Cierre de la temporada artística granadina
Simón Zábell y Belén Mazuecos responden y aseveran la poderosa realidad artística de Granada
Este fin de temporada expositiva materializa, sin reservas, los buenos argumentos que se vienen dando en una ciudad con un numeroso y prestigioso grupo de artistas que consolidan la importante trascendencia de los creadores plásticos granadinos; creadores que son referencias absolutas y se encuentran inmersos en los mejores estamentos del arte español. Artistas de muy amplias estructuras creativas, de conceptos claros para poder establecerse en una plástica bien acondicionada, capaz de yuxtaponer, sin restricciones ni desajustes, el continente y el contenido en una misma segura estructura.
Hemos escogido -hay más - dos buenas muestras de este final de ciclo expositivo, que responden y aseveran la poderosa realidad artística de una Granada que es, sin duda, contundente pilar donde se sustenta, con fuerza, mucha de la creación artística que tiene lugar en nuestro país.
Galería Ruiz Linares. Simón Zábell. La génesis de la realidad
Simón Zábell lleva siendo desde un principio de su carrera -él fue uno de aquellos grandes primeros alumnos de la Facultad de Bellas Artes que tanto recorrido tuvieron en un arte al que dieron momentos de inusitada trascendencia; un artista en quien confiar, un creador acertado, sin límites; poseedor de un lenguaje lleno de matices, con una personalidad aplastante y una infinita sensibilidad portadora de bellos efluvios siempre inundados de una sutilísima poética.
Ahora, para terminar temporada, llega a esa galería granadina que es templo maravilloso de parte de la historia íntima del arte, con un fondo que vuelve loco, por contener retazos de un pretérito que se fue pero que hizo prevalecer un legado que, en Ruiz Linares, ha encontrado un seguro y riguroso acomodo hasta donde acudir para su posible adquisición. En ese lugar, calle Estribo junto a la comercial calle del Zacatín, el arte contemporáneo dialoga con un pasado eterno, conformando una especie de suerte aryística que, en esta exposición, adquiere un especialísimo sentido.
La obra de Simón Zábell tiene mucho de arqueología humana, de génesis iniciática, de sensaciones íntimas aprehendidas y establecidas en la propia situación del hombre, en los espacios infinitos e incontrolables de la mente, en los recovecos del alma, en las estancias donde se genera la esencia de lo humano. El artista malagueño, se adentra en las estancias abisales donde se gesta la conciencia, donde, todavía, hay ausencia de existencia para empezar lo que ha de venir. De ese universo iniciático parece extraer unos extraños ritmos y formas que generan posiciones plásticas de gran belleza; asuntos estéticos que le sirven al autor para retrotraernos a estamentos que van a ser referencias, sobre todo, de civilizaciones antiguas. Por eso nos encontramos con un gran zigurat o con formas geométricas que parecen testimonios textiles de etnias pretéritas.
La pintura de Simón Zábell cabalga entre universos presentidos. Sus colores pueden llevarnos, incluso, a los parámetros de aquellos juiciosos enigmas del arte prehistórico, con sus escuetos argumentos estéticos donde se desarrollaba una realidad artística que supondría gestos puros de un arte sin tiempo ni edad. Porque la obra de Simón Zábell, aunque pueda parecer extraño, tiene mucho de esa espontaneidad que surge del conocimiento, de una grandísima sensibilidad, de unas parcelas salidas de un universo que sirve para yuxtaponer lo presentido por pretérito vivido y traducido en fórmulas imprevisibles, con una realidad que es sello inequívoco de un arte abierto y en absoluta producción máxima, para formalizar un ejercicio plástico lleno de entidad y fortaleza creativa.
La exposición de Simón Zábell nos sigue situando ante los postulados de un artista con un sello personal donde todo queda supeditado a la reflexión, al concepto de identidad, a las marcas definitivas de una realidad mediata que en su obra se plasman con la mayor emotividad, con un amplísimo sentido de lo emocional y con la brillantez de un patrimonio estético lleno de la más absoluta sensibilidad.
Palacio de la Madraza. Belén Mazuecos. Autor anónimo, mercancía artística
Una redonda muestra, llena de personalidad, dimensión artística y conciencia sobre lo que es la realidad del universo de la plástica actual, cierra el curso expositivo de La Madraza. Como ya habíamos hecho un amplio comentario sobre la misma cuando se inauguró, solamente decir que la pintura de Belén Mazuecos, en esta muestra, ha dado un paso adelante. Mantiene las estructuras contundentes de su trabajo, pero abre puertas nuevas. Lo artístico sigue siendo su caballo de batalla, los entresijos del arte, la obra como mera mercancía, las galerías manipuladoras, el trabajo artístico sucumbiendo ante los espurios intereses de algunos y, sobre todo, el papel del artista en un pobre estamento son los pilares de su trabajo, en un cuestionamiento total sobre los caminos. En la exposición seguimos encontrando sus elementos icónicos, sus disfraces de guardianes de osos pandas, sus sólidos horizontes despoblados y únicamente habitados por referenciales argumentaciones a grandes creadores de una contemporaneidad que ellos han magnificado pero, quizás, también, han contribuido a ese papel esquivo que abunda en lo artístico.
Gran exposición de una artista en plena joven madurez; con un lenguaje personal e intransferible y que marca distancias en una pintura en la que demasiadas veces todo se parece a todo. Una vez más Belén Mazuecos en estado puro. Sirvan estas exposiciones como epígono de una temporada donde se ha vuelto a manifestar los variados argumentos de un arte en abierta expansión.
También te puede interesar