente de que no había nada tan bello como el Pabellón de Oro y él ha acabado haciendo suya esta obsesión. Mizoguchi tiene alma de poeta: “Mi preocupación, el único problema al que yo me enfrentaba, era la belleza y solo la belleza”, confiesa, pero este afán no hace de él mejor persona. Mizoguchi es también puro resentimiento: “Lo único auténtico que tengo es mi odio. ¿La razón? Soy una persona que solo se mueve por el odio”. Y de esta suma de fuerzas nace el deseo compulsivo de destruir el Pabellón de Oro, un modo oblicuo de ensalzar la belleza y, a la par, ahogarla. Un acto de rebelión también; Mizoguchi quiere librarse de la dominación que ejerce sobre él. Un modo de matar simbólicamente al padre o un suicidio simbólico tal vez, pues con la destrucción del templo desaparecería lo que él más ama.

El camino que va de la idea a su ejecución es inexorable. El lector sabe desde el principio que Mizoguchi llevará a cabo su propósito y que las llamas devorarán las paredes revestidas de pan de oro del templo, pero el hecho de conocer el desenlace no rebaja el interés de la novela. Lo apasionante es leer cómo el joven justifica este anhelo de perfección y desastre; o sea, cómo justifica Yukio Mishima esta disyuntiva entre la belleza o la nada. Conviene recordar que el escritor se inspiraba en unos hechos realmente sucedidos poco tiempo antes: el 2 de julio de 1950, un novicio de 22 años le prendió fuego a este templo de Kioto. El novicio intentó suicidarse luego, ingiriendo somníferos e infligiéndose diversas heridas con una navaja. Fue condenado a siete años de reclusión pero, tras serle diagnosticada una esquizofrenia aguda, acabó ingresando en un centro psiquiátrico. Hayashi Yoken, que así se llamaba el infeliz, murió el mismo año en que llegó la novela a las librerías, 1956. Mishima descarta el retrato fácil del loco pirómano a favor de la acuarela minuciosa del joven refinado y cruel, cuya perversión última apenas desentona en un mundo dominado por la depredación, la humillación, el sometimiento.

La belleza y la finitud fueron también las grandes obsesiones de Mishima. En una entrevista concedida pocos días antes de su inmolación, a finales de 1970, recogida en el volumen Últimas palabras de Yukio Mishima (Alianza, 2015), el escritor confiesa: “En mi interior, belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea. Después está la crueldad, que es una realidad objetiva y concreta, o al menos así se la considera”. Estos elementos están idealmente enhebrados en El Pabellón de Oro. La novela tiene páginas turbadoras, inquietantes, entre lo mejor que ha escrito Mishima nunca: el proyecto destructor despierta el apetito carnal del joven, que decide perder la virginidad antes de llevar a cabo su acción. Mizoguchi va a un burdel y se acuesta con una prostituta apenas unos años mayor que él, Mariko. Todo sucede demasiado deprisa y no satisface sus expectativas, siempre es así. El chico regresa al prostíbulo a la noche siguiente y solicita de nuevo los servicios de Mariko. Luego, cuando yacen juntos, una mosca se posa en el pecho desnudo de ella, que no hace nada por espantarla. Si las moscas se sienten atraídas por la podredumbre, piensa él, ¿será que Mariko ha empezado ya a pudrirse?

En otra entrevista incluida en Últimas palabras de Yukio Mishima, el crítico Hideo Kobayashi se dirige al escritor en estos términos: “dentro de ti hay algo terrible: tu talento. […] Lo que quiero decir es que a veces decimos de alguien que tiene talento y solo talento, ¿verdad? Bueno, pero lo que pasa contigo es que tú tienes muchísimo, una cantidad extraordinaria de talento. Tal exuberancia de talento se convierte en una especie de fuerza misteriosa, en algo diabólico”. El adjetivo me parece de lo más oportuno. Hay efectivamente algo diabólico en el joven Mizoguchi y en su deseo de convertir el Pabellón de Oro en un infierno. Y por supuesto hay algo diabólico en el talento de Mishima y en su fascinación por el abismo. El diablo sigue estando de por medio.

 

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