Elegancia y lirismo

Sondra Radvanovsky invita al público del Festival de Granada a un recorrido emocional de tintes biográficos

El Festival de Música y Danza de Granada 2025: programa completo, horarios y escenarios

La actuación en el Festival de Música y Danza de Granada.
La actuación en el Festival de Música y Danza de Granada. / Miguel Ángel Molina/Efe
Gonzalo Roldán Herencia

Granada, 01 de julio 2025 - 10:44

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada recibió con gran expectación a la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, una de las grandes divas del bel canto nacidas de la escuela del Metropolitan Opera House de Nueva York. Para su visita a nuestra ciudad vino acompañada del pianista Anthony Manoli, fiel repertorista de su carrera y soporte fundamental en el recital de la soprano, que abarcó desde el barroco al siglo XX.

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Festival de Granada: Sondra Radvanovsky

Programa: Obras de Henry Purcell, George Frideric Händel, Serguéi Rajmáninov, Richard Strauss, Antonin Dvořák, Jake Heggie, Umberto Giordano. Solista: Sondra Radvanovsky (soprano). Piano acompañante: Anthony Manoli. Lugar y fecha: Patio de los Arrayanes, 30 de junio de 2025.

Desde el pórtico de la emoción hasta el umbral de la catarsis, la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky ofreció en el Patio de los Arrayanes un recital que no fue simplemente música, sino confesión, rito y memoria. Enmarcado en el sugestivo título From Loss to Love, el programa hilvana con maestría un recorrido afectivo y estético que conecta con la biografía de la artista, desde la pérdida de sus padres hasta la reconciliación con el amor hace tres años.

La cita comenzó con la sobria monumentalidad del barroco inglés y alemán. When I am laid in Earth de Dido and Aeneas de Purcell, y el lamento de Cleopatra “Piangerò la sorte mia!” del Giulio Cesare in Egitto de Händel, sirvieron para ofrecer un doble espejo de la pérdida. Radvanovsky, con su vibrato natural y ese timbre spinto, modeló cada frase con una expresividad conmovedora, si bien el trasunto de carácter romántico que desplegó y una técnica poco adecuada para este repertorio se impusieron inevitablemente a su contenido afectivo.

Con Anthony Manoli al piano, compañero de viaje más que mero acompañante, el recital tomó vuelo introspectivo con las romanzas de Rajmáninov. Aquí, la soprano mostró un dominio sorprendente del ruso, pero más aún de sus silencios. Zdes’khorosho fue un instante de revelación: no se trata solo de lo que se canta, sino de cómo se habita el sonido. En este sentido, el piano de Manoli, en plena sintonía emocional, tejió una urdimbre delicada que engrandeció la interpretación de la soprano, realzando sin eclipsar.

La sección straussiana que cerró la primera parte del recital elevó aún más el listón interpretativo, que – en palabras de la soprano – constituyó para ella todo un reto. Concebido como un puente entre la pérdida y el amor, la selección de lieder de Strauss pretendía ser un canto a la esperanza. En Morgen! el tiempo pareció detenerse, y el suspiro final, apenas audible, fue más elocuente que cualquier clímax. La voz de Radvanovsky se mostró en toda su plenitud: suntuosa, capaz de transitar del pecho al hilo suspendido con casi absoluta naturalidad. Su interpretación de Heimliche Aufforderung fue una invitación a la embriaguez lírica, con la soprano desbordando matices en un derroche de técnica y entrega emocional.

La segunda parte del recital, de impronta más romántica y moderna, fue más del agrado del público. Radvanovsky cambió el programa sin previo aviso, y en lugar de interpretar los Tre sonetti di Petrarca de Liszt, decidió apostar por lo seguro y deleitar al público del Festival de Granada con algunas de las arias belcantistas que la consagraron como una dama de la lírica americana. Primeramente, interpretó “Měsíčku na nebi hlubokém” (Canción de la luna), de la ópera Rusalka de Antonin Dvořák, dedicada a su padre – de origen checo – que murió cuando la cantante tenía 17 años.

El punto más personal llegó con If I had known, canción escrita por Sondra Radvanovsky a la muerte de su madre y puesta en música por Jake Heggie. Aquí la soprano rompió la cuarta pared, no solo por ser la autora de los versos, sino por la vulnerabilidad compartida sin artificios. El público, conmovido, supo que aquello no era solo música: era duelo, era redención.

Broche

Cerró la velada con “La mamma morta” de la ópera Andrea Chénier, de Umberto Giordano, pieza que ha cruzado al imaginario popular gracias al cine. Pero lejos del cliché, Radvanovsky ofreció una versión visceral y refinada a partes iguales. La tragedia de Maddalena se hizo carne, y la soprano culminó con un agudo suspendido que flotó como un epitafio.

La soprano, ante el agrado del público que la ovacionó con entusiasmo, en claro reconocimiento a la leyenda que ha sido, ofreció fuera de programa otras dos arias: “Io sono l’umile ancella” del acto primero de Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea, y la célebre “Pace, pace mio Dio” del cuarto acto de La forza del destino de Giuseppe Verdi. Este recital no solo confirmó que nos hallamos ante una leyenda viva todavía en activo, sino que nos recordó por qué el canto sigue siendo uno de los más poderosos vehículos para la emoción y lo espiritual.

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