Me cansa la vida

José Luis Delgado

19 de mayo 2015 - 05:00

"Señor me cansa la vida…". Todavía resuenan los ecos de esa entrañable poesía que Antonio Machado envió a Unamuno y a la que puso música Juan Alfonso García. Se la oí en la Catedral de Granada a la Coral Lauda, dirigida precisamente por su sobrina Pilar Martín, bajo el arco toral de la capilla mayor y con los tubos de los órganos expectantes. Ha muerto Juan Alfonso García; el hombre, pero no su obra. Entendidos en la materia resaltarán sus virtudes.

A diario me lo cruzaba de buena mañana paseando por Granada a la salida de su misa en la Catedral; calle Reyes abajo mantenía tertulia con sus compañeros hasta las Angustias; paseo de ida y vuelta como el que hacíamos de jóvenes los granadinos en nuestro añorado "tontódromo". Más de una vez se debió parar en el patio antesala de la basílica para leer despacio el bellísimo soneto a Jesús crucificado; ese que empieza "No me mueve mi Dios para quererte/el cielo que me tienes prometido…", al que también Juan Alfonso puso solemne música.

Pero últimamente le perdí la pista; ya no lo veía tanto pasear con su boina negra semicalada dejando entrever su pelillo blanco; caminaba algo más despacio que cuando en 1958 alcanzó la plaza de organista de la Catedral; claro, de eso hace ya 57 años cuando el apuesto cura, alto, rubio de ojos claros y tez casi sueca, aunque extremeño de la provincia de Badajoz, ponía sus cuidadas manos en las consolas de los magníficos órganos de nuestra santa iglesia metropolitana.

Aunque santeño de nacimiento (Santos de Maimona, 1935), Juan Alfonso era granadino de adopción desde que a su padre lo trasladaron al Ayuntamiento de Íllora cuando él apenas contaba 11 años. Dicen sus biógrafos que fue Ruiz Aznar, maestro de capilla y organista de la Catedral, el que le inició y animó a los estudios de música y a la difícil aventura de la carrera de órgano. Siempre presumió de que su maestro fuera nada menos que don Valentín Ruiz Aznar al que tuvo siempre muy presente. Yo recuerdo de niño, porque mis patios de juegos eran la puerta de la Catedral y la plaza de Alonso Cano, verlos entrar dialogando; era don Valentín el organista y un cura joven, muy guapo, según decían las vecinas, al que llamaban don Juan. Reservado en su trato, amable, respetuoso y respetado. Cualidades que adornan al virtuoso.

A partir de los años 60 don Juan Alfonso era ya una personalidad que iba adquiriendo a diario prestigio personal y musical; acumuló cargos, profesor de Música del Seminario Mayor, Director de la Cátedra Manuel de Falla, Comisario del Festival Internacional de Música y Danza, miembro del Patronato de la Casa Museo Manuel de Falla, miembro numerario de la Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de las Angustias, premio Aldaba de la Casa de los Tiros, Premio Andalucía de Música de la Junta de Andalucía, Hijo adoptivo de Granada y no sé cuántos honores y medallas más.

Seguramente de todas estas distinciones que podrían enorgullecer al más humilde, serán sin embargo sus creaciones musicales las que pasarán a la posteridad. Plumas entendidas resaltarán su obra con mejores renglones que los que aquí se exponen. La publicación de su Antología polifónica en tres tomos, editados por la Diputación Provincial recoge buena parte de su extensa obra. Juan Alfonso García une a su faceta de organista la de compositor de obras religiosas y profanas, conocedor como era de la música de Falla, Albéniz y Granados, por ejemplo.

La Coral granadina Lauda, que dirige la profesora Pilar Martín, nos permite asistir en directo a muchas de las interpretaciones de la obra de Juan Alfonso García. Su Himno a San Juan de Dios cantado en la propia basílica pone el pelo de punta. Pasaron por los pentagramas cuidadosamente estudiados del organista poemas de Federico García Lorca (Cien jinetes enlutados); es ese que empieza "Cien jinetes enlutados, ¿dónde irán?..."; recuerdos de Juan del Encina en ese que dice "Carcelero, no te tardes, que me muero,…". Música le sobraba a Juan Alfonso para inmortalizar bellos poemas, como ese otro dedicado al Cristo de Velázquez que escribiera Unamuno: "¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío…?".

Fue larga su obra; queda eterna en los ecos recoletos de basílicas y monasterios; en las voces animosas de coros clásicos, en los órganos dorados con olor a incienso. Queda en la memoria de Granada el recuerdo de un ilustre compositor que nos dijo adiós, tal vez porque la noche del domingo, mirando al cielo, dio gracias y pronunció entre sueños aquellos versos machadianos: "Señor, me cansa la vida". Hoy descansa en paz.

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