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La danza de un pase trágico

  • El Ballet Flamenco de Andalucía estrena en Granada 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías', una obra que baila los versos de angustia y duelo que Lorca dedicó en esta elegía a su amigo y torero sevillano

La Alhambra se abrió anoche de par en par, como la luna lorquiana, para recibir al Ballet Flamenco de Andalucía y su lectura de uno de los mayores poemas escritos por Federico García Lorca. Si esperada era en Granada Metáfora, la obra con la que Rubén Olmo ha renovado la compañía y que abrió ayer en el Generalife el ciclo Lorca y Granada, mucho más lo era el estreno de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Metafísica y poesía se abrazaron en un espectáculo en dos partes, dedicado al flamenco en todas sus vertientes, a través del pensamiento de Nietzsche, y a la elegía que el poeta de Fuente Vaqueros escribió para el torero eterno. Primero la vida y después, la muerte.

Metáfora -que ha pasado ya por Jerez, Málaga, Huelva, Almería, Sevilla y Madrid- es la obra con la que el Ballet 'cubre' toda la temporada. Aquí sólo se pudo ver, y se verá hasta finales de agosto, el principio. Faltó su lado más sinfónico y contemporáneo, con la bailaora Rocío Molina como invitada, para centrarse en el más flamenco. Con la ausencia de la malagueña fue Pastora Galván la que brilló con luz propia, junto a los dos solistas de la coreografía, Eduardo Leal y la granadina Patricia Guerrero. Especialmente inolvidable fueron las Alegrías de Coral, que rinden tributo a la escuela sevillana y a Matilde Coral, uno de sus grandes baluartes, pero sonaron y se bailaron, con ese privilegio de expresión superior al del lenguaje escrito que Nietzsche veía en la danza, un abanico de romances y cantiñas, tangos, bulerías, valses flamencos, verdiales y zambras. Decía el filosófo que sólo creía en un Dios que supiera bailar y el Generalife fue ayer su templo perfecto.

Si bien Granada ha debido esperar para disfrutar de esta obra que es una alegoría de la vida, el Ballet Flamenco lo compensa con una excepción creada en particular para este ciclo y que recoge toda la emoción y el duelo de los versos de Lorca: "Tardará mucho en nacer, si es que nace/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura/ Yo canto su elegancia con palabras que gimen/ y recuerdo una brisa triste por los olivos...". La muerte de Sánchez Mejías fue un mazazo para Lorca y el poeta dedicó siete meses para escribirle su despedida.

Entre el público que asistió al estreno se encontraban el consejero de Cultura, Luciano Alonso, la directora del Patronato de la Alhambra, María del Mar Villafranca, la de la Bienal, Rosalía Gómez, y artistas como Matilde Coral, Fosforito, Esperanza Fernández o Marina Heredia.

El bailarín y coreógrafo sevillano ha elegido el desgarrador Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el que muchos consideran el poema más completo del poeta y, mucho más, la mejor elegía en lengua española desde las Coplas de Jorge Manrique, para llevarlo a la danza. Fue siempre un sueño para Mario Maya que Rubén Olmo realiza ahora poniéndose en la piel del propio Lorca y creando una danza mucho más metafórica, si cabe, que la primera de la noche.

Apasionada y nostálgica, la obra ha sabido captar a través de la danza la enorme angustia de las palabras del poeta en esta elegía. El enérgico Antonio Canales se convierte en el torero sevillano, en el hombre del Renacimiento que fue también dramaturgo, uno de los impulsores del encuentro en homenaje a Luis de Góngora que daría origen a la Generación del 27 y sobre todo, como le recordaba su íntimo amigo granadino, un hombre "tan rico de aventura". El Ballet Flamenco pone todo lo demás. Sus bailarines se convierten unas veces en los creadores de la genial generación que acompañan al torero y otras en el bravo toro que le hiere. La compañía es también el símbolo de su alma luchando por sobrevivir.

Con guiños a Granada a través de sus tangos y del Amor Brujo de Falla, junto a fandangos de Huelva y la música compuesta por Manuel de la Luz, Óscar Roig, David Chupete y Álvaro Paños, Olmo ha creado una escenografía completa que recoge los momentos más deslumbrantes de la vida del torero y los más trágicos de su final. Compuesta por seis escenas, presenta al principio la alegría de Ignacio Sánchez Mejías en su finca sevillana de Pino Montano, rodeado de los mejores escritores de su promoción, con Lorca, Alberti y, no podía faltar, su amante Encarnación López, La Argentinita, a la que da vida Patricia Guerrero, esa prometedora bailaora que Rubén Olmo comparaba en este periódico hace dos días con Yerbabuena y La Moneta.

Este Llanto del Ballet Flamenco arranca, por tanto, con la utopía en una Fiesta por Bulería que termina con la suelta de una vaquilla 'toreada' al ritmo de la música de Charles Chaplin. En la segunda escena, Olmo se centra en la cogida del torero. El Generalife viaja en el tiempo y se convierte ahora en la Plaza de Manzanares aquella tarde de agosto de 1934 y recrea aquel momento en que el toro lo enganchó fieramente. En Cogida y muerte, Canales y toda la compañía escenifican la cornada, para luego volver a revivir los minutos del torero en la enfermería. Sánchez Mejías sabía que la herida en su pierna era gravísima y pidió que lo llevasen inmediatamente a Madrid, pero la ambulancia tardó demasiado. De fondo, con Canales como único protagonista, suena una seguiriya (compuesta por De la Luz) que transmite la tragedia. La tercera escena termina con Sangre derramada, una pieza que bailan todos al último aliento de vida del torero.

Llega el momento de la nostalgia. En Cuerpo presente pasa a ser Rubén Olmo (Lorca) el protagonista llorando la muerte de su amigo. Comienza el duelo y la danza recuerda la relación metafísica y profunda de Lorca y Sánchez Mejías. Es la parte de la obra en la que más puramente se ve la relación con lo escrito por el poeta. Ambos se encuentran en la pieza San Fernando para volver a unirse toda la compañía en Alma ausente. La obra se despide con la última escena, Toro del olvido. Para el recuerdo quedó para siempre el torero.

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