El dulce susurro de la bossa nova

Eliane Elías, durante la actuación.
Eliane Elías, durante la actuación.
Enrique Novi

24 de noviembre 2008 - 05:00

Con el corazón en un puño, los organizadores respiraron aliviados al ver salir puntual la estilizada figura de Eliane Elias, sobria y elegantemente embutida en un vestido negro sobre el que contrastaba su rubia melena. El público aplaudía ajeno a las eventualidades (vuelos retrasados, conatos de indisposición) que hasta el último minuto dejaban en el aire la certeza de su actuación.

Sobrepuesta a las contingencias, la paulista se dispuso a ofrecer un concierto que propuso como un homenaje al 50º aniversario del nacimiento de la bossa nova, establecido con la publicación, en 1958, del primer álbum de O Mito, Joâo Gilberto. Así pues, la suave sofisticación de la bossa se apoderó de un teatro receptivo con el dulce mecer de sus ritmos y el incomparable legado de sus melosas melodías que son por derecho propio éxitos universales de la música del siglo XX.

Así conformaron un exquisito concierto. Abrió con Ladeira da Preguiça del ministro Gilberto Gil, y continuó con Chega de saudade, el primero de los inmortales de Vinicius y Jobim. A partir de entonces fue abriendo el abanico a otras sonoridades: música bahiana previa a la bossa, acercamientos más canónicos al jazz clásico y algún toque de samba.

Comedida con el piano, al que se acercaba descalza de tacones, renunció deliberadamente a exhibir sus indudables habilidades en pro del tono intimista y sugerente del repertorio escogido. Salvo en un par de ocasiones se limitó, quien sabe si tal vez debido a una pequeña herida en uno de sus dedos, a una labor de acompañamiento para su aterciopelada voz, impecable, eso sí, y complementada por la que Marc Johnson aportaba con su contrabajo.

Rubens de la Corte a la guitarra también adoptó un papel secundario, y todo ello unido dejó el camino libre al excelente batería Rafael Barat para el lucimiento. Tocando con todo el cuerpo, demostró ser seguramente, (tal vez con Willie Jones III, de la Dizzy Gillespie All Stars) el más hábil y sutil de cuantos baqueteros han pasado por esta edición del festival. La magia de sus muñecas, auténticos artilugios de sentido dinámico y precisión, no pasó desapercibida para el público que le reconoció su buen hacer con la ovación más sonada de la noche.

Así se fueron sucediendo Waltz for Debby de su maestro Bill Evans, Chiclete com banana, que también popularizara Gilberto Gil, They can't take that away de Gershwin, el estándar You and the night and the music o la juguetona A ra y falsa baiana de su reciente álbum recopilatorio Bossa nova stories.

Con el público encantado del paseo que por las playas brasileñas desde Porto Alegre a Salvador de Bahía, les proponía Elias, dejó para el final una deliciosa versión instrumental de Desafinado, con la que se arrancó finalmente a hacer un solo el batería Rafael Barata, y que también sirvió para el lucimiento del hasta entonces discreto guitarrista Rubens de la Corte.

Sin dejar de aplaudir, el patio de butacas esperó un bis para el que guardaron la ineludible Garota de Ipanema, y que se vio completado con otro inevitable de un repaso a la bossa nova: So danço samba. Sólo con voz, piano, guitarra, contrabajo y batería, más de uno seguro que al llegar a casa, desempolvó un viejo vinilo para disfrutar de las entradas que a ambos temas hacía el saxo de Stan Getz. Lo pedía el cuerpo.

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