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Todos los colores de Cayetano Aníbal

  • Desde 'Don Guido' a su más reciente 'Burbujas', el artista muestra en la sala Gran Capitán su fascinante personalidad a través de unos 70 grabados

Cayetano Aníbal podría haber sido lo que quisiera. Es un grabador desde su llegada a Granada en 1959, donde aprendió el oficio en el taller de Miguel Rodríguez Acosta. Pero sin quererlo, en sus obras, se manifiesta como un ser capaz de componer la escena inolvidable de una película inacabada; la partitura eterna de algunos maestros de la música o la metáfora sólo dominada por los buenos poetas.

Hasta ahora sólo ha participado en exposiciones colectivas, quizás por un afán de humildad que se le reconoce a leguas. La memoria imaginada es, sin embargo, fruto del empeño de sus grandes amigos. Una exposición retrospectiva que "en ningún momento", dice, "fue idea mía". Para conocerlo. Para no perderse su fascintante personalidad, es necesario recorrerla pausadamente y disfrutar de cada imagen y cada título, "guía" indiscutible de la historia que encierran.

Desde Don Guido (1985) a Burbujas (2008), Aníbal se desvela como un artista imprescindible. Alguien a quien si no existiera, habría que imaginar para comprender la diferenciación vital de su trabajo. Su sello personal se puede ver en los más de 70 grabados de La memoria imaginada.

Imagina Burbujas en cielos naranjas en su obra más reciente (2008), una imagen simbólica y jovial, de colores más intensos que en anteriores etapas. Ella es representativa de la muestra que alberga el Centro Cultural Gran Capitán porque, argumenta Aníbal, las burbujas simbolizan los recuerdos: "Siempre hacemos de la memoria real, lo que quisiéramos que fueran en realidad".

Naranjas para cielos agresivos y rojos para hablar de amores y desamores en Marcos de encuentro o Espacios trenzados (ambas de 2004). De su trabajo, son necesariamente destacables sus metáforas siempre acertadas. Siempre precisas y justas. Nadie como él sabría utilizar un lazo para hablar del encuentro y unir en él a dos personas separadas.

Cayetano Aníbal redime a las manzanas del paraíso o Guillermo Otell con grabados muy característicos de su trayectoria como Las manzanas de Eva (1988) o Las tres manzanas (2005), pero también acude a otro de sus elementos fetiche, el trébol, para otorgarle un poder excepcional en su Paisaje con trébol (1990).

En la utilización de los colores, produce Aníbal un efecto único. Gin tonic (1991) representa la desunión de tres personajes sobre la barra de un bar, donde la mujer es la 'pieza' amarilla y los demás son la roja y la verde. Sobre Granada evocando a Chagall (1990) supone un acertado homenaje al francés Marc Chagall y sus magníficas y sencillas resonancias fantásticas. A la obra de Aníbal vuelven coloreados los peces voladores, las estrellitas de mar o los conejos saltarines rodeando a una pareja de amantes en blanco y negro.

Su pasión por la naturaleza y la arqueología - "lo que siempre me ha hecho feliz"-, están presentes en muchos de sus grabados y dibujos. Unas veces como crítica a la vida cotidiana, Un olivo en el salón (2001), y otras como admiración plena en los dibujos Las raíces de Gaia y El fruto liberado (ambos de 2004).

La incomunicación y el erotismo son otros de sus grandes temas. Del segundo, destaca su capacidad como impulsor de todo movimiento. "No lo entiendo en el sentido que normalmente se le da, pero el erotismo está en todas partes", explica. Abrazo en rojo (1992) podría ser un ejemplo, pero también Carrusel-Endimión (1996), donde el autor utiliza en el sueño de Endimión (un personaje mitológico de quien se enamoró Selena, la diosa de la Luna) a tres mujeres desnudas sobre su cama para representar las fases lunares. Con-secuencias eróticas (1999) tiene algo de las storyboards al juntar en una misma obra dos grabados. En el primero un voyeaur observa a una mujer, mientras que en el segundo se ofrece un plano de dos amantes.

La incomunicación la expresa de muy diversas formas. En 2007, hizo Bifurcación: dos hombres sentados en sentidos contrarios, compartiendo el mismo horizonte -línea en sus obras muy característica-. Antes ya la había tratado en el dibujo Blanco y negro (1997), Sin línea (1993) -un hombre sentado frente a un teléfono- o la increíble Sombras y reflejos (1993), donde un personaje que parece sacado del imaginario literario de Allan Poe mira al suelo de una habitación sellada rodeado de sus propias sombras.

Todo en Cayetano Aníbal es exclusivamente la cima de algo. La felicidad plena o la tristeza absoluta. El amor y el desamor. La esperanza o la decepción absurda, pero muy pocas veces deja sin su polo opuesto al contrario. Habló antes de la Con-cordia (carpeta Estampas para la paz en el 2000), pero recuerda En la línea recta (2005) la forma en la que la sociedad se multiplica igual en bloques de cemento que en individuos, "con el mismo sombrero, la misma chaqueta y la misma corbata", explica.

Ya no es el mismo que cuando llegó a Granada con unos treinta años. "He cambiado. Antes era un burgués", asegura. En su Sevilla natal se dedicaba a la escultura -técnica por la que también es reconocido y de la que expone en La memoria imaginada Pre-posición (1994)-, pero al entrar en el taller de Rodríguez Acosta, en 1974, descubrió un nuevo arte que hoy domina a la perfección.

Todavía recuerda, cuando mira obras como la de Don Guido o El caballero y el perro andaluz (1988), "lo bien que nos lo pasábamos en las clases con el profesor Pepe García de Lomas... teníamos una compañera que dejaba en medio del proceso de grabado su tarea para irse a tomar un café. Cuando llegaba, aquello era un desastre", recuerda. Entre ellos, la broma era, "no me seas Durero, que se te ve el plumero".

Formaría los grupos Dasein -con Francisco izquierdo, Antonio y Matilde Molina de Haro-, o el que se unió en 1965 en la galería Wildon House junto a Izquierdo, Gerardo Rosales Camacho o Antonio Moscoso para proyectar sus trabajos de forma colectiva.

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