El director italiano Pupi Avati, un hombre atado al cine de por vida
El autor critica el cine corrompido que no representa la realidad de la sociedad
Pupi Avati es absolutamente ingenioso. Mantiene el carisma de improvisador de su época como clarinetista de jazz en el grupo Dixieland Criminal Jazz Band y anécdotas de todos los gustos como prolífico director de cine. Ha rodado algunas de las películas más representativas de la Italia dorada del género fantástico: La casa dalle finestre che ridono (1976), La strelle nell fosso (1979), Zeder (1983)... y, sin embargo, dice no sentirse muy orgulloso de esta época. Ayer llegó a Granada para presentar su filmografía en el festival Retroback. "Ese Pupi Avati es un director que tiene mi mismo nombre, mis apellidos e incluso mi fecha de nacimiento, pero con el que tengo muy poco que ver". La diferencia es que Avati ahora rueda en primera persona y no en tercera, como hacía hace treinta años.
Desborda inteligencia en ese físico que tan claramente le delata como maestro del cine. No cualquiera. Un director de cine de culto que comenzó a rodar tras 14 años en la música y que fracasó con sus primeras películas. A partir de entonces: "Tuve que hacer la película más comercial posible con el menor dinero posible". Con un grupo de tan sólo doce personas, entre las que su hermano Antonio era coeditor, productor y muchas otras cosas más, se fue a rodar al campo La strelle nel fosso. Y lo reconoce, "aún sigo comprándome billetes de avión" gracias a películas como La casa de las ventanas que ríen o Le strelle nel fosso -Espiga de Oro en Valladolid-. Si las hubiera hecho con más dinero, lo tiene claro: "Hubieran sido un auténtico desastre", porque obligado a rodar sin medios dio importancia a otro tipo de características que hoy definen su cine. El acierto total de los ambientes (en su mayoría rurales) y el perfil delimitado al máximo de sus personajes hacen de su terror un terror metafísico diferente al de otros directores más viscerales.
La casa de las ventanas que ríen surgió de una fábula de un pueblo italiano en el que se descubrió al exhumar la tumba de un sacerdote que realmente era una mujer. "Nos asustaban con esa historia si nos portábamos mal. Para un niño no había cosa más aterradora que un cura mujer. Lo imaginábamos como una especie de araña con uñas largas, voz espeluznante, cara pintada y zapatos de tacón". El terror, asegura, puede llegar a ser "tremendamente educativo".
Avati confiesa estar tan íntimamente unido al cine que no concibe una vida sin él. "Mi vida y el cine se confundieron por siempre" hasta tal punto que "hace unos días mi mujer comenzó a explicarme un problema con la caldera. Cuando fui consciente de la conversación me percaté de que mientras ella me hablaba yo estaba pensando en el encuadre, 'aquí colocaría la cámara así o de esta otra forma'.... Yo escribo, grabo y monto. Escribo, grabo y monto", confesó, y así siempre.
Consciente de las limitaciones económicas de un director, Avati bromeó sobre el éxito o no de una película. "Yo sé que tengo mis 500.000 espectadores fijos -que, por cierto, si fueran la audiencia de un programa de televisión saldría de antena al día siguiente-. Si algún día me fallan 200.000, la película será un fracaso porque el cine necesita al público para existir". Necesita también dinero. "Yo empiezo el guión de una película y escribo: '200 caballeros bajan por una colina'. Miro el presupuesto y vuelvo a escribir: '150 caballeros bajan por una colina'. Y al final son 50 caballeros los que bajan por una colina".
Avati afirma que la situación del cine europeo dista mucho de aquellos años en los que se rodaban muchísimas películas. Antes la sociedad tomaba conciencia de sí misma a través del cine cuando hoy es la televisión la que ha asumido ese papel. "El cine italiano actual no refleja la realidad del país y a los políticos de la nación les trae sin cuidado el cine". ¿Cuántos fracasos se puede permitir un director hoy en día? "Hoy en Italia cualquiera puede hacer una primera película. Con la segunda, cuando ya te conocen, es más difícil". Es la diferencia entre hacer "una película o hacer cine".
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