"El deseo está hecho de normas"
La socióloga argentina estudia 'Los medios de comunicación y la construcción del imaginario socio-sexual: una polémica para el siglo XXI' (Cátedra), un trabajo en el que critica "la impunidad del sexismo"
Por las autopistas del deseo todo el mundo circula con cadenas. Es una de las reflexiones de la socióloga argentina en el estudio 'Los medios de comunicación y la construcción del imaginario socio-sexual: una polémica para el siglo XXI' (Cátedra), con el que ha ganado el II Premio Ayala de Comunicación.
-¿Qué normas tiene el deseo?
-Existe una infinidad de normas que pueblan el deseo, hasta el punto de que podríamos incluso decir que el deseo está hecho de normas. Hablamos del deseo asociado a la sexualidad y creo que es evidente que todas nuestras formas de desear se encuentran reguladas, de uno u otro modo. Hay formas legales que restringen cuáles son las formas legítimas y menos legítimas del deseo. como quién tiene derecho a uniones matrimoniales, o civiles, qué tipos de parejas acceden al derecho de que el estado las reconozca como tales, con todos los derechos que se derivan de este reconocimiento. Y también hay códigos culturales que determinan las formas que el deseo puede asumir: reglas implícitas, por ejemplo, acerca de cómo, en dónde, hasta dónde, el deseo puede hacerse público o ser comunicado. Hay formas de expresión del deseo que pueden tener lugar en el espacio público y otras que no, hay formas que serían catalogadas legalmente como escándalo o como obscenidad. Hay toda una moral del deseo, en este sentido. La idea misma de que el deseo sexual pertenece más bien a la esfera de lo privado y de lo íntimo es producto de reglas culturales. Aunque tendamos a pensar que el deseo es lo más personal y lo menos condicionado por las normas sociales, lo que sucede en realidad es que todas estas normas culturales nos enseñan a desear, nos dan el guión a través del cual podemos entender una experiencia personal como experiencia del deseo. Occidente viene de una larga tradición de represión del deseo, pero como señaló Michel Foucault, en realidad, todas estas formas aparentemente represivas son las que habilitan a la producción misma del deseo, a veces como transgresión, y en general, dando forma a los deseos que podemos imaginar, actuar, reconocer y vivir como tales.
-¿Qué nuevas jerarquías sexuales se producen en el escenario mediático contemporáneo?
-Cuando hablamos de jerarquías sexuales nos estamos refiriendo al hecho de que, como sucede con las clases sociales, la sexualidad está socialmente jerarquizada de forma tal que podríamos hablar de 'clases sexuales'. Como señalaba Gayle Rubin, una autora feminista fundamental que se ocupó de este tema ya en los 70, la pirámide socio-sexual ubica a la heterosexualidad normativa -monógama y orientada a la reproducción- en la cúspide, como la norma estándar en función de la cual se valoran el resto de las sexualidades, también jerárquicamente, como desviaciones de este modelo. No estoy segura de que las jerarquías que observamos hoy sean tan nuevas. Si echamos un vistazo a la producción mediática contemporánea, pensemos en el cine mainstream, la televisión, desde la presentación de la noticia hasta la producción de seriales de ficción, la figura ideal que organiza todo el campo de la sexualidad sigue siendo la familia heterosexual nuclear, la cual es representada como la cosa más normal del mundo y aun, como un ideal incuestionable al que todos supuestamente aspiraríamos.
-¿Hasta dónde los medios fomentan la democratización de las normas de género y de la sexualidad y hasta dónde articulan el sexismo y el heterocentrismo?
-Es cierto que ha habido una suerte de flexibilización de los modelos sexuales, probablemente debido a las luchas políticas de los movimientos sexuales progresistas de las últimas décadas, de modo que en los medios ha habido una visibilización de otras formas de desear. Ateniéndonos a la producción mainstream, series como L World, Queer as Folk, o películas como Boys don't cry, Harvey Milk o Brokeback Mountain, hubieran sido impensables veinte años atrás. Pero con ellas conviven, por ejemplo, las publicidades más sexistas que continúan colocando a las mujeres como meros objetos de seducción, como el objeto que una vez conquistado, marca el éxito de la heterosexualidad masculina más normativa. O revistas femeninas que, si bien hacen gala de un rol más activo para las mujeres, siguen enseñando que el camino para tener éxito en la vida pasa por la conquista del hombre correcto. Además de ser sexistas, estas producciones son también heterosexistas, presuponiendo la naturalidad del deseo heterosexual. El escenario contemporáneo es complejo y contradictorio, y en esas contradicciones vemos convivir varias tendencias.
-¿Qué término es más adecuado, violencia machista o violencia de género?
-Ha habido mucho debate acerca de cómo denominar a este tipo de violencia. El término violencia de género es el que se usa internacionalmente, después de que fuese acordado en la Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, en Pekín. Cuando se habla de violencia de género, se sobreentiende que el género alude a un sistema de relaciones sociales signada por la desigualdad. Hablar de género es hablar de poder, iniquidad, exclusión, discriminación, normas y sujeción. El género no es un mero sinónimo de mujeres o de diferencias entre varones y mujeres. Entiendo que el género es un conjunto de normas que define quiénes y cómo son supuestamente los hombres y las mujeres. Las connotaciones del término machista, siendo el machismo más bien un conjunto de actitudes discriminatorias, oculta el carácter estructuralmente desigual del género. Pone el acento en lo meramente individual, cuando en realidad esta violencia está vinculada a una estructura social.
-¿Qué diferencias hay entre el escenario mediático español y el argentino?
-En líneas muy generales, por un lado te diría que la impunidad del sexismo y el heterosexismo que se registra en la televisión argentina no vamos a verla en la escena española. En España hay un mandato y una conciencia con respecto a la corrección política que no se condice con el caso argentino.
-Comenzó el trabajo a raíz de una polémica en Argentina. ¿En qué consistió?
-La polémica se desató cuando el trabajo sexual callejero quedó transitoriamente despenalizado en la ciudad de Buenos Aires, a raíz de una reforma legislativa que revocaba las figuras de escándalo en vía pública con las cuales tradicionalmente se habilitaba a la represión y extorsión de las trabajadoras sexuales. Creo que aquí estas figuras funcionan en el mismo sentido, entre otros colectivos. A partir de allí, se produjo una explosión en el ámbito de la ciudadanía, azuzada por los medios, que no podía soportar la idea de que el trabajo sexual se hiciera visible de este modo en las calles de la ciudad. Lo curioso del caso, y lo que llamó particularmente mi atención, es que el rechazo ciudadano focalizó en las trabajadoras sexuales trans, dando lugar a una suerte de guerra de géneros, que estuvo en las primeras planas durante más de un año, y que siguió en el candelero, volviéndose incluso motivo de campaña en las elecciones naciones, por unos tanto años más.
-¿Qué contradicciones observa en las democracias contemporáneas?
-En las democracias liberales occidentales el concepto de ciudadanía implica un su misma definición una cantidad de exclusiones. Las trabajadoras del sexo no eran visualizadas como ciudadanas, de hecho. En este contexto, el concepto de democracia se ha asociado con la tolerancia, pero guarda para sí el derecho de definir de forma universal qué es lo tolerable. Mi pregunta es: ¿cómo puede ser que en paralelo con los discursos a favor de la diversidad sexual, se mantenga con tanta firmeza al mismo tiempo una concepción tan heterocentrista de las sociedades?
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