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'No mires arriba': el cine de catástrofes no es lo que era

  • La sátira de Mckay es una vuelta de tuerca al género en el que la reacción de la sociedad es el propio desastre

No mires arriba: el cine catástrofes no es lo que era

No mires arriba: el cine catástrofes no es lo que era

Tal y como se esperaba con un reparto en el que hay más estrellas que en el cielo, No mires arriba ha pulverizado las marcas de visionado de Netflix en un momento en el que la plataforma domina el mercado. La última sátira de Adam McKay era de lo más esperado, con un elenco de lujo liderado por Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Ariana Grande, Jonah Hill y Timothée Chalamet. Y desde que llegaba a su parrilla el pasado 24 de diciembre, se ha convertido por ahora en la tercera película de habla inglesa más vista, ya por encima de éxitos como El irlandés. Convertida en la cinta de la que todo el mundo habla, ha batido un nuevo récord en servicio de streaming. La comedia de estas navidades se ha transmitido más de 152 millones de horas en Neftlix durante su segunda semana de estreno. Se trata del mayor número de horas semanales de la historia de el gigante audiovisual, según Film Updates.

Aunque el cine de catástrofes tiene su público, después del esplendor de los años 70, como ocurre con el western, sólo algunas cintas consiguen convertirse en un nuevo hito del género. ¿Qué ha pasado con No mires arriba para arrasar con el público y marcar un punto de inflexión?

El punto de partida es tan poco original que se ha contado tal cual muchas veces: la amenaza del meteorito que puede destruir la vida en la tierra ya es el argumento de Cuando los mundos chocan (1951);Meteoro (1979); Deep Impact (1998); Armageddon (1998) y la última Greenland (2020).

Además tiene todos los ingredientes típicos y tópicos: un amplio reparto de actores (casi todos estrellas) y múltiples líneas argumentales. Y durante buena parte de su no precisamente corto metraje (su duración es una de las cosas que más le ha afeado la crítica a la cinta) estos personajes se centran en sobrevivir a la catástrofe. Basta con pesar en casi cualquier película de Roland Emmerich, el hombre que más ha diezmado la humanidad con alienígenas, catástrofes naturales o incluso una fecha del calendario maya, para visualizar claramente que las líneas maestras del género están presentes.

Parodias ha habido antes, pero la radical novedad de No mires arriba es que en este caso la catástrofe es la propia humanidad. La amenaza es la reacción de una sociedad idiotizada, de sensibilidades tan extremas como cerradas, capitaneada por unos políticos que cuentan con medios pero ni ante un cataclismo son capaces de mirar más allá de sus propios intereses electorales y están azuzados por unos medios de comunicación sin más perspectiva que la tiranía del clickbait y las encuestas de audiencia. El apocalipsis no es el meteorito sino la idiocracia unida a los intereses partidistas y económicos.

Porque cuando Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), una estudiante de posgrado que descubre un cometa del tamaño del Everest, se lo comenta a su profesor de Astronomía, Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), y ambos calculan que impactará con la Tierra en seis meses, en las variables de su ecuación no se contempla la desafección de una sociedad tan ensimismada en la realidad paralela de las redes sociales que prefiere seguir la ruptura de dos cantantes al anuncio de un desastre inminente que implica el fin de sus días.

Porque la sátira social de un director que en su día fue descartado para de Saturday Night Live tiene todas esas escenas recurrentes del cine de catástrofes pero vistas a través del prisma de la comedia, con más o menos sal gorda. Por ejemplo, se produce esa reunión de crisis de los científicos con el presidente, en este caso una mujer encarnada por Meryl Streep (que según McKay fusiona rasgos de los últimos presidentes norteamericanos, incluidos Clinton y Obama), el jefe de gabinete, su hijo Jason (Jonah Hill) y otros asesores de primera línea, pero la reacción dista mucho de la gravedad y el dramatismo con el que suele asumir la noticia la presidencia de los Estados Unidos de América en otros hitos del género. Y si bien el periodista es un personaje más ambiguo lastrado casi siempre por una ambición que va unida a la falta de escrúpulos –lo que lo convierte en un incordio y por tanto una víctima de medio metraje– aquí la presentadora interpretada por Cate Blanchett se parapeta en su postiza sonrisa blanca para que nada ensombrezca la diversión de una audiencia que quiere el drama en sus dosis justas. Y también hay altos mandos militares, pero en vez de ser heroicos están más dispuestos a hacer valer su poder absurdamente que al heroísmo.

Y si la ciencia ficción siempre ha usado las historias fantásticas para hablar de la sociedad, en este caso la distopia resultante no es futura sino que el espectador tiene la sensación de haber vivido esta película. Y es que con esta historia ha ocurrido algo parecido a Shorta. Así, si el brillante thriller danés sobre la violencia policial y el racismo se planteó antes de las protestas por la muerte de George Floyd, McKay escribió No mires arriba pensando en el cambio climático antes de que llegase la pandemia.

Esa realidad es la que convierte en drama una cinta plagada de momentos hilarantes. Y es que, como esa obra maestra que subvirtió el bélico, Senderos de gloria, aquí la vida humana importa menos que las ambiciones personales, ya sea subir en la jerarquía de mando, conseguir minerales para ser más rico o perpetuarse en el poder.  

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